Usted está aquí: domingo 20 de enero de 2008 Opinión Pugna virreinal

Ángeles González Gamio
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Pugna virreinal

“Carmen Aristegui, haces mucha falta”

Ya hemos comentado que la Compañía de Jesús, mejor conocida como los jesuitas, fue una de las últimas órdenes religiosas en llegar a la Nueva España, en 1572, por lo que se vieron obligados a establecerse en el oriente de la ciudad, que era la zona menos poblada. Sin embargo, en 1592 decidieron establecer la que sería su sede principal y casa de oración y recogimiento, conocida como la Casa Profesa, en un céntrico predio que compraron a don Hernando Caballero, situado en la esquina de San José del Real, esquina con San Francisco, hoy Madero e Isabel la Católica,

Al conocerse la noticia, la orden enfrentó la oposición de los franciscanos, dominicos y agustinos que tenían en las cercanías sus templos y conventos, por lo que consideraban que la demanda religiosa estaba suficientemente cubierta y, sobre todo, porque les disminuirían las limosnas. Los jesuitas aducían que contaban con una bula papal, a lo que afirmaban los contrarios que había sido ganada “con siniestra relación...” En la pugna intervino el cabildo, se hicieron bandos y finalmente se salieron con la suya; prácticamente al instante instalaron dos altares en el zaguán, colocaron una campana en la azotea, diciendo misa en ambos altares y colocando el Santísimo Sacramento a la vista de la gente, “que concurrió entusiasmada a ver la novedad, que fue muy celebrada”. Con ello obtuvieron jugosos donativos para comenzar de inmediato la construcción de un templo “más capaz”.

Este se dañó severamente con la inundación de 1629 que, como ya hemos platicado, mantuvo anegada la ciudad durante cinco años; así, se vieron en la necesidad de edificar un nuevo templo y una vez más lograron apoyo generoso; en esta ocasión fue doña Gertrudis de la Peña, marquesa de las Torres de Rada, quien aportó 130 mil pesos; ese es el que aún podemos admirar. Para su construcción contrataron ni más ni menos que al arquitecto Pedro de Arrieta, autor entre otras obras de excelencia del Palacio de la Inquisición.

Al concluir el templo, en 1720, por su elegancia y hermosura, se tomó como modelo para muchos otros.

Sus fachadas son geométricas, armoniosas y equilibradas. Las portadas tienen rica ornamentación labrada en la cantera, que sobresale espléndidamente por el contraste con el tezontle de color vino sangre que las rodea.

El espacioso interior es de tres naves y en el siglo XIX fue despojado de sus altares barrocos, para ponerlo a la moda del neoclásico; por lo menos tuvieron la delicadeza de contratar a Manuel Tolsá para que hiciera la remodelación. El renombrado Peregrin Clavé, con sus discípulos, cubrió la cúpula con bellas pinturas, que por desgracia se destruyeron en un incendio acaecido en 1914.

En la Casa de la Profesa se llevaron a cabo esas célebres juntas de noviembre de 1820, encabezadas por el canónigo Matías Monteagudo y el ministro de la Inquisición, doctor Tirado, en donde se preparó el Plan de Iguala, que dio a Agustín de Iturbide el mando supremo del movimiento independentista y después la corona.

Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, los padres del oratorio de San Felipe Neri, que no habían logrado concluir sus instalaciones en la calle ahora llamada República del Salvador, casi al momento se apropiaron de la iglesia, convento y casa de oraciones, efectuando una veloz compraventa –según afirman unos y niegan otros, que dicen que simplemente se la “adjudicaron”–. En febrero de 1861, tras la exclaustración juarista, se demolieron el convento y la casa para abrir la avenida 5 de Mayo y en el terreno restante construir, entre otros, el hotel Gillow, que aún existe.

Además del gozo que proporciona admirar la arquitectura, decoración y obras de arte del templo de La Profesa, existe una deliciosa sorpresa: una bien surtida pinacoteca, que creó hace unos años el dinámico don Luis Ávila Blancas, quien fue por años el párroco de ese lugar. Se pueden admirar obras de pintores como Cristóbal de Villalpando, Nicolás Rodríguez Juárez, Diego de Cuentas, Juan Correa y varios otros de ese nivel.

El templo se encuentra a unos pasos del Casino Español, situado en Isabel La Católica 34, que conserva magnífica comida española tradicional, que sirve en su enorme y señorial salón de la parte alta. Para abrir la comida, la sopa de cangrejos mallorquina y para lo fuerte, muy apetitosos, los callos a la madrileña, la paella, la zarzuela de mariscos, el lechón o el cordero al horno. Los postres son los clásicos de esa cocina: el tocinillo del cielo, la leche frita o la crema catalana. Indispensable acompañamiento, un buen tinto de la Rioja. Si desea algo más informal, en la planta baja está la cantina, en donde se puede echar una partidita de dominó.

 
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