Trayectoria a Blanco
Ampliar la imagen El poeta Octavio Paz Foto: Fabrizio León Diez
Un racimo de libros me incitó a emprender el vuelo hacia México en aquel invierno de 1977. Un viaje que planeaba ser de unas pocas semanas, se prolongó por unos dos años y a decir verdad, por una querencia de casi toda una vida.
Entre aquellas lecturas, regreso a El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, que leí como un deslumbrante ensayo de imaginación crítica, de percepción y entendimiento del carácter distintivo de la mexicanidad. Al poco tiempo de mi llegada a México, otra lectura de Paz en su poemario escrito con toda la luz de oriente, fue reveladora: Ladera Este, en donde casi la tercera parte del libro la ocupa un enigmático y extenso poema con el título de Blanco.
Más adelante, con motivo de mi primera exposición en la ciudad de México de las obras que había pintado en Oaxaca, conocí a Marie José y a Octavio Paz. Detrás del escritor total: el poeta, el traductor, el ensayista, el erudito, el crítico, el referente… descubrí a una de las personas más lúcidas y “vivas” que he conocido en un constante estado de vigilia, interés y curiosidad por el entorno, todo ello con una alta exigencia sin asomo de arrogancia. Desde aquel encuentro disfruté del don de la amistad de Marie José y Octavio. No recuerdo ahora, si fue en aquella ocasión o en otra posterior, en que comenté a Paz mi entusiasmo por Blanco. “Es un poema –me respondió– que invita a la experiencia escénica. Es un poema de amor y erotismo. También es muchas cosas más…” Por largo tiempo, hasta la fecha, he convivido con la intención de dar a ver en escena Blanco y, así mismo, comprender que quiso decir, con razón el poeta, con “es muchas cosas más…”
Ya en 1992 existió la posibilidad, tristemente frustrada, de presentar Blanco en el escenario del Centro Dramático Nacional en Madrid. Con motivo de este proyecto, Octavio Paz envió por fax unas puntuales “indicaciones escénicas” de cómo conjugar los tres elementos en la representación de Blanco: la pluralidad de voces en su lectura, la imagen proyectada y la música. Ha sido, finalmente, el pasado diciembre 2007, en el Teatro de SALT, en Girona, donde se estrenó. En este año que conmemora el décimo aniversario del fallecimiento de Paz, Blanco se presenta en el Teatre Lliure de Barcelona con las voces de Mario Gas, Lluís Homar y Paco Ibáñez, más la del propio poeta en una grabación realizada en México en su día. La música es composición de Pascal Comelade.
Blanco fue escrito el verano de 1966 en Nueva Delhi. El título del poema convoca en su palabra un abanico de sentidos: sin mácula, máximo grado de claridad del color, diana, vacío, meta, estado de definición inalcanzable… A su vez, el itinerario de Blanco se rige por una misma lógica poética muy propia de Octavio Paz, los signos en rotación: “Correspondencia entre una rotación sintáctica y otra semántica que ofrecen diferentes combinaciones de lectura del mismo poema. Cambian los significados pero no el sentido –declaraba el poeta a Julián Ríos–. De ahí que el poema se llame Blanco. El texto va de lo en blanco (lo no escrito, el silencio antes del habla) a lo blanco (el silencio después del habla) y en su tránsito atraviesa por cuatro colores, cuatro elementos, cuatro variaciones sobre la sensación, la percepción, la imaginación y el entendimiento. El centro fijo del poema es también el blanco: El objeto deseado”.
En este transitar de Blanco existe la voluntad de Paz de espacializar el tiempo, incluso en el desplegar del poema físicamente, como un rollo de meditación tibetano, como así fue concebida la extensa página en la primera edición del libro Blanco (editorial Joaquín Mortiz, México, 1967) en donde la composición tipográfica es un aspecto de la composición verbal. Con todo, la intención del poeta en la concepción de Blanco es que del poema surja una danza de voces, signos, formas visuales y sonoras. Octavio Paz manifestó siempre su interés por las posibilidades de la aportación a la poesía de los nuevos medios de expresión visuales, como idóneos instrumentos para recuperar la primera ambición de la poesía que antes de ser leída, fue oída y representada. Hoy podemos proyectar su movimiento, más allá del espacio inmóvil de la página, en una emisión visual y oral del poema. No ha de extrañar, por ello, su deseo en realizar una versión fílmica de Blanco, concebida como una proyección del poema en una traslación, como anotó, “del movimiento interior subjetivo (lectura) al movimiento exterior objetivo (proyección de la cámara). Al leer el poema oímos el verso que vemos, esta operación, pero en sentido contrario, por decirlo así, se realizaría al proyectar el poema en la pantalla”.
La poesía de Octavio Paz no oscila entre la palabra y el silencio, nos hace entrar –cito a Ramón Xirau– en el reino del silencio donde habita la palabra verdadera, la indecible, la exacta, lo que está más allá de los nombres, lo que es a la vez sí y no o, acaso y también a la vez, ni sí ni no. En Blanco “el silencio reposa en el habla”. El haz y su envés.
Paz no fue ajeno como tampoco lo fueron tantos otros poetas, incluso pintores y músicos modernos, a la experiencia poética y germinal de Stéphane Mallarmé en su “Un coup de dés…” que hace del ritmo del poema una palpitación de islas o archipiélagos tipográficos, por su disposición o dispersión de los caracteres de imprenta en el blanco mar de silencio de la página. Pero, si el silencio en Mallarmé tiene el significado simbólico de la Negación, en Octavio Paz es vacía vacuidad entendida en la tradición tántrica de Oriente. Es cumplida referencia que en la entrada al poema, Blanco nos reciba con dos epígrafes: uno es un verso de un soneto de Mallarmé y el otro es un fragmento del canon budista Hevajra Tantra, que tuvo su origen en la India.
En este punto me remito al ensayo que sobre Blanco escribió Manuel Ulacia en su libro El árbol milenario, en donde anota una clara reflexión en torno a la lectura conjugada que hace Paz de Un coup de dés y el tantrismo: Si en el poema de Mallarmé encuentra una imagen del universo definida por el signo “no cuerpo”, en el tantrismo halla la misma imagen, pero con el signo opuesto. Blanco es un poema en que convergen y divergen Occidente y Oriente en un mismo anhelo de iluminación y erotismo. Los contrarios se concilian sin anularse.
Conjunción, a su vez, de la experiencia mística, erótica y poética en Blanco, como doble del universo. Un poema en el que un rumor espiral configura un cuerpo. Un cuerpo de mujer. El lenguaje poético, como dimensión sacramental del erotismo y como metáfora encarnada del mundo. Un mundo como unidad armónica y combinatoria. O más certeramente, como leemos en Blanco:
El espíritu
Es una invención del cuerpo
El cuerpo
Es una invención del mundo
El mundo
Es una invención del espíritu
No Sí
Irrealidad de lo mirado
La transparencia es todo lo que queda
En aquella zona limítrofe de la poesía que invita y tiende hacia otros medios de expresión, como la música y la representación visual, nos emplaza el poema Blanco.
Ha sido mi intención en la puesta en escena de Blanco, con su correspondencia de voces recitativas y música, el transitar sus posibles recorridos con el afán de proyectar este poema mandala en una sucesión de imágenes como instantáneas apariciones, una tras otra, en un fluir evocado por su propio pulso poético. De en blanco, al amarillo, al rojo, al verde, al azul, a lo blanco. Dibujar, con la severidad del negro, equilibrios de tinta. Al fin y al cabo, no tratar de pintar el poema, sino trazar su estela.