Vanitas vanitatum omnia vanitas
Vanidad de vanidades, todo es vanidad. El título apareció en El País, a propósito de una exposición sobre Mapplethorpe. Empero, me parece apropiado como lema o epitafio de los legisladores de los tres partidos mayores. Hace algunas semanas señalaba que la razón por la que se logró construir el complejo acuerdo para la reforma electoral fue que las principales fuerzas políticas eran conscientes de que no había posibilidad en el futuro próximo que alguna de ellas –por sí sola– emergiera claramente como mayoría. También debió de contar el desprestigio de los partidos y del Congreso en las encuestas de opinión. Finalmente, están las disputas internas en esos partidos. Todas estas razones sumadas fueron el mayor incentivo para enfrentar los riesgos de una reforma que supuso confrontarse con uno de los más poderosos actores políticos: el duopolio televisivo y el conjunto radiofónico.
La mujer del César. Al final pudieron más los pequeños intereses mezquinos de cada grupo, sus conflictos internos, la sed de venganza y el uso de las sanciones como amenaza a futuras impugnaciones –que ha sido utilizada ahora para nombrar consejeros electorales como para ratificar los nombramientos de embajadores, sobre todo por PRI y PRD, como antes el PAN lo intentó contra la ratificación del gobernador del Banco de México.
Y si bien es cierto que por lo delicado de la reforma electoral podía aplicarse la conseja de que la mujer del César no sólo debe ser decente, sino parecerlo, la conseja inversa puede ser más expresiva. Si van a comportarse como prostitutos, mejor que lo digan desde el principio y no presenten el penoso espectáculo de querer parecer padres de la patria. Toda la parafernalia de la inscripción voluntaria, de la revisión de candidatos en comisiones, de la selección inicial y de la calificación terminó en un juego de párvulos trampeando a su profesor, o a su maestra.
Restauración vestida de padre de la patria. La indisposición al acuerdo explícito, al compromiso abierto y público entre fuerzas políticas diferentes, e incluso antagónicas, ha sido el rasgo distintivo de la larga transición democrática. Desde el primer gobierno de la alternancia se ha agudizado esta incapacidad. La desconfianza campea por todas partes entre las elites políticas y cualquier acto de reciprocidad –indispensable para generar cooperación política– es visto con sospecha o catalogado como ingenuidad. Está por demás decir que la reputación es un bien tan escaso que casi a ningún político le importa. El intento por compensar el desaseo de las elecciones mediante alguna forma de concertacesión –recuérdense las maniobras para crear un interinato– dañó cualquier salida política sustentada en acuerdos de largo plazo. En cambio, la enseñanza que obtuvieron muchos actores fue única. ¿Qué tal si se modifica la correlación de fuerzas y se gobierna desde el Congreso, jugando la tercera fuerza electoral el papel aglutinante? ¿Querían parlamentarismo? Pues ahí les va envuelto en la toga de la restauración conservadora.
Bailando tango sin acompañantes. Este macabro juego de medios acuerdos en lo oscurito para repudiarlos en público, esta infinita facilidad para erigir cadalsos al gusto y al tamaño de los agravios personales y las vendettas de cada tribu seguirán siendo el pan de cada día hasta que PAN y PRD asuman la imperiosa necesidad de construir acuerdos de largo plazo, orientados a desmantelar resabios autoritarios en la institucionalidad y las prácticas políticas. La incapacidad de ambas formaciones ha permitido que el PRI, repudiado en la elección presidencial, pero no en las locales, juegue el papel, no de catalizador de acuerdos, sino de obstructor y aguafiestas. No bisagra, sino candado.
¿Y Venezuela? Bien gracias. No puedo resistir un comentario sobre los resultados electorales en ese país. La interpretación más interesante la expresó un directivo del Consejo Nacional Electoral (CNE), Vicente Díaz, quien dijo que el referéndum echó por tierra tres mitos: que Chávez es un dictador, que la derecha es golpista y que en Venezuela el voto no cuenta. Con todo y la excelente labor del CNE, sus afirmaciones son parcialmente falsas. Las inclinaciones autoritarias de Chávez no se han disipado por aceptar los resultados desfavorables, aunque podría ser el inicio de una rectificación en clave desde el campo de la izquierda venezolana. No creo que Chávez modifique su visión esencialmente autoritaria, pero no come lumbre. Lo segundo es también una media verdad. La derecha tradicional opuesta a Chávez, acicateada por intereses geopolíticos y comerciales de grupos europeos y estadunidenses sigue siendo golpista, pero aprende de sus experiencias. Finalmente, desde el punto de vista de los actores políticos y de las reglas institucionales, Venezuela es una de las democracias latinoamericanas más frágiles. Aunque el voto permite elegir en determinadas circunstancias en Venezuela, sigue habiendo –como en toda América Latina– déficit de participación ciudadana en decisiones políticas fundamentales.