Negación
Parece que se empieza a abrir un pequeño resquicio en la negación en la que se ha refugiado el gobierno y en especial las dependencias del campo financiero. Superar esa condición psicológica, asociada con una visión más bien corta del quehacer político, es imperioso para adaptar la gestión pública y las medidas económicas a la situación en que se desenvuelven actualmente los mercados financieros, y ante la evidencia de la desaceleración y lo que puede ser una recesión en Estados Unidos.
Las metáforas militares son poco útiles en la economía, más aún en aquellas que padecen fragilidad crónica y están marcadas por una enorme desigualdad social, como es el caso de México. Pensar en blindajes que previenen los embates que vienen desde fuera sólo desvía la atención y esconde la responsabilidad que se adquiere cuando se gobierna, cuando se tiene acceso a los recursos privados mediante los impuestos y los precios y, por otro lado, cuando se dispone su uso al convertirse en recursos públicos.
Hablar de blindajes, como se hace desde el gobierno, no es útil para el diseño y la gestión de las políticas económicas. La calidad del blindaje sólo se conoce por la magnitud y dirección del choque que recibe. Eso, por supuesto, no se puede saber cuando el entorno se hace tan volátil e incierto como el que ahora prevalece. Y, creer que el barco que se comanda es de tan gran calado que es inmune a las tormentas financieras (metáforas de tipo marítimo y meteorológico) como ha sugerido Felipe Calderón no puede sino remitirnos a la vieja historia del Titanic.
La semana pasada, el presidente de la Reserva Federal rindió un testimonio ante el Congreso, en una práctica que, por ciento, debería instaurarse en México para acotar una autonomía fuera de límites del banco central, que no rinde cuentas ante nadie. Ben Bernanke señaló claramente el cambio de tendencia en el comportamiento de esa economía, con la reducción efectiva de la tasa de crecimiento del producto y el empleo, las condiciones de mayores riesgos en los mercados financieros y de aumento en la inflación.
Bernanke apuntó al ajuste de la política monetaria y la reducción de las tasas de interés para enfrentar las nuevas condiciones que se consolidan para 2008, con una base más baja en las expectativas económicas generales. Al mismo tiempo siguen reportándose pérdidas multimillonarias en los grandes bancos comerciales y de inversión, y la bolsa de Nueva York tiene pérdidas mayores en lo que va del año de las que se observaron por más de una década.
Las dificultades provocadas por la fase especulativa de los créditos hipotecarios se extienden cada vez más a las empresas productivas y al mercado de trabajo. La devaluación del dólar provoca efectos negativos en la Unión Europea y la inflación crece por efecto del petróleo y el encarecimiento de los productos agrícolas. En mercados que están muy interrelacionados, la inflación vuelve a ser uno de los fenómenos predominantes en la economía global y, ahora, en un escenario de menor expansión de la actividad productiva.
Bush anunció, por su parte, un paquete de devolución de impuestos y de estímulo a las inversiones, cuyo costo será de 145 mil millones de dólares, que equivalen a uno por ciento del PIB estadunidense. Este paquete se suma a otras medidas de contención que había aplicado el Tesoro y la misma Reserva Federal inyectando cuantiosos recursos a los mercados financieros para evitar una crisis de liquidez.
Todo esto es un reconocimiento explícito de que la situación económica es mala y puede empeorar. Bush también ha tenido que empezar a superar la negación, forzado por las condiciones. La política fiscal se modificará temporalmente para enfrentar la desaceleración y tratar de prevenir la recesión, devolviendo dinero a las familias y favoreciendo la inversión de las empresas. Eso no garantiza un efecto positivo y a corto plazo sobre la situación vigente, pues depende del tiempo en que se manifiesten los efectos de la nueva inversión y de que los receptores de las devoluciones de impuestos gasten ese dinero, lo consuman.
Se estima que en el esquema del paquete, 45 millones de familias de más bajos ingresos no recibirán los beneficios, pues no pagan impuesto sobre la renta. Pero, aun así, con esto se modifica la línea que ha marcado la gestión fiscal de ese gobierno y que consiste en reducir los impuestos de los grupos de más altos ingresos. Ni un gobierno tan conservador puede eludir la intervención directa para tratar de frenar los efectos derivados de la crisis hipotecaria.
Aquí es todavía tímido el reconocimiento de Hacienda y del Banco de México acerca de las posibles repercusiones adversas del menor crecimiento de la economía de Estados Unidos. El gobierno no cuenta con previsiones sobre los ajustes que habrán de hacerse para enfrentar la caída de la tasa de crecimiento del producto, el mayor desempleo y las presiones que ya existen sobre los precios. No se han propuesto formas de intervención, y dilatarla es imprudente y será mucho más costo. Vaya, la prevención no está en el ánimo de los responsables de la política económica y financiera y, al parecer, menos aún, en el de Felipe Calderón.