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Una mirada al campo desde el cine documental México bárbaro Guadalupe Ochoa Una medalla “Premio al estado de Yucatán. 1902”, un indígena maya maniatado azotado por un capataz, un agave a contraluz, un campo henequenero bajo el sol radiante, un adolescente que gira la manivela de una máquina para hacer cordeles, son imágenes del documental México bárbaro que realizó Óscar Menéndez en 1967, en una adaptación del libro homónimo del activista y periodista norteamericano John Kenneth Turner. Han pasado cien años desde que en la cárcel municipal de Los Ángeles, California, Turner conoció a los hermanos Flores Magón y los oyó hablar de la sobreexplotación de los trabajadores bajo el régimen de Díaz. Casi un año después viajó a México para verlo “con sus propios ojos” y escucharlo “con sus propios oídos”. Aquí entrevistó a capataces y algunos de los “50 reyes del henequén”, constatando la esclavitud a la que eran sometidos más de cien mil mayas, yaquis y coreanos. Bajo el nombre de México bárbaro, el reportaje apareció en American Magazine en 1909 y dos años después en forma de libro. Fue en 1955 que se conoció en español y el mismo año la esposa del periodista, Ethel Duffy Turner, escribió la biografía Ricardo Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano. A mediados de los 70 del siglo pasado Ethel vivía en Cuernavaca en la misma privada que María Retes, en ese entonces esposa de José Revueltas, maestro del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, junto con Óscar Menéndez, a quien le sugirió comenzar la adaptación cinematográfica de México bárbaro con una entrevista a la viuda de Turner, quien conservaba textos inéditos, cartas, y fotografías de la época. Ethel falleció en 1969, pero permanece su testimonio cinematográfico. En 1967, Menéndez le presentó el proyecto a Manuel González Casanova, entonces director del CUEC, quien le autorizó hacer uso de una cámara de 16 milímetros y algunos rollos. Con esto se fue a Yucatán, donde consiguió apoyo de Cordemex, paraestatal industrializadora del henequén que Lázaro Cárdenas puso en manos de los nuevos ejidatarios yucatecos. En la península filmó la raspa y el tendido de las pencas y la corchada a mano de las sogas, los cascos de las exhaciendas, las vías de los truckers que transportaban el henequén y, con ayuda de los propios trabajadores, reprodujo algunas de las escenas descritas en México bárbaro. La cuidada cinefotografía de Menéndez ilustra sobriamente las descripciones hechas en 1908 por el periodista: el agave hace correr ríos de dinero pues los hacendados ganan ocho centavos por cada libra de hojas de henequén cuando su costo de producción no llegaba a un centavo, mientras en los campos corren ríos de sangre y los peones son encerrados en barracas y vigilados día y noche por hombres armados para que no escapen del trabajo extenuante y los castigos corporales. Durante 11 años Turner denunció la Doctrina Monroe, la complicidad del gobierno y los empresarios estadunidenses con el sistema esclavista de Porfirio y la intervención yanqui en nuestro país al servicio de los intereses de la Asociación para la Protección de los Derechos Americanos en México, que agrupaba a corporaciones como el Nacional City Bank, la Standar Oil, la Greene Cananea y la Morgan-Ryan-Guggenheim Cooper. En sus últimos escritos Turner también dio cuenta de la animadversión de la prensa estadunidense hacia los mexicanos criticando “a su gobierno y a los intervencionistas por querer limpiar de bandidos a una nación cuando no habían podido limpiar su propia casa”. Las haciendas fueron expropiadas hace 70 años, Cordemex fue liquidada durante el sexenio de Carlos Salinas y los trabajadores del henequén han casi desaparecido de Yucatán, mientras que los cascos de las haciendas fueron comprados por Roberto Hernández y algunos empresarios españoles para convertirlos en hoteles de gran lujo. Pero la situación de los campesinos de la península y del país es tan insoportable como la que existía en 1908, antes del estallido de la Revolución. El primero de enero algunas organizaciones rurales tomaron el puente fronterizo Córdoba-Américas que une a Ciudad Juárez con El Paso, Texas, en demanda de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que beneficia a Estados Unidos y perjudica a nuestros pequeños agricultores. Han pasado cien años y muchas cosas siguen igual: los campesinos sobreexplotados y el gobierno de México defendiendo los intereses estadunidenses.
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