Diego Rivera hipergráfico
Pasar por alto esta exposición de Diego Rivera en el Museo Nacional de Arte (Munal) es correr el riesgo de desconocer una de las facetas más conspicuas por su frecuencia y calidad en la trayectoria del pintor. En su mayor parte contiene muestras de su producción dibujística, varias de las cuales se exhiben con las ediciones para las que fueron efectuadas mientras que otras actúan en forma independiente.
Su apabullante labor como ilustrador parece estar completa. Se inicia tempranamente con las últimas tres portadas de la revista Savia Moderna, la cual expiró en 1906. Tiene entonces 19 años y es un dibujante simbolista con influencia de Saturnino Herrán. En torno al cubismo, cuyos rastros posteriores aparecen aquí y allá, está la tinta que dedicó a un poema de Ilya Ehremburg. El retrato cubista de éste, proveniente del Meadows Museum, de Dallas, flanquea junto al casi abstracto Poeta del Carrillo Gil, el ingreso al ámbito de Mexican Folkways con las portadas de las dos serpientes encontradas, unidas por el sol naciente, que están, como otras viñetas y emblemas, en el contexto de la Logia masónica Quetzalcóatl, a la que el pintor perteneció.
Reaparecen, no idénticas, en la narración en inglés de La tierra del faisán y del venado, de Antonio Mediz Bolio. La multifacética producción dieguista que puede observarse ahora en el Munal es incomentable en su totalidad, pero lo que se detecta de primera mano es que para él, el fin determinaba los medios de expresión, pues las modalidades difieren bastante entre sí a pesar de los inevitables formulismos. Así, prensa, portadas, carteles, dibujos para libros, poseen manejos de línea diferentes. Por ejemplo, el cartel para Talleres Monterrey, en 1934, es de diseño y factura completamente distinta a la síntesis tipográficamente espléndida de la revista Fortune (1932), que costaba un dólar. El centro está ocupado por la estrella roja con la hoz y el martillo.
Las ilustraciones de la editorial CVLTURA para las ligas agrarias de Tamaulipas (1926-1927) son como murales dibujados, muy distintas a las de Fermín Revueltas, ideadas para enseñar a leer a los niños de las escuelas rurales en edición de la Secretaría de Educación Pública. A su vez, las del Popol Vuh en edición japonesa de 1961, realizadas desde 1931 con elementos formales inspirados en los códices, pertenecen a otro conglomerado, tanto ilustrativo como dibujístico. La que corresponde a los muñecos de madera destruidos por la inundación del corazón del cielo ofrece insospechadas notas de humor que deben a toda costa advertirse.
Los dibujos independientes, no concebidos para reproducirse son los menos y aunque no comparecen los poscubistas realizados en París, que son auténticas joyas, muchos son los que deparan sorpresas. Así el paisaje rural geometrizado de 1926, prestado por el Museo Franz Mayer, es toda una lección de dibujo, como lo son igualmente los retratos a línea de Mariano Azuela (para Los de abajo) o el del poeta José Frías.
Viendo dos acuarelas exhibidas juntas, se compara el uso tan diferente que podía dar a este medio: la del ranchero con canasta (Museo Franz Mayer) es graduada, muy pictórica, en cambio la del albañil procedente del Museo Soumaya es saturada y casi hard edge, mientras que la del curandero con cara de chino que ejerce su taumaturgia ante una familia indígena de la Colección Gelman, está tratada como si fuera temple.
En repetidas ocasiones se observa que puestas las manos en el papel, Diego no soltaba la pluma, el carbón o el pincel y realizaba la figura a trazo continuo. Este es un ejercicio que muchos pintores y dibujantes practican, pero aquí se trata igualmente de un método que permite aprender a dibujar, cosa de la que los niños asistentes (Teresa y José Ignacio de 12 y nueve años fueron mis acompañantes) se percatan en mayor medida que los adultos al practicar dibujo en uno de los interactivos que en esta ocasión enriquecen la exposición, destinada a público de todas edades, sea experto y amante del arte que neófito. Contra lo que suele suceder, aquí eso no merma la contemplación de lo exhibido.
Siguiendo el recorrido, que está presentado en rubros, cada uno bajo orden cronológico, se llega a una sección de retratos de personajes directamente relacionados con Diego y entre éstos no podían faltar retratos de su segunda mujer: Lupe Marín; una cabeza que yo calificaría de inclemente, con todo y su maestría, y la excelente figura completa, majestuosa, fechada en 1923. El dato me conflictúa, pues yo hubiera pensado que se trata de un dibujo preliminar a la personificación poética de Lupe en La creación, su primer mural, realizado a la encáustica, en el Anfiteatro Bolívar, donde también aparecen Nahui Olin y la actriz Lupe Rivas Cacho, pero acaso este dibujo es resultado del mural y no a la inversa.
El investigador Arturo López Rodríguez hizo una entrevista a la curadora en jefe de la muestra, Raquel Tibol, autora años atrás del famoso libro Diego Rivera ilustrador. No pude ver mas que algún momento del video que dura una hora, pero sí calibré que se trata de una buena lección en torno a al artista en su contexto histórico.