Blanco, la danza de los signos
En 1967 fue publicado Blanco, uno de los poemas más ambiciosos y complejos del siglo XX. Primero por su estructura: 14 poemas sueltos, cuya lectura también puede hacerse de un tirón, como un extenso poema, o diseccionarlo, como hacemos con el cuerpo deseado, en partes: en tres, en nueve o como un racimo de versos que saltan aquí y allá.
Pero Blanco también es un poema ambicioso y complejo por los temas que aborda: el amor y el erotismo como formas de conocimiento y las posibilidades mismas del lenguaje poético.
Debe haber sido un gran reto editorial para Joaquín Mortiz publicar aquel poema escrito por Octavio Paz en Delhi entre el 23 de julio y el 25 de septiembre de 1966. Fue impreso en una sola página de 522 centímetros, como un gran acordeón con tres tipos de letra. Si la poesía, como la música, es un arte temporal, Blanco nos llamaba la atención sobre las posibilidades del poema como un arte para abarcar el espacio.
Blanco es una arquitectura verbal que se despliega ante los ojos. Las palabras, los signos negros sobre la página blanca, transcurren, literalmente, ante nosotros. Podemos verlas y oírlas. Sentir su resonancia y mirar los colores que alcanzan. Danza de signos sonoros y visuales. Imágenes y formas verbales. Rumor de sílabas, metáfora de la sangre. Palabras que incendian la carne y la imaginación. Palabras vivas como el cuerpo atravesado por el deseo.
El cuerpo del deseo es, en este poema, un río que nos arrastra. Un río de fuego, del fuego primordial que palpita en nosotros. Presencia que arde y nos consume. Espejo de fuego que nos muestra con una danza de signos nuestro verdadero rostro.
El erotismo en Blanco es minucioso, es “el cuerpo de una leona en el circo de las llamas” y, a la vez, un “ánima entre las sensaciones”. Blanco anticipa la reflexión que casi 30 años después hiciera Octavio Paz en La llama doble, ese estupendo ensayo sobre el amor y el erotismo.
Aunque Blanco ya fue puesto en escena en El Colegio Nacional (me parece que en 1995) convendría que este año en que se cumplen 10 del fallecimiento del poeta, se montara en nuestro país la puesta en escena de Frederic Amat, un gran artista que ha experimentado con varias de la artes visuales: del grabado al cine y de la pintura y la cerámica a la escenografía.
Blanco, como quería Valéry del poema, es “el desarrollo de una exclamación”. También es muestra de que la palabra de los grandes poetas, fugitiva como lo es al decirse, permanece.