Desde el otro lado
La punta del iceberg
Definitivamente no hay remedio para una sociedad que no entiende o no quiere entender el origen y la gravedad de los problemas que la aquejan. El reporte que el ex senador George Mitchell presentó en torno al uso de esteroides por los jugadores de las Ligas Mayores de beisbol es escalofriante por lo que hay atrás. En pocas palabras, su conclusión es que buen número de destacados y no tan destacados beisbolistas han aumentado su volumen muscular mediante el uso de alguna sustancia prohibida. Independientemente de las consecuencias jurídicas para los jugadores (tomando en consideración que la mayoría las empleó cuando aún no estaban proscritas), si hay un juicio, éste debería hacerse a la sociedad en su conjunto.
Es sorprendente que en una sociedad que promueve la competencia con ahínco haya quien se asuste y condene a quienes usan todos los recursos que esa misma sociedad produce para vencer a su oponente y sacar provecho de ello. Lo mismo en beisbol que en las finanzas, en el ciclismo o en la política, el fin sí justifica los medios, al menos hasta que se descubra que son ilícitos y no se disponga de un buen abogado para evadir el castigo. Es pavoroso que miles de jóvenes en las preparatorias y universidades usen alguna droga para elevar su nivel de competencia y cumplir con las exigencias que sus entrenadores les imponen.
Cuando Mitchell culpó a jugadores, entrenadores y funcionarios de la liga de beisbol; olvidó mencionar a los magnates de la televisión y la radio, quienes usufructúan las hazañas de los deportistas con el aumento de auditorio en las cadenas de las que son dueños. Olvidó mencionar a los fanáticos que silban y vituperan a quienes no rompen una marca en cada competencia. Se olvidó también de mencionar a quienes desde los micrófonos hacen lo mismo para mantener el interés de los aficionados en tal o cual competencia. La lista de los olvidos es larga.
Hace unos días la corredora olímpica Marion Jones confesó haber usado drogas para fortalecer su desarrollo muscular. Meses atrás un grupo de ciclistas fueron descalificados de la Vuelta a Francia por el mismo problema, y el varias veces campeón Armstrong ha estado bajo sospecha de usar anabólicos. La lista es larga y continuará creciendo. Pero habría que preguntar cuál es la diferencia entre la falta cometida por quienes usan sustancias prohibidas para cumplir con una sociedad que exige cada vez más de sus deportistas y los especuladores que ocasionan la quiebra del sistema financiero o el inmobiliario, o quienes se enriquecen con la venta de armas destinadas a masacrar pueblos completos.
Le será muy difícil a la sociedad ser congruente en sus postulados morales si continúa promoviendo como fin supremo la ganancia y condena a quienes usan todos los recursos a su alcance para lograrla. A menos que hipocresía y el cinismo se conviertan en perennes compañeros de viaje y se olvide que esa combinación no admite reclamos, como los que hizo el ex senador Mitchell a los sospechosos de siempre.