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Otro campo es posible Tantas víctimas dieron mis rediles, El 2008 empezó con movilizaciones rurales que prolongan tres lustros de lucha contra el TLCAN y cuestionan las torpezas del actual secretario de Agricultura. Los campesinos protestan y con razón. Pero al mismo tiempo construyen alternativas: utopías hechas a mano que entre tanta negrura llaman al optimismo. Hace muchos años un viejo labrador nayarita me explicó que en sus desventuras mercantiles siempre había imperado la Ley de San Garabato: comprar caro y vender barato, un férreo sesgo del mercado por el cual los campesinos cada vez tienen que dar más para adquirir lo mismo. Es por eso que en los tiempos recientes los pequeños agricultores organizados se empecinan en domar los broncos e injustos tianguis nacionales y globales o cuando menos edificar a contrapelo circuitos de comercio más amables. Plausible afán que alinea en el movimiento por poner en pie economías solidarias: modos de convivencia presididos por la cooperación y la reciprocidad y no por los imperativos ciegos, sordos y desalmados de la máquina de producir y de lucrar; órdenes más utópicos que, reformistas pues en el imperio del gran dinero “economía moral” y “mercado justo” son oximorones: pares de conceptos mutuamente excluyentes. Porque en los intercambios, los productores chicos se han enfrentado siempre en desventaja con las corporaciones, pero también porque en la actual globalización neoliberal la tendencia de los flujos agropecuarios es desfavorable a los países periféricos, y especialmente al sector más pobre de sus agricultores. Si mercado justo es oximoron, comercio agropecuario inicuo es tautología. Hay en ello motivos estructurales rimados por Virgilio, explicados por Marx y condensados en una frase lapidaria por la sabiduría campesina. Pero además, en el último cuarto de siglo el sesgo del mercadeo global ha sido desfavorable a los países pobres, y en particular a sus exportaciones agrícolas. En ese lapso declinó el comercio mundial de materias primas de origen no petrolero respecto del intercambio de productos manufacturados, y los productos agropecuarios que exportan los países orilleros han visto disminuir consistentemente sus precios: 76 por ciento el azúcar, 71 el cacao, 64 el café, 60 el arroz, 59 el hule, 55 por ciento el aceite de palma; a lo que se añade una extrema inestabilidad, pues con frecuencia las cotizaciones fluctúan hasta 200 por ciento de un ciclo otro. Finalmente, en el arranque del tercer milenio los aranceles, barreras no arancelarias y medidas antidumping que los países de primera división aplican a sus importaciones, están ocasionando en las naciones llaneras pérdidas del orden de los 100 mil millones de dólares anuales, y alrededor de 20 por ciento de estas pérdidas corresponde a las exportaciones de su sector agropecuario. Decadencia, inestabilidad y asimetría agrarias que se ensañan con los más desprotegidos, pues es en el campo donde están dos de cada tres de los muchos pobres de los países orilleros y es también ahí donde se emplean seis de cada 10 mujeres que realizan trabajo asalariado. La miseria planetaria es sobre todo rural. Y en gran medida la padecen campesinos que combinan la producción agropecuaria por cuenta propia con labores artesanales, pequeño comercio y trabajo asalariado. Una parte de ellos cosecha básicos para el mercado nacional y/o para el autoconsumo, pero muchos trabajan para la exportación. Y es que durante la segunda mitad del siglo pasado, a resultas de la “revolución verde” y las políticas públicas metropolitanas, la siembra de cereales y leguminosas sufrió un dramático corrimiento, y hoy el granero del mundo son los países desarrollados mientras que muchas naciones periféricas que habían sido autosuficientes en alimentos se volvieron exportadores de materias primas e importadoras de granos básicos. Y de la misma manera, millones de campesinos que antes se autoabastecían de alimentos ahora producen para el mercado externo y tienen que comprar todo lo que comen. Dos amenazas se ciernen sobre los campesinos orilleros: Las importaciones de granos básicos a precios dumping, que arruinan su economía cerealera por lo general de mercado interno, y las fluctuaciones y caídas de los precios de las materias primas con frecuencia destinadas a la exportación. Amenazas que se agigantan porque, además de las brutales asimetrías y las contrastantes políticas públicas del centro (proteccionistas) y de la periferia (descobijadoras), el intercambio global agropecuario está en poder de grandes empresas trasnacionales; tiburones del mercado que en su vertiente cerealera acaparan cosechas y subsidios que les permiten inundar los mercados periféricos a precios inferiores a los del metropolitano, mientras que en su vertiente de materias primas establecen controles oligopólicos sobre la comercialización, por los que concentran la mayor parte de las cosechas que –industrializadas y comercializadas– les permiten apropiarse de todo el excedente generado a lo largo de la cadena productiva, incluidos los eslabones primarios. Pobres y a veces indios pero globalizados, los caficultores son vanguardia organizativa. Un sector muy importante de la agricultura campesina se ubica hoy en la producción de materias primas. Simplemente en lo tocante al café, en América Latina, África y Asia existen más de 20 millones de familias que cultivan el grano aromático, casi 3 millones cultivan cacao y varios millones más tienen huertas de palma cocotera. No miente la megacorporación alimentaria Nestlé cuando afirma que: “Cada vez que disfrute una taza de Nescafé, haga un alto y piense en cómo más de 100 millones de personas (...) han trabajado juntas para ayudarle a comenzar el día”. Y es que la trasnacional acapara 10 por ciento de las cosechas de este grano, de modo que con añadir a otra super torrefactora, Phillip Morris, y a los grandes compradores Volcafé, Neumann y Cargill, tendremos la fotografía de familia de los capos de la caficultura mundial. Si entendemos por mercados alternativos de la producción campesina no nichos de precios más favorables ubicados en el comercio convencional, como el gourmet, sino espacios de intercambio formales e institucionalizados pero regidos por una lógica distinta a la de maximizar ganancias, sin duda su vertiente más importante es la del mercado justo, por lo general asociado a la producción limpia de agroquímicos conocida como orgánica. Y en esta línea el cultivo y mercadeo del café son los de mayor trayectoria, sofisticación y relevancia cuantitativa. Así, los pequeños y medianos caficultores mexicanos, cofundadores hace 20 años de la agencia de comercio equitativo Max Havelaar, constituyen el mejor ejemplo de incursión campesina en los mercados de opción. |