Editorial
Cristina Fernández, en la presidencia
La presidencia de Cristina Fernández de Kirchner –quien asumió ayer el cargo en Buenos Aires– arranca sobre buenas bases. A diferencia de su marido, el mandatario saliente Néstor Kirchner, quien llegó a la jefatura de Estado de un país en ruinas, con apenas poco más de 20 por ciento de los sufragios, y tuvo que construir desde el poder su propia legitimidad, su esposa y sucesora ganó las elecciones con más del doble de ese porcentaje y recibe una nación que ha experimentado un crecimiento económico impresionante (más de 50 por ciento en cuatro años) y en la cual ha tenido lugar una innegable regeneración institucional. Por añadidura, Argentina ha realizado, bajo la administración que terminó ayer, una reinserción exitosa en el panorama político y económico internacional y es protagonista, junto con Brasil, Venezuela, Bolivia y Ecuador, de los esfuerzos por construir alternativas regionales a la globalización neoliberal.
En su discurso de toma de posesión, la nueva presidenta argentina destacó su pertenencia a un proyecto político de transformación social; subrayó la importancia de pueblo y nación como referentes que no deben ser soslayados por la posmodernidad, y expresó su compromiso con la recuperación de una clase media que en su país ha sido históricamente fuerte, con el combate a la pobreza y con el principio de movilidad social. Asimismo, la mandataria expresó una toma de posición clara y positiva en torno de los principales asuntos de la arena internacional: la promoción del multilateralismo en el mundo, la necesidad de impedir que la lucha contra el terrorismo derive en violaciones a los derechos humanos, la importancia del Banco del Sur (fundado la víspera), los criterios y las instancias para resolver el diferendo de las empresas papeleras entre Argentina y Uruguay, el reclamo indeclinable de Buenos Aires sobre las islas Malvinas y la disposición de la Casa Rosada a contribuir al intercambio de rehenes por prisioneros entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Álvaro Uribe.
En uno de los momentos más emotivos de su alocución, Fernández de Kirchner mencionó como fuente de inspiración para su desempeño a las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes se han convertido en símbolo universal de la lucha humanitaria contra la represión y en defensa de los derechos humanos.
A la ceremonia asistieron, entre otros, el propio Uribe, quien es objeto de graves señalamientos por su falta de voluntad para lograr la liberación de rehenes en su país y quien, repudiado por legisladores estadunidenses y aislado en Sudamérica, enfrenta el peor momento de su segunda administración; Hugo Chávez, afectado por la reciente derrota en un referendo de su propuesta de reformas constitucionales, pero ratificado como presidente democrático y respetuoso del sufragio; Evo Morales, quien a pesar de la reciente aprobación de una nueva Constitución en su país hace frente a una peligrosa rebelión oligárquica. Para todos ellos, y por diversos motivos, resulta crucial la continuidad del proyecto político que ocupa el poder en Argentina desde 2003, que se originó en las filas del peronismo progresista de los años 70 y 80 y que experimenta ahora un relevo entre dos políticos profesionales de carrera y méritos propios y quienes, por añadidura, son esposos.
Finalmente, desde una perspectiva de género, resulta alentador que, por primera vez en la historia, haya jefas de Estado en ambos lados de la Cordillera Andina.