El desplome de precios ha provocado cierre de talleres familiares; aumenta la migración
Maquila de artículos deportivos, opción agotada en San Miguelito
Fabricar cinco balones toma aproximadamente una semana de trabajo y deja menos de 100 pesos
Algunos intentan subsistir con la elaboración de peras y costales de box y máscaras de luchador
Ampliar la imagen A 14 años de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en la comunidad de San Miguelito el Alto, municipio de Querétaro, se ha perdido 90 por ciento de la manufactura de balones de futbol, debido en parte a la apertura del mercado Foto: Demián Chávez
Ampliar la imagen Hoy sólo quedan siete de los casi 70 talleres familiares de fabricación de balones que hicieron famosa a esta localidad Foto: Demián Chávez
San Miguelito, Querétaro, Qro., 15 de enero. Los talleres están vacíos. Detrás de las máquinas de coser, mesas de corte y prensas ya no hay personal. Hasta hace algunos años la fabricación de artículos deportivos, principalmente balones, era la actividad económica más importante de los habitantes de esta población.
Pero los altos costos de producción y los bajos precios de los productos finales hicieron que esta actividad decayera. Antes una sola familia llegaba a fabricar hasta 5 mil balones; actualmente los pedidos no rebasan 100 unidades y los artesanos han cambiado de actividad: ahora hacen máscaras para luchadores, además de peras, costales y guantes para boxeo.
Era tal la aceptación de los productos de esta comunidad, que integrantes del equipo de futbol Gallos Blancos llegaban a entrenar cada lunes a esta comunidad.
Situado a 40 kilómetros de la capital queretana, San Miguelito es un pueblo pequeño, sin servicios básicos. Sus calles son de terracería y las viviendas están en la montaña, rodeadas de árboles y maizales.
Roberto Bárcenas fue uno de los pioneros en la fabricación de balones. Cuando apenas tenía 15 años trabajó en una maquiladora del Distrito Federal, donde aprendió el oficio. A su casa se llevaba los gajos y él y sus familiares cosían a mano los esféricos.
Fue así como su familia y otras aprendieron el oficio, que se fue trasmitiendo al resto de la población. Las maquiladoras enviaban los gajos para que los lugareños los cosieran.
Posteriormente cada familia integró su propio taller y ya no fue necesario que acudieran al Distrito Federal por los cortes, sino que ellos hacían todo el proceso: desde obtener la materia prima hasta coser y unir los gajos de los balones.
San Miguelito era tan reconocido en el país, que personas interesadas en comercializar artículos deportivos llegaban procedentes de Durango, Michoacán, San Luis Potosí y Guanajuato, entre otros estados, a comprar grandes cantidades de balones.
En un principio los productos eran de piel; sin embargo, la necesidad de reducir los costos obligó a utilizar materiales sintéticos.
Elaborar un balón cuesta entre 20 y 30 pesos y normalmente el precio de venta al público es superior a 40. Sin embargo, los intermediarios quieren pagar sólo 20 pesos. “¿Usted cree que convenga?”, pregunta Roberto Bárcenas, de 66 años de edad.
“Aquí ya se está terminando todo. La mano de obra ya está muy mal pagada, y ahora hay trabajos donde la gente gana más”. Adicionalmente, la calidad de los materiales ha bajado “porque uno gana más buscando hasta pedacería para dar (al precio) que los clientes quieren pagar”, explicó Roberto Bárcenas.
En otras ciudades los intermediarios ofrecen los balones al, público a un precio de 80 pesos, pero a los fabricantes no quieren pagarles más de 30 o 40, dice.
Ante esta situación, los hombres deciden buscar trabajo en la delegación municipal de Santa Rosa Jáuregui (a la que pertenece esta localidad), donde llegan a ganar 600 pesos a la semana. Otros se van a Estados Unidos. “Ya no conviene coser balones”, expresa Bárcenas.
Homero Balderas, de 20 años de edad, trabaja en un taller desde hace cinco años. Habla de su oficio mientras imprime logos y frases en los gajos.
Primero coloca en la plancha de corte los rollos de plástico con los que se hace el balón. Ahí corta los gajos según la medida que se requiera. Posteriormente cada pedazo se coloca en una prensa que perfora los puntos por donde pasarán las costuras que unirán las piezas.
La impresión se hace con serigrafía. Una vez impresas, las piezas se cosen a mano o a máquina. Ésta es la parte más difícil del proceso, pues si se hace a mano se necesitan dos agujas. Un balón puede hacerse en un día; “depende de las ganas que le echen”, afirmó Homero Balderas.
En una semana los lugareños pueden elaborar de cinco a seis balones cada uno, pero no ganan más de 100 pesos.
Pocos continúan en el oficio. Los jóvenes que no han emigrado a Estados Unidos viajan a la capital del estado a vender balones, a veces en las escuelas.
Asimismo, elaboran máscaras de luchador para personas que sólo pagan la mano de obra, así como peras, costales y guantes de boxeo.
Roberto Bárcenas observa su taller vacío y recuerda que años atrás las máquinas trabajaban sin cesar para entregar pedidos de escuelas, empresas y revendedores. “Se acabó el trabajo del balón”, dice con nostalgia.