Usted está aquí: lunes 14 de enero de 2008 Opinión Los dictadores que sirven y los que no

Matteo Dean

Los dictadores que sirven y los que no

A principios de diciembre se llevó a cabo la esperada Cumbre de Lisboa, que reunió a los 27 países de la Unión Europea (UE) con los 52 de la Unión Africana. El histórico encuentro, que sigue al primero que se realizó en 2000, abarcó varios aspectos de la relación bilateral entre los dos continentes, incluyendo el tema migratorio. Bajo el esquema europeo de frenar la migración ilegal y promover los canales legales de entrada a la UE, las negociaciones han tenido un curso absolutamente contradictorio. Si por un lado se quería reconocer el papel de la Unión Africana cual sujeto de igual dignidad e importancia frente a la UE, por el otro, los europeos fueron tejiendo relaciones bilaterales con cada país, según criterios de urgencias y debilidad de la contraparte.

Caso ejemplar de esta situación es sin lugar a dudas la posición del coronel Muamar Khadafi, gobernante de Libia. Si en otros casos la UE ha podido jugar libremente el papel de quien tiene el cuchillo –económico– por la parte del mango, con Libia el trato ha sido distinto. La relación entre Khadafi y la UE tiene historia. Los atentados terroristas en Berlín e Inglaterra, los embargos económicos y militares, los diálogos secretos entre Italia y Libia a partir de 2002, la relación del Parlamento Europeo en 2005, la visita secreta del pasado mes de mayo a Libia de la agencia de migración Frontex, son las etapas de esta relación difícil y contradictoria. Con el aumento de los flujos migratorios de África hacia Europa, Libia ha asumido un papel fundamental por ser uno de los principales países de tránsito de los miles que cada día se asoman a las costas mediterráneas en el riesgoso intento de cruzar a costas europeas. Pero no sólo eso. Khadafi ha procurado en los años 90 hacerse de un liderazgo en la Unión Africana, logrando la legitimidad de esta institución. Con el argumento panafricano, lanzado al rescate de la dignidad del continente, ha conquistado el puesto de líder moral, pero sobre todo político de esa África que quiere contar en el panorama global.

A cambio, con tal de conseguir la cooperación en el tema migratorio –más ciertas prerrogativas sobre los recursos libios–, la UE le ha reconocido ese papel, rescatando la manchada reputación del líder norafricano. Perdonados los atentados terroristas que ensangrentaron Europa entre los 80 y los 90, levantados los embargos económicos que de ellos derivaron, olvidado el reporte que el Parlamento Europeo presentaba en 2005 y que denunciaba graves violaciones a los derechos humanos en Libia –en particular hacia los migrantes–, la UE en Lisboa terminó de legitimar a Khadafi, confirmándole, por si hacía falta, como el primero y más importante interlocutor para la UE en África, papel que le confiere no sin antes haber aceptado su peculiar posición.

No son viejas sus declaraciones en las que advertía a Europa que de no resolver los problemas de los países pobres había poco que esperar además de migración y terrorismo. ¿Amenaza? ¿Provocación? No, simplemente definición de posiciones. Porque si bien es cierto que parece que Khadafi dejó definitivamente en el pasado ciertas prácticas, lo cierto es que consiguió los objetivos económicos y políticos dejando partir a los migrantes de sus costas.

Terminada la Cumbre de Lisboa, el líder libio siguió con sus declaraciones. En París no tuvo empacho alguno en contradecir al presidente Nicolas Sarkozy al declarar que Francia no tiene legitimidad alguna para hablar de la falta de respeto a los derechos humanos en Libia, cuando los migrantes africanos son maltratados en territorio galo. No se preocupó de medir sus declaraciones acerca de Darfur cuando afirmó que no permitirá que nadie se entrometa en Sudán –de sus amigos en el gobierno–, desmintiendo al primer ministro italiano Romano Prodi, que tan sólo dos días antes había dicho lo contrario. Muamar Khadafi es definitivamente una figura fuerte –que no ha perdido el tono desafiante que tantos problemas le ha causado–, sin dejar de ser el líder autoritario y represivo que Libia ha conocido en los pasados 30 años y que bien sabe aprovechar lo que tiene: pobreza, la de su gente y la de los migrantes.

Por otro lado, no dejan de saltar las contradicciones de la UE. Inglaterra deserta de la cumbre, en medio de gran clamor mediático, por la presencia de Mugabe, presidente de Zimbabwe, conocido internacionalmente por los abusos de que es promotor en su país, pero rescata y legitima a Khadafi, igualmente responsable de no respetar los derechos humanos en su país. Contradicciones –no las únicas– que se convierten en hipocresía al considerar los miles de muertos en las fronteras europeas desde que cayó el Muro de Berlín: 11 mil 529, a los cuales hay que sumar 4 mil 134 desaparecidos. En 2007, hasta noviembre, mil 500. Números que quizá no se comparan con las muertes provocadas por los “dictadores” de las cuales los gobernantes europeos hoy se indignan. Pero son cifras que no permiten a los presidentes de los 27 países de la UE hablar de derechos humanos con tanta ligereza, puesto que el esfuerzo gubernamental para resolver la cuestión de los derechos humanos de los migrantes que se hace en el viejo continente se dirige solamente a aumentar los presupuestos militares y policiacos. Todo con tal de cultivar el sueño –para ellos– de una Europa blindada.

 
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