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Cultivando el Campo tras 25 años de Neoliberalismo Hugo A. Garcia Rañó En 2008 el neoliberalismo cumple 25 años en México de aplicar políticas de estabilización, ajuste estructural y liberalización de mercados. En esta fecha coinciden tanto el aniversario como la apertura total del sector agrícola al comercio global. Esto es más que sólo un momento para el recuerdo: se trata de la consolidación del proceso de restructuración del agro, que en una época cumplió la función de soporte del desarrollo industrial y que ahora representa un reto a superar para nuestra economía. En este pasado cuarto de siglo la economía en su conjunto transitó hacia el libre mercado y la modernidad, con la esperanza de superar los rezagos heredados de la década de los 70. Con una visión más dogmática que realista, el gobierno mexicano emprendió una serie de ajustes sobre la estructura económica y particularmente sobre la base productiva campesina, con la finalidad de alcanzar los anhelados equilibrios macroeconómicos. ¿Por qué nos referimos a la base campesina en específico? Porque este sector fue el que permitió amortiguar el embate del ajuste de precios; allí se dio la política de transferencia de ingresos vía precios relativos y la eliminación paulatina de los precios de garantía. Esto se logró mediante un sistema de mercado que mantenía la dinámica de los precios de los productos agrícolas por debajo del comportamiento nacional, reduciendo la capacidad de capitalización del sector y aumentando el rezago económico y social de la población rural. A principios de 2007 el resultado de este proceso de reestructuración económica dejó ver la existencia de las limitantes de la política económica frente a los cambios en el mercado. La escalada de precios de la tortilla fue resultado, más que de una actividad especulativa ilícita por parte de los grandes empresarios, de un comportamiento natural en un mercado de maíz desarticulado, concentrado en sus eslabones intermedios y con una vinculación directa a un mercado altamente especulativo (el de biocombustibles). El lazo entre los mercados internacionales y la dinámica interna se estrechó gracias a las negociaciones comerciales con nuestros vecinos del norte, al igual que con los otros 26 tratados comerciales. Éstos se fundamentan en las ideas de las ventajas comparativas desarrolladas por el libre comercio. Sin embargo, existen fuertes dudas sobre los beneficios que tales negociaciones pueden tener sobre los países menos desarrollados, además de los efectos negativos que pueden generar particularmente en el sector agrícola. Tras los acontecimientos de 2007, como el incremento del precio de la tortilla, de 30 por ciento oficialmente; el aumento en el precio internacional del trigo, y los anuncios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sobre el aumento de los niveles de desnutrición mundial, debemos mirar hacia atrás y preguntarnos si realmente esta transición al libre mercado nos posibilita sentar las bases para fortalecer nuestro propio desarrollo. Las mismas negociaciones de comercio global permiten una serie de instrumentos de política, pero no los estamos empleando en su totalidad, y con ello limitamos el fortalecimiento de nuestro campo. La competitividad del sector se ha reducido: en 2006 participó apenas en 3.3 por ciento de las exportaciones no petroleras. Además, el gasto público real en el sector declinó en 63 por ciento, y hubo una pérdida de 23 por ciento de la superficie irrigada y una caída en términos reales de los créditos asignados al campo entre 1994 y 2006. El sector agrícola jugó un papel central en el desarrollo nacional durante el ciclo 1940-1960, cuando se buscó la soberanía alimentaria como parte de la estrategia de desarrollo. Entonces el sector no sólo generó recursos para la industria, sino además estableció las bases para un ambiente de estabilidad social a partir de la distribución de tierra y la inversión. La crisis no es resultado del periodo neoliberal. Sin embargo, sí podemos decir que desde 1989 el sector se ha caracterizado por tres elementos importantes: a) la actuación discrecional del Estado ante los problemas de la agricultura; b) un incremento en la dependencia de los suministros externos, y c) una desvinculación entre el sector financiero y el agrícola. De frente al 2008, se hace necesario replantearnos lo que esperamos del agro, como economía y como sociedad. No se trata de frenar las negociaciones comerciales con el exterior per se, sino reflexionar sobre la necesidad de impulsar políticas que cultiven nuestra estabilidad y nuestro desarrollo. Este artículo se basa en el estudio Crisis de la Tortilla. ¿Coyuntura o falla estructural? elaborado por Alder Keleman y Hugo Garcia para Oxfam Internacional en 2007. Consultor en temas sobre Economía y Agricultura, Programa sobre Ciencia, Tecnología y Desarrollo, El Colegio de México |