Usted está aquí: lunes 7 de enero de 2008 Deportes Morante se llevó 2 orejas ratoneras y El Pana una cornada, bronca y apoteosis

TOROS

Mansos rajados y sin cuernos, los de Martínez echaron a perder el mano a mano

Morante se llevó 2 orejas ratoneras y El Pana una cornada, bronca y apoteosis

La policía impidió que Vicente Pastor cantara un pasodoble; tenía permiso del GDF

Lumbrera Chico

Ampliar la imagen El Pana, cornado durante la lidia de ayer en la Plaza México El Pana, cornado durante la lidia de ayer en la Plaza México Foto: Jesús Villaseca

Un escalofriante par de Calafia en tablas, un estatuario muletazo del péndulo en el centro del redondel, dos trincherazos con toda la hondura poética del mundo y, al mismo tiempo, en alto contraste, dos señoras broncas por sus yerros ante sus primeros dos enemigos y, como remate, una tremenda cornada en la ingle derecha, ese fue el saldo de la actuación de Rodolfo Rodríguez El Pana, torero de época, ayer en la Plaza México.

Por su parte, Morante de la Puebla cuajó una soberbia serie de doblones de oro macizo y una pincelada de antología con la franela en la diestra, y paren ustedes de contar, porque no hubo más en el descolorido mano a mano de los temperamentales diestros, parias cada uno en lo más bajo de la escala social de sus respectivos países, gitano uno, prieto y naco el otro, pero ambos con estatura y talante de príncipes en el reino del arte de Cúchares.

Del resto, más valdría mejor ni hablar. El verdadero empresario del coso, el siempre nefasto Rafael Herrerías, trajo un sexteto de mansos rajados y sin cuernos, de la dehesa de Manolo Martínez, que huyeron y rascaron toda la tarde, pero provocaron cinco tumbos debido al trasiego desmedido de Rompun, la droga que se les da a los caballos de pica para facilitar su manejo, y que ayer les fue administrada excesivamente, por lo que se derrumbaron cinco veces patas arriba al primer empujón.

Como digno comparsa de tamaña zarzuela, el juez Gilberto Ruiz Torres hizo nuevamente gala de su vocación de servicio en favor de la empresa al aprobar a tan lamentables reses, y hacerse eco del malestar que a la aristocracia le causan los modales de El Pana, castigándolo de la manera más injusta con la devolución de un toro vivo, luego de tocarle un primer aviso a media faena, y con todo rigor los dos restantes cuando la bestia corría desesperada por la arena tratando de escapar con desesperación.

En cambio, como de costumbre, no pudo sino hincarse ante los designios patronales y concederle a Morante dos orejas absolutamente ratoneras, una tras la lidia del cuarto y otro a la muerte del sexto, decesos que fueron causados por estocadas defectuosas, y al cabo de faenas de relumbrón, sobre las puntas de los pies, con la muleta a media altura para que no se le cayeran los mansos, y tapándoles la salida para que no se le fueran.

Si todo lo anterior dejó una sensación de oprobio ante tanta impostura, nada fue tan deprimente como el desconocimiento que exhibió la gran mayoría del público al gritar “¡toro, toro!”, al segundo de El Pana, que resultó ser el peor de los seis y que se refugió en toriles desde su salida, y en el tercer tercio se iba trotando de un burladero hasta el otro porque no quería enterarse de nada. Y a esa bazofia con pezuñas y sangre de cabra los señoritos de sombra la llamaban “¡toro!”, al igual que los borrachos de las alturas, y era como si en un pizarrón estuviera escrita la letra “a” y todos los alumnos corearan “beee”, haciéndose los doctos.

Quien no podía quedarse atrás, naturalmente, fue el mozo de estoques de Herrerías, Víctor Leal, que se pasó por el arco del triunfo un permiso concedido con todos los sellos y firmas por la delegación Benito Juárez para que el reconocido cantante de ranchero, Valente Pastor, entonara un pasodoble que la banda de música de la plaza pensaba estrenar en honor de El Pana.

A fin de impedir que se celebrara el merecido homenaje al poeta de Apizaco, Leal rodeó al cantante con cuatro policías, que no le permitieron ni siquiera ir al baño y mucho menos subir al palco de la banda, y no le importó que el artista hubiera pagado de su bolsillo el boleto de avión en que vino de Guadalajara, ni el permiso oficial que traía, por lo que no debe descartarse que Valente lo demande por daños y perjuicios.

De tal modo transcurrió la décima corrida de la temporada de la miseria, que en realidad debería contar apenas como la tercera, tras la inauguración, el 4 de noviembre, en que se presentó José Tomás, y a los ocho, Alejandro Talavantes, que aquí nomás no dio color, y después de eso nada.

Dentro de dos fechas, Herrerías y Leal habrán ofrecido las 12 tardes que ampara el derecho de apartado y podrán bajar el telón sin haber cumplido con el compromiso de traer a Sebastián Castella, El Juli, César Rincón y otros por los que la gente desembolsó más de 20 millones de pesos, a cambio de los cuales no ha obtenido ninguna retribución verdadera.

Claro que con un público como el de ayer que donde estába escrita la “a” decía “beee”, lo más probable es que nadie se ofusque ni se aflija ni se afloje.

 
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