El ambiente te jala; encuentras droga más facilmente, dice el joven americanista
El barrio es a veces un escollo; en Tepito se vive muy rápido: Woody
Bermúdez se queja de que los buscadores de talentos no se fijan en las colonias humildes
Los vecinos me felicitan, me dicen que siga poniendo en alto el nombre de la Guerrero, dijo Villaluz, a quien en la prepa no le creían que era futbolista hasta que lo vieron campeón Sub-17
Ampliar la imagen Iztapalapa, barrio donde vive el americanista Juan Carlos Mosqueda Foto: Marco Peláez
Ampliar la imagen El Woody está orgulloso de proceder del barrio de Tepito Foto: Marco Peláez
César Villaluz, Juan Carlos Mosqueda, Christian Bermúdez y Armando Sánchez empezaron a jugar en la calle y tienen muy presente el esfuerzo que realizaron para llegar a la primera división.
Es que, a diferencia de lo que ocurre en Sudamérica, en México la pertenencia a un barrio puede resultar un escollo por distintas razones que van del estigma a la más básica necesidad de garantizar la supervivencia.
“La verdad es que en el barrio hay excelentes jugadores, pero los que se encargan de llevar a la gente a los clubes no van a darse una vuelta por allá, no van a fijarse en los barrios humildes, que es donde está el talento”, señala tajante el Hobbit Bermúdez.
“Hay jugadores que son buenos, pero la gente no los ve y se quedan ahí por falta de oportunidades o porque uno no las quiere buscar”, apunta el juvenil Mosqueda.
Constancia y disciplina
El atlantista agrega que otros se frustran antes de intentarlo “por falta de recursos, porque mantienen a su familia, deben trabajar y casi no tienen oportunidad de ir a probarse a los clubes, porque eso es estar allá tres semanas, un mes, y ellos no pueden hacerlo porque tienen que sustentar a los suyos”.
“Aquí en Tepito se vive muy rápido. Los chavos se juntan desde los 15, 16 años, y desde muy chiquitos están teniendo bebés”, dice el Woody, asombrado porque la mayoría de sus amigos de la infancia ya tiene pareja e hijos.
“Y luego el ambiente te absorbe. Aquí a las drogas las puedes encontrar en más lugares que en otras colonias y también hay dizque amigos que te jalan. Es muy padre estar aquí, pero se vive muy rápido”, insiste el jugador americanista.
El entorno que brinda picardía en el juego también dificulta la disciplina para dedicarse por completo, coinciden.
“Cuando yo empecé había muchos que tenían cualidades, que jugaban bien, pero todo esto lleva tiempo y a algunos no les gusta ir a entrenar, se desesperan, no aguantan, se van haciendo a un lado”, cuenta César.
La carrera de un futbolista de barrio “sí es más complicada”, concluye el More.
Los cuatro jóvenes describen su colonia con una sonrisa.
“Aquí la gente se divierte mucho, a los jóvenes le gusta andar en la calle conviviendo con los cuates. Este barrio es muy transitado y digamos que no es aburrido”, dice Mosqueda sobre Iztapalapa y recuerda que con sus amigos “de repente salíamos a buscar fiestas, algunos 15 años donde no nos habían invitado”.
En la colonia Guerrero “a todas horas hay ruido, niños, música”, señala Villaluz, mientras el Hobbit menciona que Ecatepec “es muy futbolero, siempre nos reuníamos en las tardes para hacer la reta y si no había clases me la pasaba todo el día jugando”.
En Tepito “hay gente muy trabajadora y otra que no les gusta”, comenta el Woody, quien asegura que a pesar del contrabando hay muchas personas que se esfuerzan por mejorar.
La historia de la familia Villaluz-Martínez, encabezada por Porfirio y María, carpintero y ama de casa, se vincula con el terremoto de1985 y, por una fortuita coincidencia, está signada por el futbol desde aquel año.
Un edificio se derrumbó en la calle Zarco y ellos participaron en la construcción de una vecindad en ese espacio. El dato curioso es que la FIFA subvencionó la edificación de la casa donde un año después nació César.
Los futbolistas aseguran que el trato con los vecinos es bueno desde la infancia y una visita a sus barrios basta para toparse con recurrentes saludos y sonrisas de orgullo ante su éxito. Hoy empiezan a ser figuras públicas, pero eso no significó cambios en los vínculos, aunque sí palabras de aliento.
“Ya me ubican más, me felicitan y me dicen que siga poniendo en alto el nombre de la colonia para cambiar un poquito la mala imagen”, comenta Villaluz, embajador de la Guerrero.
Ante la pregunta por su futuro previendo mayores ingresos, la respuesta es siempre la misma: “me gusta estar aquí, lo disfruto, pero uno siempre quiere mejorías para la familia”, dice el More; “uno siempre aspira a más y la idea es poder tener otra cosa mejor”, comenta Villaluz, y el Woody culmina: “yo por mí, me quedaría aquí toda la vida, pero quiero sacar a mis papás porque siento que estarían más tranquilos en otro lado”.
César
Al entrar a la casa de los Villaluz resulta imposible evadir una pared repleta de fotos, notas periodísticas, trofeos y banderines. César preside el altar familiar, donde también aparecen retratos de sus dos hermanos y sobrinos. Le quedan pocos exámenes para terminar la preparatoria, donde no le creían que era futbolista hasta que lo vieron coronarse campeón mundial sub-17 y colgaron una manta que decía “aquí estudió César Villaluz”.
More
Amable y sereno al hablar, el More piensa antes de responder a una pregunta. Quiere a su barrio pero también sabe que en la calle hay distracción, por eso insiste en que él ya no sale mucho.
En el patio de su casa, dos perros juegan entre algunos trofeos dispersos y el uniforme del América se seca al sol después de un día de entrenamiento. Con su primer sueldo, que fueron unos mil 200 pesos, compró pantalones, playeras y tenis.
Armando
Para llegar a la casa natal del Woody, en la calle Fray Bartolomé de las Casas, hay que internarse en el mero tianguis de Matamoros, en el barrio bravo. Frente a su puerta, un mural de graffiti que reza: “Tepito, último reducto de resistencia indígena durante la conquista, libra hoy otra batalla”.