Disquero
Los confines del tiempo
Durante una secuencia que hilvanó música de autores que rebasan lo místico hasta alcanzar lo metafísico, el Disquero presentó la obra del estoniano Arvo Pärt, el placo Henryk Nikolaj Gorecki (se pronuncia Guresqui) y, entre otros más, del inglés John Tavener, uno de los grandes maestros del arte de la música hoy día, cuya producción está en activo y de quien en México acaba de aparecer una de sus obras maestras en los estantes de novedades discográficas.
Se trata del álbum titulado Tavener. Fall and Resurrection, que registra el estreno mundial de esta obra de dimensiones colosales y cuya ambición es desmedida en cuanto a su compleja simplicidad y afanes temáticos y filosóficos pero humilde en cuanto a la manera de abordarlo, al punto que el logro significa una impronta, un discurso sonoro similar a un grueso tratado del más profundo de los filósofos (nombre usted al que prefiera. ¿Kant? ¿Heidegger? ¿Montaigne?). Antes de desglosar su contenido, hay que decir lo fundamental de este disco: está perneado/ atravesado/ hendido/ sacudido/ impregnado/ bendecido por un tema motívico de poderes inenarrables, una suerte de cantinela que proviene de un sueño en otra vida, una melodía lejana, lejana, que se escucha tan lejana pero tan lejana que no pertenece a este mundo.
Es una sucesión de notas tenues, sinuosas, suaves, casi acuosas, que resbalan/ se desgranan/ despetalan como el sonido de alas de colibrí zumbando el aire, un puñado de pétalos de rosa cayendo sobre un cojín de terciopelo rojo, una mariposa que aletea bajo la luz del sol, la Luna brillando encima del centro del lago en medio del bosque. Un sueño.
Como la obra, que posee las cualidades de una cantata, oratorio, sinfonía con voces monumentales, se titula Muerte y resurrección, hay un guiño innegable por allí a la Sinfonía Resurrección de Gustav Mahler.
La ambición temática de esta obra catedralicia la describe el propio John Tavener en el cuadernillo del disco así: “Fall and Resurrection busca compendiar, apenas en unos parpadeos, todo lo que ha ocurrido desde los orígenes del tiempo y aun antes de que existiera la noción del tiempo. De manera que la partitura inicia en el total silencio, en el Paraíso de Dios. Y después del silencio se escucha también una espiral de notas hondas que se sumerjen en un quieto caos donde todas las potencias del bien y el mal se escuchan y después de una secuencia musical de unos cinco minutos la música viaja feroz, en disonancias hacia una colosal tormenta. Esas potencias del bien y el mal conllevan toda su carga metafísica en tal proliferación de notas que no pueden ser percibidas por el oído humano”.
Los diversos materiales de los cuales parte Tavener provienen de cantos bizantinos, los textos de John Milton en El paraíso perdido, los salmos de David y en general del logos más antiguo, antes del tiempo.