Al rencuentro CON la palabra original
Notas sobre nahuatlismos
Ampliar la imagen La ausencia de un alfabeto ha dificultado la preservación de las lenguas originales Foto: José Carlo González
Tocayo. Juan Corominas registra la voz tocayo como de origen incierto. Sin embargo, se apresura a concluir que “como la documentación más antigua procede de España, no es posible que derive del náhuatl tocaytl, ‘nombre’”. La primera documentación que él señala corresponde al Diccionario de autoridades de 1739 (S a Z); por tanto, el año y edición no aseguran que en ese momento no hubiera penetrado ya en España este preciso vocablo procedente de América. La peregrina propuesta etimológica de la frase ritual romana Ubi tu Cayus, ibi ego Caya, es tan ingenua que obligó a Corominas a expresar que “faltan investigaciones semánticas en textos antiguos que confirmen si (esta voz) procede” de tal frase ritual. Aunque advirtió que se debía “evitar el tomar estas pequeñas cuestiones como asunto nacional”, afirmó que “no hay en náhuatl un adjetivo que pudiera servir de base a tocayo, ni se ve forma concreta de derivarlo del verbo tocayotía o del sustantivo tocaytl”. En realidad, la dificultad para Corominas era más compleja que las “investigaciones semánticas en textos antiguos”. La dificultad era comprobar, primero, la transmisión, y sobre todo, la conservación en España de una frase ritual ajena al derecho y a las costumbres religiosas y regionales de España misma, además de que tal frase ritual no proporcionaba, como Corominas lo exigía del náhuatl, “un adjetivo que pudiera servir de base a tocayo”. Dificultad insuperable, ciertamente.
Cecilio Robelo propuso la voz como nahuatlismo y la derivó de tocaytl, que en Molina es “fama, honra”. Destacó que en náhuatl la voz entraba en composición en muchas palabras con el significado siempre de “nombre”, lo que ejemplificó con la voz tacaamatl, que registró Fray Alonso de Molina como “matrícula de nombres propios”, es decir, “libro de nombres”. En el diccionario de Molina de 1555 y de 1571 aparece la voz tocayo con el sentido de “escritura firmada” y la voz tocaye con el sentido de “persona que tiene nombre”. En el ensayo presentado en 1981 en la Academia Mexicana sobre el origen nahua de varias voces que se incorporaron tempranamente al español de México y de España, Miguel León-Portilla señaló que en el diccionario de Molina la voz tocayotía se registra como “empadronar a alguno” y explicó que la palabra tocayo se forma por la raíz de tocáitl (es decir, toca), y el sufijo adjetivante -yo, con el sentido de “el que tiene nombre”, con lo cual quedaría sin sustento la caprichosa objeción de Corominas sobre la ausencia de un adjetivo en náhuatl. El Diccionario de autoridades afirmó que tocayo significaba lo mismo que colombroño, voz derivada del latín cognomen. León-Portilla apuntó, por ello, que así como colombroño deriva de cognomen, “nombre”, la forma tocayo deriva de tocáitl, también “nombre”. Ignoramos solamente cuándo tocayo y también colombroño comenzaron a tener el sentido de homónimo. Más realista, Rafael Lapesa reconoció el origen nahua de esta voz en su Historia de la lengua española desde 1955.
Será útil para el lector el siguiente comentario de Antonio Alatorre: “El DRAE se abstiene, prudentemente, de darle etimología a tocayo. Pero Corominas, aunque dice que es de ‘origen incierto’, entra de lleno en el asunto. Vicente Bastús, español, dijo en su Diccionario (1828-1831) que la palabra tocayo venía de una fórmula ritual de la antigua Roma: al llegar la comitiva nupcial a casa del novio, la novia le decía: Ubi tu Cajus, ibi ego Caja. ¡No es eso!, contestaron, a su debido tiempo, los americanistas: tocayo procede claramente del náhuatl, donde hay un tocáitl ‘nombre’ y un tocayotia ‘nombrar a alguno, llamarlo por su nombre’. Pero Corominas declara que esta etimología ‘no ha logrado convencer generalmente’ (o sea que no ha logrado convencerlo a él), e insiste en el tu Cajus. No se plantea la cuestión de cómo se mantuvo con vida una formulilla tan ajena al derecho civil y al derecho canónico de España, y se excusa diciendo que ‘faltan investigaciones semánticas en textos antiguos’. Su único argumento es éste: ‘Como la documentación más antigua del vocablo procede de España, no es probable que derive del náhuatl.’ En efecto, la primera documentación de tocayo está en el Dicc. Aut. Pero lo único que prueba es que a comienzos del siglo XVIII tocayo era ya de uso común en España.
“Aquí se impone una reflexión. Los españoles que habían residido algún tiempo en México se llevaban a España muchos usos adquiridos, y que tuvieron éxito (como el chocolate, el guajolote y aun la piocha y el llamar nene al niño chiquito). El uso del nahuatlismo tocayo entra en esa categoría: era una voz pintoresca, precisa y nueva. (Con toda razón la pesada palabra colombroño, que significaba lo mismo, cayó en desuso.)
“El argumento de Corominas contra la mexicanidad de tocayo es que ‘no hay en náhuatl un adjetivo que pudiera servir de base’. ¡Como si tu Cajus fuera adjetivo! (Además, tocayo no es adjetivo, sino tan sustantivo como primo, tío o cuñado.) Y he aquí la sorprendente conclusión: tocayo ‘más bien parece ser un término humorístico y callejero nacido en España’, en prueba de lo cual observa que ‘tocayu y tocaya eran ya usuales en bable en el año 1804’. (O sea, digo yo, que el nahuatlismo tuvo tal aceptación en España, que llegó, aunque un poco tarde, hasta el rústico bable.)”