Usted está aquí: lunes 7 de enero de 2008 Opinión La robotización

Aline Pettersson

La robotización

¿Cómo no estar más que preocupados por la educación en nuestro país? ¿Qué resultados se avistan? Si desde tiempos inmemoriales el ser humano ha luchado por transmitir sus conocimientos arduamente conseguidos, ¿cómo aceptar callados esta reducción tan triste? Porque habría que tener en cuenta no sólo los progresos de la técnica, sino también los caminos del espíritu. Eso que nos hace humanos.

Antes las escuelas pretendían legar la sabiduría, en todos los órdenes, de los mayores a los jóvenes, ahora esto es inalcanzable y, por tanto, en la enseñanza se elige, pero no necesita recortarse ésta de forma despiadada. Entiendo que hoy no sea posible abarcarlo todo, pero no entiendo por qué cercenar lo que tiene que ver con un legado humanístico. Es decir, que si, por ejemplo, el civismo, la historia del país ya no resultan materias relevantes, entonces, ¿dónde apoyar el crecimento del espíritu? Si la aproximación a la creación artística no halla espacio en el aula, ¿cómo pretender hacer ciudadanos pensantes y sensibles? ¿Es que no se desea hacerlos pensantes y sensibles? Evidentemente no.

Se me dirá que lo tecnológico ha llegado para sustituir aquellas materias, y yo me duelo del estado robotizado de la población. Y ni siquiera se trata de robots muy complicados, basta escuchar las respuestas de los jóvenes empleados de cualquier sitio. Su incapacidad para salirse del esquema. Su incapacidad para tener una respuesta inteligente en torno a cualquier circunstancia que se aleje de lo programado.

¿Será ese tipo de ciudadanos los que el país requiere? ¿Será que puede prescindirse de esa otra parte del pensamiento? ¿Será que sólo se espera contar con gente apta para responder en automático?

La deficiencia de la educación se permea en todos los rangos sociales. La mirada vacía de la gente, cuando se tocan ciertos temas, es aterradora. Hay tal indiferencia que pareciera que se tratara de otra cepa humana cercenada de sus capacidades completas.

Y luego, se publican los resultados de exámenes de competencia, pero, ¿es posible suponer que el mismo grupo de niños enseñados por el mismo grupo de maestros, con el mismo programa educativo puede cambiar realmente las cifras de un año al otro?

¿Y qué sucede con la ortografía y con las matemáticas tan defectuosamente asimiladas? El corrector ortográfico en la computadora, la calculadora, pero, ¿bastan estos aparatos? ¿Y qué con quien no tiene acceso a ellos? ¿Está basada la transmisión de conocimientos en su presencia? ¿No sería prudente que los niños aprendieran las reglas?

Cuando observo las aulas en la televisión y veo a los estudiantes pulcramente uniformados en sus pupitres, quisiera imaginarlos con amplios recursos educativos, pero sé que no es así. Y no lo es en las escuelas oficiales, pero tampoco en las de paga. Hay un desinterés tan flagrante en los adultos que ello se refleja inevitablemente en los alumnos.

¿Los años de estudio elemental –para muchos los únicos– no deberían abrir a los niños las puertas amplias de la vida? Se trata del único tiempo con el que cuentan muchos individuos para forjarse mediante la escuela. Entonces, ¿por qué reducirles sus posibilidades? ¿Por qué no hacer de ellos ciudadanos más aptos para la vida? ¿Será que se pretende solamente hacerlos seres incompletos con sus capacidades disminuidas hasta extremos lamentables? Robots en la línea de una fábrica, ahora largamente sustituidos por los verdaderos robots.

Seguramente se podrá argüir muchas razones de falta de tiempo escolar o de infraestructura docente defectuosa, pero no veo el deseo de mejorar este estado de cosas. Pareciera que a quienes tienen la educación entre las manos no les preocupa.

Y, mientras, enfrentarse vez a vez con jóvenes perfectamente apáticos hacia un pensamiento más profundo, a quienes no culpo, porque no se puede anhelar lo que se desconoce. Culpo, sí, a sus mayores que decidieron por ellos y que los privaron de convertirse en seres más plenos.

 
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