“Devolvemos a la tierra el tributo de la vida”, señaló su hija Cibeles
Despiden entre música, cánticos y poesía a Andrés Henestrosa
La Sandunga, La Martiniana y Dios nunca muere, las notas que acompañaron al ataúd
A las 13:30 horas terminó la ceremonia en el Panteón Francés
Ampliar la imagen Cibeles Henestrosa –junto con otros dolientes– despidió a su padre Foto: José Antonio López
Una banda de viento, tres cantantes, un par de vates populares, el poeta Alí Chumacero y decenas de personas dieron el último adiós al escritor Andrés Henestrosa, cuyos restos fueron sepultados ayer después del mediodía, en el Panteón Francés de La Piedad.
En uno de los varios momentos climáticos del sepelio, alguien gritó en honor del escritor fallecido la tarde del jueves pasado, a los 101 años:
“¡Viva el maestro Andrés Henestrosa!, ¡viva el maestro de las letras castellanas!, ¡viva el hijo más grande de nuestra tierra zapoteca!” Y tres ecos de vivas no se hicieron esperar en cada uno de esos exhortos.
Incluso su hija Cibeles Henestrosa tuvo que pedir un poco de orden para poder indicar en qué posición debía quedar el ataúd del escritor, para agradecer la solidaridad de todos quienes acompañaron a la familia en estos días de luto y para decir unas últimas palabras de amor a su padre.
Cibeles le dijo a Henestrosa que con su cuerpo devolvía a la tierra el tributo de la vida, de la arcilla con que fue hecho. “Nos dejas un vacío, pero también muchas enseñanzas, una forma de vivir, una moral, una ética, el amor por nuestra tierra, por nuestras tradiciones, por nuestros semejantes”.
Y le pidió a su madre “doña Alfa”, sepultada en 1995 en el mismo mausoleo familiar, que, según las tradiciones zapotecas, recogiera y guiara a su padre en el camino que ya emprendió desde el jueves.
La armonía del caos
Después regresó el relativo caos de voces, versos, cantos y músicas. Y de entre ese concierto logró filtrarse una frase en zapoteco, y luego en español, que definía a Henestrosa como “un árbol frondoso lleno de ramas”.
Otra voz masculina alcanzó a rimar: “Henestrosa, te leemos, y a tu Oaxaca mucho queremos”. Casi al mismo tiempo, una voz femenina evocaba a gritos cómo el poeta solía pedirle La Sandunga: “Y aquí estoy, don Andrés”, decía la mujer, con ánimo de misión cumplida.
Para ampliar el mosaico que se vio en el sepelio, la banda de viento istmeña Fórmula 7, originaria de San Blas Atempa, pero radicada en la ciudad de México, interpretaba La Martiniana, son recreado en varias ocasiones durante el sepelio, como muchas otras piezas oaxaqueñas, como La Sandunga o Dios nunca muere.
Unos cohetes partieron el aire sabatino, y enseguida el músico y cantante Feliciano Carrasco interpretó, sin su guitarra, a capela, en zapoteco y luego en español, el sublime son Guenda nabáani (La vida), más conocido como La última palabra.
Por la mañana, en la agencia funeraria de Félix Cuevas, Carrasco fue uno de los dos músicos que también cantaron ante el ataúd del escritor. El joven artista juchiteco interpretó la canción Oro, coral y bambú, escrita por Henestrosa y que comienzan a retomar varios músicos.
Carrasco es además el autor de la música de Cadena de sufrimiento, un tango del escritor istmeño que había permanecido inédito y que ahora aparece en el disco conmemorativo 100 años, Andrés Henestrosa.
El féretro con el cuerpo de Henestrosa salió de la agencia funeraria rumbo al panteón antes de las 12 horas. A las 13:30 el escritor ya había sido sepultado, aunque continuaron los versos y cantos en coro de los presentes.
A las 2 de la tarde la banda de viento aún interpretaba sones en el estacionamiento cercano a la tumba, ahora con la participación espontánea de la cantante Mónica Zavala.
Junto a los músicos, Cibeles Henestrosa descansaba en una silla y despedía a los condolientes, entre ellos el poeta Alí Chumacero, quien con sus casi 90 años fue uno de los primeros en llegar al panteón y uno de los últimos en retirarse, tras despedir a su amigo.