Sobreviviente prehispánico
Cualquier rincón de los Andes es territorio de este cultivo; en Bolivia le dedican un museo
La hoja de coca, símbolo de resistencia de los pueblos andinos
Evo Morales propone que entre al escudo de la nación sudamericana; ahí se vende como cualquier producto
Impulsan en la ONU levantamiento a la prohibición de producirla
Simpatizantes ponderan sus virtudes nutricionales y la facilidad para sembrarla y cosecharla
Ampliar la imagen Uno de los productos que se elaboran con la hoja de coca y que tienen gran aceptación en Bolivia: caramelos Foto: Archivo
Ampliar la imagen Enmarcada por artesanías locales, la entrada del Museo de la Coca Foto: Archivo
Cusco, Perú. El aroma de la hoja de coca se expande en el ambiente. Salas de espera de autobuses y trenes, oficinas de servicios públicos, locales comerciales y el aliento de mujeres y hombres quechuas y aymaras está generalmente permeado por la fragancia amarga de un arbusto de la cordillera de los Andes, nacido silvestre, ahora casi proscrito.
Confundida con la cocaína y sometida a una visión prejuiciosa y errada que la equipara con la causa de una adicción, la hoja de coca es al mismo tiempo el eje de un movimiento de resistencia cultural, de expresiones contraculturales y de aplicaciones tecnológicas en las industrias alimentaria y farmacéutica.
Todo eso, a pesar de que la llamada Guerra contra las drogas la tiene en la mira desde hace tres décadas y criminalizó su imagen.
Cualquier rincón de los Andes es territorio cocalero. En estanquillos de Cusco o Lima, junto a botanas de maíz, hay dulces envueltos en celofán, con una etiqueta donde destaca una hoja ovalada de tono verde olivo y un anuncio que dice: “revigoriza”.
En mercados de ciudades andinas, como Potosí, Bolivia, la hoja de coca está a la vista y se vende como cualquier otro artículo.
La gente prepara infusiones o mastica el vegetal para extraerle, junto con su sabor amargo, intenso, todas sus propiedades alimenticias y estimulantes; se trata de un uso ancestral que en Perú y Bolivia denominan con la palabra quechua acullico, cuyas evidencias arqueológicas se ubican en el año 2200 antes de nuestra era, en las tierras bajas de Valdivia, cerca de la frontera entre Ecuador y Perú.
“Es algo autóctono, de nuestros ancestros; por eso reivindicamos la coca, porque es un producto que está en nuestros genes”, dijo Fredy Olivera, dueño de una pequeña fábrica de caramelos hechos a base de la hoja, en Cusco, quien sostiene que la industrialización es parte de la defensa cultural.
La coca es un vegetal que crece entre los 400 y mil 800 metros sobre el nivel del mar, pero la producción mundial de alrededor de 300 mil toneladas se concentra en los Andes, sobre unas 180 mil hectáreas, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Es una planta resistente, capaz de sobrevivir en temporada de secas, en tierras de pobres nutrientes. La yerba (científicamente conocida como Erythroxylum coca) es sobre todo generosa, no sólo porque sus hojas se pueden cosechar tres o cuatro veces al año, sino porque es portadora de vitaminas A, B y C, calcio, hierro y fósforo.
Salvo excepcionales plantíos en Brasil, Guyana, Venezuela, India y Madagascar, la mayoría de los cultivos están en Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia.
Perú es el país donde se asienta la mayoría de las pequeñas empresas que industrializan la planta, con una compañía estatal a la cabeza de ese proyecto, la Empresa Nacional de la Coca (Enaco), que tiene el monopolio legal de la comercialización a granel e industrializa productos como el té de coca, que es de lo más común en los anaqueles de tiendas de abarrotes.
Más que una superstición
“Para muchos (la coca) podría ser sólo una tradición o una superstición. Pero es uno de los vegetales más alimenticios del mundo. Esto lo descubrieron científicos de la Universidad de Harvard, y el Instituto Boliviano de la Altura ha encontrado que los efectos son sumamente benéficos. Regula la circulación de la sangre, evita la trombosis. Hay mayor absorción de oxígeno en el cerebro, cura y previene la osteoporosis”, dijo Sdenka Silva, socióloga, cofundadora del Museo de la Coca en La Paz.
La industrialización de la coca se ha extendido también a la producción de galletas y panes de harina de coca, tan populares en Perú y Bolivia como en Colombia, donde inclusive hay empacadoras.
Pero si Perú ha tomado una posición más agresiva en la producción industrial, Bolivia ha tomado la iniciativa diplomática para revertir una decisión de la ONU de 1961, que impuso límites a la producción de coca en los Andes, donde la cultura aymara de Tiwanaku, a orillas del lago Titicaca, consagró la hoja de coca hace dos mil 500 años.
Un estudio patrocinado en 1951 por un banquero de apellido Fonda llevó sin objeciones de los gobiernos boliviano y peruano de entonces a la conclusión de que la coca era causa de retraso mental. Con base en esa información, Naciones Unidas lanzó una campaña de erradicación en Perú y Bolivia, aduciendo que era el origen de la pobreza en esos países y de la drogadicción en el mundo.
Un siglo antes, la valoración de la coca era diferente. Los europeos la importaban en grandes contenedores de barco para producir el vino Mariani, en Francia, y como derivado de esta idea, el farmacólogo John Pemberton, en Atlanta, Estados Unidos, creó la bebida que finalmente se transformaría en la Coca-Cola.
Las industrias farmacéuticas europea, estadunidense y japonesa, que es junto con Coca Cola la principal compradora de la hoja, también redescubrieron las propiedades anestésicas que las antiguas culturas andinas le dieron para realizar trepanaciones con fines rituales y religiosos.
“La estrategia de la Guerra contra las drogas impulsada por el gobierno estadunidense desde finales de los años 70 se basa en la erradicación de la hoja, con el supuesto de que es la causa de que exista la cocaína y también proponiendo que es la manera de acabar con el consumo”, dijo Silva
La socióloga suele ejemplificar la confusión sobre la coca y la cocaína con un símil entre la hoja y la uva.
“Te puedes comer las uvas que quieras y no terminas borracho. Por eso es que a nadie se le ocurriría prohibir la producción de uva. Pero en los Andes está limitado el cultivo de la hoja de coca y su comercio internacional está prohibido, salvo para el monopolio de la Coca-Cola y de 32 países –ninguno latinoamericano– que tienen el derecho a producir legalmente la cocaína”, explicó la socióloga.
Fracasa política de erradicación
A la fecha, informes oficiales de la ONU muestran que la política de erradicación sólo ha logrado que las plantaciones sean intensivas. En la década de los 90 la superficie plantada disminuyó de 280 mil a 180 mil hectáreas, pero el volumen de producción se mantuvo en alrededor de 300 mil toneladas, lo que abarca tanto la cosecha considerada ilegal, como la autorizada para alimentos y rituales andinos.
El Museo de la Coca, que difunde información desprejuiciada sobre la hoja y marca la diferencia con la adictiva cocaína, ocupa un espacio pequeño, sin lujos, donde los visitantes pueden degustar la hoja mientras observan las mamparas.
Hasta este año, el museo había sido un puntual símbolo de la resistencia cocalera dentro y fuera de Bolivia, con exposiciones itinerantes. Pero desde septiembre del año pasado fue el presidente boliviano, Evo Morales, quien llevó hasta la ONU la defensa de la coca y la necesidad de revertir la política restrictiva de 1961.
También es Morales, un líder cocalero de ascendencia aymara, quien propuso en abril pasado que la hoja de coca pase a formar parte de los iconos del escudo nacional de Bolivia, al lado de la llama y el cerro mineral de Potosí.
“El hecho de pasar al escudo de Bolivia representaría un reconocimiento a lo indígena, porque el escudo boliviano ha tenido siempre simbolismos europeos (laureles, por ejemplo). No es casual que el primer presidente indígena en América del Sur, Evo Morales, llegara a ese sitial (en enero de 2006) defendiendo la hoja de coca”, dijo la socióloga.
Morales formó un movimiento político en la región del Chapare, una de las dos principales productoras de coca, junto a Los Yungas, convertidas en el blanco central de la Guerra contra las drogas en Bolivia.
Cocalero, documental de 94 minutos del brasileño Alejandro Landes, estrenado en mayo pasado en Bolivia y Argentina –programado para México en febrero de 2008–, es una muestra de la lucha de Morales, quien hizo de la hoja su medio de vida y una bandera contra la injerencia externa en los asuntos de los bolivianos.
La gran batalla contra la política de erradicación de la coca tendrá lugar en la ONU en 2008 y para ello, Bolivia –y en menor medida Perú y Ecuador– preparan sus argumentos en contra de los límites a la producción y el monopolio comercial mundial, encabezado por Estados Unidos, Alemania, Francia y Holanda.
Esperan menos restricciones
Industriales andinos como Oliveira saben que la producción de más mercancías a base de coca está sujeta a las decisiones en la ONU y al monopolio comercial de Enaco, en el caso de Perú, pero tienen la expectativa de menores restricciones.
“El problema es que hay degeneración cuando utilizan la hoja para producir cocaína. Lo que tenemos que hacer es promover el consumo de manera más científica, con orden”, dijo el empresario, que dice vender un millar de paquetes diarios de los caramelos Vida.
Pero además de la industrialización, la resistencia cultural y la lucha política, la hoja de coca también se ha convertido en un símbolo de contracultura.
Conductores de minibuses en La Paz, negros colombianos, campesinos brasileños o jóvenes bolivianos de las ciudades recurren a la coca como un alimento alternativo; mujeres jóvenes en varios países de Sudamérica usan aretes hechos con hojas de coca envueltos en plástico cristalino.
Aunque con elementos comerciales, la batalla contra la desinformación causada por la Guerra contra las drogas también se refleja en la venta de playeras estampadas que en el pecho muestran una hoja de coca, con una leyenda que advierte: “La hoja de coca no es droga”.
“El uso de la coca es creciente”, consideró Silva. “Esas camisetas que venden estampadas con hojas de coca podrían ser parte de la contracultura; las hacen muchas personas, pequeñas empresas, buscando quizá una redición del concepto de cultura. Ojalá que más allá del concepto de consumo y comercio, se reconozcan también las raíces indígenas.”