La magia del peregrinar
El hongo popular habitante de procesiones, en especial en las del Santo Señor de Chalma, mago desde una vida anterior, tenía tres pies. Peregrinaba sobre dos de ellos, como hojas palmeadas semejante a pies de pato y el tercer pie que aparecía y desaparecía a voluntad, a toda la horrible desnudez de un pie devorado por los hongos, los callos, el pie de atleta, juanete, ojo de gallo, cortaduras, infecciones y demás clientela de los pies: la de aquellos que no llegan nunca a comprarse no unos zapatos sino ni siquiera unos guaraches y deambulan como el Nahual gracias a la magia del mágico triángulo: Xochicalco, Tepozteco y Malinalco. Es un pie aterrador. El pie de los miserables peregrinos “maquillados” por el polvo de los caminos. Parecido al de los infelices martirizados por falta de irrigación sanguínea en las extremidades inferiores. Aquel pie del hombre trípode, acerca y aleja de la mente toda idea de movimiento. Mas a pesar de todos los pesares sigue peregrinando, generando al mismo tiempo la idea de quietud absoluta, del reposo sin fin, finalmente todos somos peregrinos.
Porque el hongo no camina ni se ajetrea, no es un paseante ocioso. Ni entra en sus miras ser un vendedor ambulante en las procesiones ni servir de figura de circo. El hongo muestra a los peregrinos su tercer pie estremecedor, llagado y que, mordido por mil males al mismo tiempo, pregona el remedio a tanto dolor. Quien después de oírlo sigue sufriendo es de mente obnubilada y enemigo de la comodidad. Y si las alabanzas que nacen de su peregrinar no llegan a convencer a los espíritus peregrinos, tiene otros remedios que distribuye generosamente entre ellos. Por ejemplo, los cantos inspirados en la ventaja de la terapia social que buscan modificar desde adentro el pie enfermo.
No es un tratamiento cualquiera. No es una medicina pronto desacreditada. Es un tratamiento único, eficaz, que nunca falla, jamás engaña a nadie y brilla con luz propia como un astro sobre los otros vulgares emplastes, pastas, aceites, linimentos, cataplasmas, parches que han inventado los hombres para mitigar el dolor corporal. La terapia tripoide contacta con el dolor del alma, ese que lleva a peregrinar y peregrinar y es magia del alma, no truco barato de feria de pueblo.
Su terapia se compone de palabras que llevan a imágenes, las imágenes al dolor, el dolor al peregrinar que acaba las tristezas. No conceptualiza, no adjetiva, no engaña. Habla de una vida anterior y sus huellas. Quizá esta sencillez de composición hace que la mayoría la vea como loca y no la entienda. Es un tratamiento lingüístico lleno de sabiduría que viene de la magia de los antepasados que, El hongo tripoide muestra a los peregrinos para animarlos a curarse regresando a una vida anterior al peregrinar y seguir peregrinando con otro lenguaje. Magia del peregrinar que aleja la depresión nacional que nos invade. Lástima que muy pocos le entiendan a El hongo que aparece y desaparece su tercer pie y saber que al fin y al cabo sólo somos peregrinos, a pesar de caminar sin movimiento.