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Lo que no ocurrió
Y lo que sí
1987 era un futuro negro
Ampliar la imagen Portada alarmista
En 1987 los humanos íbamos a vivir “hacinados, como ratas, en multifamiliares”, e íbamos a tener un problema mayúsculo originado por el abuso de la energía atómica: “El uranio usado que sale de las centrales viene ultrarradioactivo. Una de esas barras de desecho mata a un hombre en 20 minutos y a 30 metros de distancia. ¿Qué hacer con ellas? Cuando, dentro de 10 años, haya por lo menos entre 40 y 100 centrales atómicas por país, ¿cuántas albercas llenas de uranio radioactivo habrá en el planeta? No queremos imaginarlo. Es terrorífico”. Así empezaba un reportaje (es un decir) publicado en el número 2294 en la revista Sucesos para todos (gracias, Aralia), que dirigía en ese tiempo (1977) Gustavo Alatriste. La perspectiva del hacinamiento habría podido parecer espantosa para una familia pequeñoburguesa de la época, por más que los pobres del mundo hayan vivido hacinados, en el campo y en las ciudades, a lo largo de toda la historia y hasta la fecha, un dato que no cabe en el imaginario clasemediero. Hacinados vivían los habitantes de los burgos medievales; hacinados estaban la mayor parte de los vecinos de México-Tenochtitlán a la llegada de los españoles, y hacinados se encuentran hoy día los campesinos en sus casas y los pobladores de Iztacalco, Queens, Clichy-sous-Bois o Jardim Elba, por no hablar de lo que ocurre en las cárceles y en la estación espacial internacional.
Los accidentes de Three Mille Island (1979) y Chernobil (1986) hicieron política y socialmente inviable, durante dos décadas, el desarrollo de la energía nuclear. Lo que esos episodios pusieron de manifiesto no fue, en rigor, el carácter peligroso de la energía atómica en sí misma, sino los aberrantes errores de diseño de los generadores y, en el caso de Chernobil, la portentosa dimensión de la estupidez humana. Los indicios de calentamiento global han obligado a reconsiderar la generación de electricidad por fisión como una alternativa a las termoeléctricas, responsables de la emisión de gran cantidad de gases que producen el efecto invernadero. Si se diseña, supervisa y opera bien, y si se impide que unos monitos se pongan a jugar con los botones rojos, un reactor nuclear resulta mucho más limpio, en términos ecológicos, que las plantas que emplean combustibles fósiles.
El pronóstico seguía: “Se tratará de encontrar energía diferente: buscando lagos subterráneos calientes, inyectando agua a los volcanes y, sobre todo, utilizando al Sol. Se tratará de utilizar al astro rey en forma de ‘energía verde’, la energía solar transformada por los vegetales”. A 30 años del pronóstico, lo que se hace con las tales sopas subterráneas sigue siendo en gran medida experimental, y actualmente la explotación de las energías solar y eólica aporta a California –región avanzada en esas lides– 12 por ciento de su consumo total, proporción que para el conjunto de Estados Unidos es apenas de un punto porcentual.“
En Estados Unidos, actualmente, se cultiva una variedad de árbol que da una savia al estilo del caucho, que se parece asombrosamente al petróleo bruto, y que se puede refinar, convertir en gasolina, etcétera”, aseguraba la revista, pero no se ha vuelto a tener noticia de ese árbol milagroso. En cambio, hoy día las trasnacionales trabajan frenéticamente en la producción de etanol a partir del maíz.
Las ideas del futuro suelen ser acertadas, no necesariamente con respecto al futuro mismo, sino como reflejo de las obsesiones de las épocas en que se producen. “Si aún tenemos hogares en 1987, será con el Sol que los haremos funcionar”, auguraba el texto, y agregaba, con un tono francamente apocalíptico, “si los bombardeos nos lo permiten”. Y proseguía en esa tónica:
“Americanos (sic) y soviéticos (ja, ja, ja) competirán por obtener una estación permanente en el espacio (...) Un grave problema político causará muchas víctimas: ¿qué país tendrá los mejores sitios en la órbita terrestre? Y cuando hablamos de mejor sitio, entendemos el mejor lugar para bombardear con atómicas cualquier parte del planeta. La gran lucha de mañana sucederá a 36 mil kilómetros de distancia sobre nuestras cabezas. Las guerras ya no serán por trozos de tierra, sino por áreas de espacio intangible. Antes de 1987, Estados Unidos colocará en órbita una estación habitada que será el primer cuartel policiaco del espacio”. A mayor abundamiento, “dentro de diez años (o sea, en 1987) tendremos un autobús espacial. Saldremos de un aeropuerto, subiremos hasta la estratosfera, planearemos para descender y aterrizaremos en cualquier otro aeropuerto. Millares de hombres poblarán el espacio. Desgraciadamente, serán casi todos militares”.
Ya en pleno delirio, el pronóstico desembocaba en el horizonte del canibalismo (“dentro de muy pocos años el hombre deberá comerse a sus semejantes... siempre que la carne humana no esté infectada por las terribles armas bacteriológicas”), acaso por influencia de una película cuatro años anterior, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance, le pusieron en español), en la que los difuntos eran reciclados en secreto para volverlos alimento de los vivos, todo ello con sobrecogedora música de fondo de Chaikovsky, Beethoven y Grieg. Curiosamente, el personaje Sol Roth, cuya muerte y posterior procesamiento permitían descubrir el origen de las nutricias hojuelas verdes, fue interpretado por el actor Edward G. Robinson, quien murió nueve días después de terminado el rodaje; con todo, su cadáver fue al cementerio y no a una fábrica de comida.
En algunos casos, la profecía de Sucesos no se lleva tan mal con el futuro: “Tendremos satélites que podrán fotografiar, con todos sus detalles, a un hombre en bicicleta o a un automóvil. Las máquinas electrónicas permitirán controlar a cualquier ciudadano. En pocos segundos se podrá saber quién es y dónde está cualquier sospechoso. Nadie podrá esconderse o complotar. Las oficinas policiacas del espacio estarán conectadas a enormes cerebros electrónicos. También será obligatorio conectar nuestros aparatos de televisión a esos cerebros. Por la pantalla podremos recibir mensajes personales, órdenes de las autoridades, etcétera. Estos televisores, gracias a las computadoras, darán respuesta a nuestros problemas. Bastará teclear una pregunta para obtener en segundos una solución escrita en la pantalla de nuestro televisor. El amo de la casa será la ‘caja idiota’”.
Lo anterior resultó falso en buena medida, pero es inquietante su similitud con la actual hegemonía ideológica en los medios electrónicos (gracias por permitir que la audiencia comparta ad ovum su deplorable visión del mundo, señores Azcárraga, Salinas Pliego y compañía) y la semejanza entre esos televisores encendidos a perpetuidad y las actuales computadoras con banda ancha, y en cuyos monitores se despliegan, hoy día, correos electrónicos, resultados de nuestras búsquedas de información y también, y por desgracia, requerimientos fiscales.
El alarmismo del anónimo Nostradamus no llegó a tanto como para predecir el retorno, en México, de los estilos porfiristas de gobernar, acaso porque tal perspectiva resultaba inimaginable en 1977. Pero las tiendas de raya están de nuevo entre nosotros bajo la fórmula infalible de los créditos a 24 mensualidades, los “científicos” ahora se llaman tecnócratas, la administración pública está al servicio de los intereses de inversionistas extranjeros y el poder panista reprime a los mineros de Cananea, 102 años después de que en esa explotación histórica se encendiera una de las chispas de lo que fue el incendio nacional que se conoce como Revolución Mexicana.