Usted está aquí: lunes 21 de enero de 2008 Espectáculos Amor y odio me llevaron a filmar La frontera infinita: Sepúlveda

La cinta de “no ficción” será exhibida en el Festival Internacional de Cine de Berlín

Amor y odio me llevaron a filmar La frontera infinita: Sepúlveda

El primero de esos sentimientos, por la esperanza de los migrantes, y el segundo, por la polarización mundial del fenómeno, precisa el realizador

Retrata el deseo de esos hombres, mujeres y niños que pasan por México hacia EU sedientos de mejorar su condición de vida, dice

Juan José Olivares

Ampliar la imagen Adolescentes hondureños en la estación migratoria de Quetzaltenango, Guatemala, durante el rodaje Adolescentes hondureños en la estación migratoria de Quetzaltenango, Guatemala, durante el rodaje

“¿Por qué tiene interés de filmarnos, si todos somos migrantes?”, preguntó contundente una señora hondureña que quedó parapléjica por caer del tren en su viaje hacia Estados Unidos, a Juan Manuel Sepúlveda, realizador de la cinta “de no ficción” La frontera infinita, que se exhibirá en la sección Forum of New Cinema, en el contexto del próximo Festival Internacional de Cine de Berlín, que se iniciará el 7 de febrero.

“Lo que me llevó a la frontera sur a filmarlos –respondió el cineasta a esa migrante– fueron sentimientos de odio y amor.”

El realizador, egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), contó a La Jornada: “No sé si logré un objetivo, porque todo fue pura intuición. Cuando desarrollé el proyecto me preguntaba qué era lo que tenía que denunciar, pero si encontraba la respuesta, me iba a quedar en el grueso de los documentales que permanecen en eso. No está mal manifestar las vejaciones que sufren los que se van, pero como cineasta tienes que trascender, por eso lo del amor y el odio. Amor por la esperanza representada en todos los migrantes, y odio, por la polarización mundial de este fenómeno social y por la criminalización que se ha hecho de éste”.

La frontera infinita apuesta por esa esperanza de miles de centroamericanos que se internan clandestinamente en México en su camino hacia Estados Unidos. Retrata la voluntad de hombres, mujeres, niños y niñas. Y no lo hace en un tono melodramático, habitual en cintas sobre esos temas, sino en una especie de relato en primera persona de un ente que no tiene nombre ni género, sólo una sed interminable de mejorar su condición de vida.

El director afirmó: “Antes de tener un compromiso estético, debe tenerse uno ético con la realidad que se observa. Ahora, es común ver a gente disfrazada de cineasta, a apologistas del poder y de la injusticia. Los migrantes son observados por los gobiernos como los fuera de la ley, los transgresores. Finalmente, como cineastas debemos limpiar esa mirada para no seguir victimizándolos. No me refiero a que no sigamos denunciando, sino que el migrante es más que una víctima. En este caso empezamos a construir el relato más allá del tiempo activo de la migración (caminar) y lo hicimos en el tiempo muerto de la migración: los lugares donde descansan. Construimos una propuesta que confiere espacio a la contemplación de su cotidianeidad.”

El cineasta (quien ya obtuvo un Ariel por su corto documental Bajo la tierra) captó esos aspectos cotidianos, los que dan a esos viajeros, involuntarios, la oportunidad de encontrar las estaciones migratorias, que son como oasis en su largo trayecto.

Ejemplo de enorme solidaridad

“Cuando estuvimos en esos oasis, vimos chispazos de esperanza, de vitalidad y solidaridad tremenda. No podemos seguir haciendo apología, como lo hacen los gobiernos, desde arriba. Nosotros lo vimos con ellos, desde abajo.

“Cuando comenzamos el proyecto (cuatro del equipo, dos cámaras, un sonidista y un gerente de producción), lo primero que hicimos fue meternos a las casas de migrantes a compartir la experiencia, sin equipo. Logramos su confianza y a partir de allí las cosas se dieron solas.”

El cineasta aseguró que seguirá haciendo películas “de no ficción. Lo que disfruto de la vida es la capacidad de sorprender y tener la cámara pegada, pero antes de disparar, hay que pensar mucho y reflexionar, porque nos estamos contaminando visualmente. Nos quejamos de la televisión, pero actualmente los chavos prefieren comprarse una cámara que asistir a un taller, a un cineclub y debatir, ver cine y hacerlo por el simple gusto de hacerlo. Ya no hay esa necesidad de cuestionar. Ya no hay una conciencia política. El cine es un acto que lleva mucha responsabilidad, más cuando trabajas con una materia tan sensible. No puedes ser uno más de esos medios que tergiversan la realidad, la cual tienes que afrontar con mucho amor y con mucho respeto; entenderla”.

La frontera infinita también se proyectará en el próximo Festival Internacional Contemporáneo de la Ciudad de México (Ficco), fue producida por el Instituto Mexicano de Cinematografía y Fragua Cine. Ver cartelera.

 
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