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La narcocultura en Sinaloa
Los inicios del narcotráfico en Sinaloa datan de principios del siglo XX; sin embargo, a partir de la Segunda Guerra Mundial –con la exportación de derivados del opio para abastecer a las tropas aliadas estadunidenses— es cuando se gesta una red delictiva, posterior a la expulsión de las mafias chinas en 1931, y cuando paralelamente comienza a extenderse, de la serranía a la ciudad, todo un conjunto de expresiones sintomáticas del “vivir fuera de la ley”.
Es así como nace en la región lo que hoy conocemos como narcocultura. Sin duda, expresión que condensa el arquetipo del traficante norteño, y que se ha popularizado hoy en varios sectores de la sociedad que no se encuentran intrínsecamente vinculados al contrabando, pero que ven con simpatía o simple normalidad esta singular forma de identificación. El narcocorrido; Jesús Malverde y su filantropía al outsider; códigos morales basados en honor, venganza, prestigio, lealtad, bravura, astucia, etcétera; la narcolimosna a organizaciones civiles y particulares; la industria cinematográfica del videohome y sus narcopelículas, o el gusto por lo ostentoso, tienen su matriz en este fenómeno. La construcción en los pasados 30 años de un imaginario colectivo alrededor de la narcocultura implicó que no sólo los traficantes y sus redes familiares compartieran estas expresiones. La difusión de hazañas, modas, formas de legitimación y códigos de conducta, ha generado en la sociedad sinaloense una apropiación, un signo de referencia cultural y, con ello, una redefinición de las identidades regionales. En estas condiciones, es posible percibir un proceso de “normalización”, tanto en la sierra, volcada al cultivo de marihuana y amapola, como en las ciudades. Así, el traficante y la narcotización de la cultura ya no responden a una lucha de antagónicos como en los años 70: Estado y Poder Judicial versus mafias, en posicionamiento mercantil. Ahora es todo lo contrario, el fenómeno fue condensando sus discrepancias en cúpulas dirigentes: la narcopolítica sinaloense y la nacional. Durante mucho tiempo, la fama de los traficantes comobandoleros del pueblo legitimó ante la sociedad parte de sus actos transgresores. Los narcos de “la vieja guardia”, carismáticos, redentores y generadores de política social, han sido sustituidos por una nueva generación de jóvenes narcos urbanos: los narcojuniors. La narcocultura actual cobra nuevos matices así al expresar las hazañas de los narcojuniors, hijos de los traficantes de antaño, pero indiscutiblemente, en su mayoría, nacidos en la ciudad.
Éstos son los nuevos representantes de la última casta de mafiosos sinaloenses de origen rural: la más reciente generación de actores del medio urbano, que reconstruyen su identidad a través de un descarado y cínico orgullo del “ser narco”, de la pretensión y el hedonismo a ultranza; sin embargo, el decálogo del honor, el respeto a la familia y a la comunidad y la mesura en el negocio del contrabando, toman un papel menos importante que cuestiones tales como el despilfarre de dinero, la parranda y la agresión a los que otrora fueran sus bases sociales, los marginados.
Por esto es que para comprender el fenómeno cultural es necesario –especialmente en regiones enraizadas en el negocio del tráfico-- alejarnos de las representaciones tradicionales, pues esta expresión se encuentra desde la década de los 90 en una clara readecuación de horizontes, no sólo comerciales sino morales, épicos, estéticos y religiosos. Así, los narcojuniors y su asimilación de lo urbano y lo global; la difusión de capillas del santo Malverde desde Los Ángeles, California hasta Cali, Colombia; la redefinición del narcoculto, introduciendo a la santa muerte, y también ahora a santos católicos como Judas Tadeo; y el narcocorrido “desencantado” con la anulación de la figura del héroe-bandolero social, son nuevas rutas hacia la comprensión de la narcocultura en México. Estudiante de la licenciatura en sociología de la UAM Xochimilco
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