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Abriendo brecha Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo de Oaxaca, Rosario Cobo y Lorena Paz Paredes Hace 25 años, en las huertas cafetaleras zapotecas mixtecas, mixes y chontales del istmo de Tehuantepec, nació la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), que hoy cuenta con 2 mil 400 socios de 64 comunidades y es pionera en México en la producción orgánica y el mercado justo.
Algo de historia. El café llegó al istmo desde las fincas de Chiapas que exportaban por Coatzacoalcos y Salina Cruz; a finales del siglo pasado pequeñas plantaciones empezaron a cubrir las zonas serranas. Pronto el grano fue sustento económico de algunas comunidades y gran negocio para caciques, como Ernesto Domínguez, Florentino Alonso, Eleazar Cabrera y Cuauhtémoc Osorio, que dominaban el comercio practicado por sendas de arriero. Pero en los años 70 llegaron las madereras que se llevaron los árboles y trajeron un camino de terracería, por el que luego llegaron el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé), Conasupo, Banrural y las clínicas del Seguro Social. Al abrirse opciones comerciales, se debilitaron los caciques. Pero tampoco el gobierno fue solución para los campesinos.
Nace la organización. A principios de los años 80 del pasado siglo, los sacerdotes Frans VanderHoff y Roberto Raigoza recorrieron la región buscando cómo mejorar la vida de las familias y su iniciativa cayó en terreno abonado. “En 1982 –cuentan los campesinos– nos juntamos unos 150 en la iglesia de Guevea de Humbolt. Éramos más zapotecos pero también había mixes, mixtecos y chontales, casi todos con huerta. Ahí echamos cuentas de lo que nos cuesta producir un kilo de café y vimos que eran como 92 pesos, mientras los acaparadores pagaban 37 y el Inmecafé 42 (...) Un año después, en 1983 nos arriesgamos 17 comunidades a venderle a una organización –la ARIC Nacional de Mizantla– y nos fue bien. Aprendimos que podíamos comercializar directamente, brincándonos al acaparador y al Inmecafé (...) Éste fue el origen de la UCIRI. “De esta manera los campesinos ganábamos un poquito más que con los coyotes o con el Inmecafé. Pero la mejora no era muy grande y la UCIRI no crecía. Entonces empezamos a buscar compradores por nosotros mismos (…) Así, en el ciclo 1985/86 la UCIRI exportó directamente algo del grano y al año siguiente vendimos cerca de 8 mil sacos a los consumidores europeos. Así duramos hasta 1988, año en que se acabaron los acuerdos internacionales entre productores y consumidores, y el gobierno dejó de acopiar café y de dar permisos para exportar. “Para mucho cafetaleros el fin de los acuerdos internacionales, la caída de los precios y la desaparición del Inmecafé fueron grandes desgracias. En cambio a nosotros, que desde 1984 veníamos trabajado por un mercado propio, nos benefició que se terminara el viejo sistema de permisos. “Crear lo que llamamos un mercado alternativo, no fue fácil. En Holanda conocimos a una organización de varias iglesias, que se llama Solidaridad y trabaja con los pobres de América Latina. Pero a la UCIRI no le interesa la caridad, de modo que les dijimos: ‘Nosotros no necesitamos limosnas, sólo queremos que nos paguen por el café lo que realmente vale. Lo que nos hace falta es un mercado justo’.
“Entonces, nosotros, indígenas zapotecos, mixes, mixtecos y chontales que 10 años antes apenas si bajábamos a Ixtepec, nos empezamos a apalabrar con los europeos; con gente que vive muy lejos, del otro lado del mar. Y a todos les explicábamos que lo que necesitábamos no era caridad sino una alianza entre productores y consumidores. “Los primeros pasos fueron difíciles: tuvimos que aprender a pesar café, hacer recibos y conseguir costales y camiones para el transporte. Algunos perdimos el miedo de ir a la ciudad y otros aprendieron a usar un teléfono (...) Antes, las únicas máquinas que habíamos usado eran pequeños molinos manuales y la mayoría nunca había estado en una ciudad grande. “De este esfuerzo salió la marca Max Havelaar para vender nuestro grano en Europa. El primer paquete de ‘café limpio’, de calidad Max Havelaar, llegó a los supermercados a finales de 1988, y para 1990 se hizo en Holanda la primera asamblea de productores que vendemos en el comercio justo, a la que asistió un representante de la UCIRI. “Hoy el comercio justo existe en 19 países. Y es ejemplo de que el mercado no tiene por qué ser campo de batalla donde todos luchan contra todos y el más grande se come a los chicos. El comercio justo es importante para el futuro de todos, porque demuestra que los intercambios entre productores y consumidores pueden ser fraternales y solidarios, en vez de crueles y desalmados.”
Desde 1985 la Unión empezó a cultivar café orgánico, un grano “limpio” sin agroquímicos y que también se vende en el mercado justo con un sobreprecio. Esto fue un gran cambio respecto de la ruta tecnológica en que intentó meter el Inmecafé a la organización: “Para empezar –cuentan– nos decían que teníamos demasiada sombra y nos hacían tumbar árboles, con lo que el primer año sí aumentaba el rendimiento pero después se empezaban a afectar los cafetos. En cuando a las variedades, nos daban Borbón, Caturra, Mundo Novo y otras que no se adaptan bien a nuestra zona. También nos empujaban a usar fertilizantes químicos, que le dan a la tierra una fuerza artificial pero luego hay que meter cada vez mayor cantidad para que haya cosecha. Además de que al principio son regalados pero después hay que comprarlos. “La mayor transformación que trajo la UCIRI fue abrirnos los ojos sobre el valor que tiene el cuidado de la naturaleza, enseñarnos a hacer juntos una agricultura sustentable que significa respetar a la madre tierra en vez de ofenderla.”
Y es que por los fertilizantes y pesticidas químicos, la tierra pierde fertilidad. Por eso desde hace dos décadas los campesinos de la UCIRI preparan compostas, usan abonos verdes para enriquecer el suelo, hacen terrazas para evitar que se deslave la tierra, cuidan que en la huerta haya variedad de árboles, de sombra y frutales, buenos para el café, para la fauna silvestre, pero también para la alimentación y economía de la familia. El café sin agroquímicos, que lleva más trabajo y cuidados que el convencional, es muy apreciado por los consumidores y tiene mejor precio. Hoy los caficultores de la Unión tienen más de 11 mil hectáreas con manejo orgánico. “Gracias a que abrimos brecha y a que muchos nos siguieron, hoy México es el mayor productor de café orgánico en el mundo. De cada 100 sacos de esta calidad vendidos en Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia, Dinamarca, Estados Unidos, Canadá, Japón entre otros países, 60 fueron cosechados aquí.”
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