Usted está aquí: martes 11 de diciembre de 2007 Política La sucesión en el PRD

Marco Rascón
marcorascon@alcubo

La sucesión en el PRD

Sólo Ricardo Monreal sería peor que Leonel Cota de presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Ni Jesús Ortega ni Alejandro Encinas ni Camilo Valenzuela o Alfonso Ramírez Cuéllar, pese a sus inconsecuencias y errores, son producto de las componendas del lopezobradorismo con el zedillismo.

Hoy las inscripciones a la contienda interna están marcadas por la competencia de ser “autocríticos”; sin embargo, ningun análisis ha sido capaz de llamar a las cosas por su nombre y caracterizar el origen del pragmatismo y el oportunismo, de las alianzas y el entreguismo, del vacío programático y la liquidación del PRD como un partido que nació buscando ser una formación política de nuevo tipo y cuya misión era organizar al país y conducirlo a una revolución democrática contra el viejo régimen caracterizado por el clientelismo, el corporativismo, el haberse convertido en un partido de Estado, fraudulento, autoritario, conservador, pro oligárquico, neoliberal, represivo, anticomunista, presidencialista, centralista, caciquil, nepótico, corrupto y corruptor.

Hoy muchos de estos vicios fueron adquiridos por el PRD no sólo en personajes, sino en prácticas, y no se les menciona en el debate interno, pues todos han convivido con ellos y las prácticas priístas se convirtieron en doctrina y forma de hacer política propia. La derecha panista se ríe y regocija al ver al PRD asumiendo todos los viejos vicios del priísmo que entraron por el lopezobradorismo y que, al mismo tiempo que significaron un aumento en votos, llevaron a una derrota inexplicable, salvo si se mira como un acto de contrainsurgencia para liquidar toda oposición de izquierda.

En este momento se deriva de los pronunciamientos de los candidatos a dirigir al PRD un tono autocrítico, pero al analizar las causas de la derrota electoral de 2006 todos parten de responsabilizar “a la derecha” como forma de eludir el sistemático caudal de errores que condujeron no nada más a la derrota por la Presidencia, sino a la liquidación de la fuerza electoral ganada en las urnas para generar cambios, reformas y transformaciones en una dirección progresista y democrática.

La energía ganada en las urnas fue llevada a las alcantarillas de Reforma y el Zócalo; por ello los candidatos a dirigir al PRD deben deslindar la impostura y la ocupación de las siglas por esto que convirtió las prácticas del viejo priísmo, el más atrasado y autoritario, en el ideario del partido que ellos mismos combatieron por fuera y ahora por dentro.

La izquierda que formó en parte al PRD no asume su responsabilidad de haberse plegado a una política e infiltración contrainsurgente que no sólo afecta al sol azteca como referencia electoral, sino que ha creado condiciones para que la derecha gobierne sin oposición de izquierda.

Los candidatos a la presidencia del PRD deben hablar de la liquidación de la izquierda no sólo en lo cuantitativo, sino también en lo cualitativo. Los candidatos a dirigir el partido no pueden llamar a refundar, reconstruir y reagrupar si no hablan abiertamente de los errores internos y del causante. La estructura fraccionada en corrientes y el divisionismo depende de ellos, y por eso no corresponde el discurso con sus responsabilidades.

Para sobrevivir hoy el PRD debe unificarse y para ello necesita hacer un ajuste con el lopezobradorismo como doctrina de la liquidación de los principios y con las corrientes que ellos mismos dirigen, que impide la construcción de un verdadero partido.

Las causas y las campañas de desprestigio contra el PRD provienen del lopezobradorismo desde 1996, cuando se inició el desmantelamiento del debate, los colectivos y la crítica. Bajo el lopezobradorismo se dieron los fraudes internos, floreció la corrupción, el pragmatismo, el nepotismo, las alianzas regionales con la ultraderecha y los oligarcas televisivos que llevaron a aprobar la ley Televisa y levantar la consigna “cero negociación”. Fue el lopezobradorismo el que genera las campañas de odio contra el PRD, pues éste no quiere nada que tenga un mínimo de credibilidad y por eso la reforma electoral y Michoacán son para ellos una traición y una derrota.

Una verdadera autocrítica, en particular frente al fenómeno lopezobradorista, sería el punto de partida para una recomposición de la izquierda. Esto a su vez sería una buena noticia en el conjunto de la izquierda, que así iniciaría su liberación de la larga noche en que el priísmo decadente, el zedillismo y una dirección apócrifa se apoderaron de la izquierda en México.

Los candidatos, salvo el delfín del lopezobradorismo, Ricardo Monreal, deben pensar en los principios que dieron origen al PRD y anteriores a 1988, enfrentando la contrainsurgencia interna; por eso, Ortega, Encinas, Valenzuela y Ramírez Cuéllar no se tienen a ellos como adversarios, sino al lopezobradorismo. Sólo liberando el debate y la autocrítica el PRD podrá rencontrar su camino y enfrentar a la derecha.

 
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