Número 138 | Jueves 10 de enero de 2008 Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER Directora general: CARMEN LIRA SAADE Director: Alejandro Brito Lemus |
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El deseo de hoy se alimenta de imágenes que son ya estereotipos. Un desfile de cuerpos atléticos, rostros afilados y ojos claros que
ostentan su carácter restrictivo. Una producción masiva de objetos de deseo que rige nuestra estética, alecciona nuestras apetencias
y acrecienta los riesgos para la salud. |
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Por redacción Rubia, alta, delgada, de piel blanca, óvalo perfecto, labios voluptuosos y ojos almendrados. El canon impuesto por las pasarelas, que se une con su correspondiente masculino: alto, brazos musculosos, espalda ancha, piernas largas y atléticas, rostro anguloso, bronceado y con ojos azules. El triunfo de la cultura occidental, la imposición de un modelo único de belleza que guía los deseos, determina obsesiones y favorece riesgos para la salud. Los personajes pueden verse en todo momento, son los protagonistas de los anuncios espectaculares en las calles y de las teleseries. No importa si las imágenes vienen directamente de Hollywood o de cualquier televisora local, los rostros y los cuerpos parecen provenir del mismo Edén de la apariencia. El privilegio es doble, además de acaparar las miradas del espectador viven para la sensualidad. Siempre dispuestos, el placer sexual parece hecho para ellos: amplios escotes, atuendos entallados que destacan promontorios estratégicos y ropa que grita el nombre del diseñador. Los contenidos netamente sexuales complementan el estereotipo, la piel parece plástica de tan tersa y la sudoración, cuando la hay, es lubricidad corporal. Los cuerpos desnudos no toleran un mínimo de grasa e incluso los vellos suelen ser desterrados. Un universo paralelo de pechos gigantes y firmes, vientres planos, abdómenes marcados y penes de erección perfecta que regalan orgasmos a borbotones. Ante la abrumadora evidencia el espectador acaba por rendirse: ellos y ellas son la belleza. La renuncia suele quedarse en la sala de televisión; la realidad permite otros muchos espacios, menos selectivos, para vivir la belleza y la sexualidad libres de la monótona perfección. Como dice la teórica feminista Naomi Wolf en su texto clásico El mito de la belleza: “La belleza es sólo visual, más real en la película o en la piedra que en tres dimensiones vivientes. El visual es el sentido monopolizado por los anuncios publicitarios, que pueden manipularlo mucho mejor que los simples seres humanos. Pero con los otros sentidos, los anuncios están en desventaja. Los humanos podemos oler, gustar, tocar y sonar mucho mejor que los mejores anuncios”. La obsesión de lo imposible El problema es que el impacto se queda y desborda los márgenes de la irrealidad. El estereotipo se auto impone como patrón y afecta la forma en que nos relacionamos. Según una encuesta realizada por la firma trasnacional de jabones Dove, entre mujeres de 18 a 64 años, de distintas razas, religiones y clases sociales de 11 países del mundo, 98 por ciento no está conforme con su físico. Sólo dos por ciento se considera apta para ser incluida en la estricta definición de belleza. El modelo se extiende como avanzada de la penetración cultural hasta lugares donde es imposible para la mayoría siquiera imaginar cumplir con sus requisitos. En Latinoamérica el estereotipo se impone dejando atrás el modelo de belleza indígena, que privilegia un cuerpo que el canon occidental hoy considera rechoncho. “En occidente, la estética privilegia la armonía estilizada del cuerpo, en el campo es a la inversa; esa estética está orientada a la obesidad. La gordura es un patrón muy fuerte vinculado al éxito”, señala el sociólogo boliviano Germán Guaygua. La verdad estricta es que pocos cumplen a cabalidad con los modelos de belleza occidental. En la adolescencia, la carga del estereotipo puede pesar en demasía, tanto a mujeres como a hombres. En Estados Unidos hay estudios que indican que a la mayoría de los hombres también les gustaría cambiar de peso, según dice Leigh Cohn, autor de libros sobre el conflicto de la apariencia en adolescentes de ese país. “Quieren perder kilos o ganar peso en forma de músculo. A muchos les gustaría ambas cosas. Con los chicos hablamos de inseguridades sobre el cuerpo —la creencia de que tu cuerpo debería lucir distinto”, señala. De hecho, muchos jóvenes tienen miedo de mostrar su cuerpo en público o en privado. Los gimnasios, los balnearios y, más aún, las situaciones con connotaciones sexuales pueden ser perturbadoras para los hombres que tienen inseguridades con respecto a su aspecto físico. Cuando el temor se transforma en miedo o en obsesión, se habla de un trastorno dismórfico corporal. Según un estudio realizado en 2007 entre varones que sufren este trastorno, algunos hombres pueden estar tan incapacitados por la imagen de su cuerpo que no pueden mantener un trabajo fijo. Y para muchos, tener sexo no es algo placentero. Otro informe reciente en Estados Unidos, este de la Asociación Americana de Psicología, muestra que las mujeres que se concentran mucho en sus cuerpos y pasan mucho tiempo preocupándose de lo que perciben como aspectos negativos, tienen más probabilidades de sufrir una serie de problemas de salud, desde ansiedad hasta mala concentración. Con las jóvenes, la carga cultural es doble, pues las representaciones suelen darles la misión única de ser bellas; su apariencia es considerada la medida para determinar sus logros. La misma encuesta de Dove muestra que 67 por ciento de las adolescentes piensa que necesita perder peso, aunque sólo 19 por ciento padece sobrepeso. Para la doctora Susie Orbach, profesora de la London School of Economics, “se debe acabar con la dictadura de la belleza, ya que cada vez son más las jóvenes que acuden a las consultas de psicólogos con problemas de autoestima que han sido capaces de dañar su cuerpo e incluso ha pensado o intentado suicidarse”. Un porcentaje muy alto de mujeres y niñas desarrollan una baja autoestima a causa de frustraciones sobre su aspecto. El riesgo de la inseguridad La satisfacción con el propio aspecto físico es fundamental a la hora de relacionarse con otras personas. La autoestima, han mostrado investigaciones una y otra vez, influye decisivamente en los riesgos de contraer una infección de transmisión sexual. “Tener una imagen corporal sana es esencial para sentirte satisfecho en el sexo. Si tienes inseguridades sobre tu cuerpo, puedes tener sexo, pero podrías no disfrutarlo”, señala Leigh Cohn. Muchos y muchas jóvenes suelen enfrentarse a la iniciación sexual en medio de la inseguridad sobre el aspecto físico. La sensación de que la pareja más que compartir la sexualidad está haciendo el favor de pasar por alto nuestras supuestas imperfecciones físicas es una señal inequívoca de que las defensas frente al VIH/sida no existen. Los hallazgos de las investigaciones lo señalan, las personas en estados de ansiedad y depresión son más susceptibles a las conductas sexuales de riesgo, en parte porque buscan reducir las tensiones a través del sexo, aun cuando no tengan un condón a la mano. La ecuación se hace más peligrosa cuando la pareja sexual o el prospecto de ligue cumple, a ojos del espectador, con los requisitos de la belleza. Ante la posibilidad de tener sexo con alguien “hermoso” cualquier riesgo se desdibuja. Asimismo, la belleza se relaciona con salud, por lo que no se considera que exista algún tipo de riesgo. Las personas que piensan que están totalmente a salvo porque creen que eligen las parejas correctas, guiados por criterios sociales —“En un antro tan exclusivo no puede haber nadie enfermo”— o por su apariencia física, motivaron una campaña de la organización civil francesa Aides, “El sida es hermoso”, que en dos imágenes muestra que el VIH/sida no se rige por los mismos criterios que la belleza occidental. Un joven de amplia sonrisa y una chava de mirada provocadora, ambos con el torso desnudo, invitan a protegerse del VIH con que ambos viven. Otra campaña de la misma organización lleva la idea al extremo. La imagen muestra a un hombre teniendo sexo con un gigantesco escorpión que está a punto de picarlo. El deseo sexual que se desboca ante la belleza de un aguijón. Nada que un condón, usado a tiempo, no pueda solucionar. Con información de www.teenwire.com y www.aides.org |
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