La crítica sin perspectiva
Hace 30 años, los militantes marxistas, como tarea conceptual, fundamental, propagandística y educativa, tratábamos de convencer de la injusticia capitalista, al carácter explotador intrínseco de este sistema económico y de que frente al discurso del progreso y la “Revolución Mexicana” era necesario el cambio y la transformación revolucionaria, socialista, para acabar en principio con la explotación y de ahí con la pobreza bajo un sistema de producción y distribución justo. La tarea no era de los líderes, sino del pueblo organizado; por ello, cada proletario debía ser consciente no nada más de su condición, sino de su responsabilidad, para juntos, como clase, liberarse. Teníamos la crítica, pero también la perspectiva.
En la crítica había alternativa y aunque nos respondían que había expansión de la clase media, estatización, beneficios de la economía mixta, el milagro mexicano y la unidad nacional, luchábamos contracorriente en la medida que nuestro análisis de la realidad concreta daba alternativa. La crítica se sustentaba, pues considerábamos tener la razón, aunque no la fuerza.
Por estar en contra de estos principios, podías ser reprimido por el priísmo, que era el heredero único de la Revolución Mexicana y de la fuerza tricolor que simbolizaba el ser mexicano. Para ello funcionaba el régimen corporativo en el campo, en la industria, en el comercio, la cultura, la educación, la prensa y la televisión.
Tímidamente empezamos a fracturar la ideología del régimen, reivindicando a Villa, Zapata y los hermanos Flores Magón; con Cuauhtémoc Cárdenas a partir de 1988 y la herencia de Lázaro Cárdenas el régimen se fracturó y una parte mayoritaria de la izquierda comprendió la importancia histórica del cardenismo y de este paso que dio armas programáticas, ideológicas y electorales de gran fuerza popular, que acabó con la mentalidad gradualista entre la izquierda y nos armó para luchar contra el incipiente neoliberalismo. En esta etapa teníamos también la crítica y la perspectiva.
La oligarquía se dividió con Carlos Salinas, quien privatizó, pero no abrió la economía como exigía la nueva doctrina, y en sustitución de la vieja oligarquía bancaria e industrial creó una nueva e igualmente protegida y parasitaria. Luego vino Ernesto Zedillo, agente de los intereses del exterior, con la misión de abrir los nichos protegidos y beneficiar la trasnacionalización. Su tarea consistió en despojar al viejo régimen de su estructura presidencialista: un cambio sin reformas, una transición sin cambios. Se cambió la cadena, no se rompió.
En estos tiempos, las cosas han cambiado: hay una crítica incesante y generalizada, pero sin perspectiva. Hoy, fuera del espíritu de foxilandia (todo está bien y es maravilloso), hay una idea generalizada de que todo está mal y hasta los escándalos abonan en favor del ambiente deprimido. Escándalos como los del Pemexgate son acallados por los Amigos de Fox y ambos quedan impunes tras la solución discrecional, presidencial, al asunto del desafuero en abril de 2005. Hoy el escándalo de los pederastas en la Iglesia se acalla irrumpiendo con gritos en la Catedral, dejando establecido que toda crítica al clero es “intolerancia religiosa”. La crítica sin perspectiva termina trabajando para el enemigo.
La llamada izquierda, secuestrada por facciones del viejo priísmo estatista y neoliberal, ha impuesto un tono estridente, colérico, a la crítica, pero sin perspectiva. Es una crítica que hace aparecer a la derecha gobernante como única opción tras los desfiguros teatrales de la “presidencia legítima”, que después de haber empatado la elección con votos abandona el terreno y deja el campo libre de gobierno a los enemigos que dice combatir desde un discurso insurreccionalista, más teatral que efectivo.
La crítica iracunda sin perspectiva se hizo discurso insurreccionalista, dando la razón a quienes han optado por la vía de las armas; pero cuando éstos realizan acciones, el deslinde es generalizado y entonces se dice que la crítica y el análisis de que las instituciones no existen “es una lucha pacífica” y corre a refugiarse en el Congreso o a entrevistarse con los oligarcas para matizar que se está en contra de la estructura política, pero no contra las económicas.
La crítica sin perspectivas y la falta de una visión programática propia de largo plazo hace de la izquierda un amasijo que concentra el resentimiento social que no necesariamente deriva en fuerza progresista y en darle margen de credibilidad a las fuerzas del viejo régimen, que funcionan gracias al vacío y al hecho de que el país fracase.
Teórica y políticamente en toda transición debe haber un perdedor y las nuevas fuerzas, aunque sean de polos radicalmente contrarios, deberían ponerse de acuerdo en el nuevo país, sus instituciones políticas y económicas; pero como esto no se da, entonces la crítica sin perspectiva se convierte en un abono para las fuerzas del viejo régimen, que hoy viven con oxígeno prestado.