Usted está aquí: domingo 9 de diciembre de 2007 Opinión Venezuela y las piedras en el camino

Guillermo Almeyra

Venezuela y las piedras en el camino

El camino a la victoria está pavimentado con las piedras de las múltiples derrotas sufridas, y de éstas se aprende siempre más que de los éxitos. Además, un proceso revolucionario nunca es rectilíneo sino que está marcado por meandros y pausas, o incluso retrocesos, y los niveles de conciencia alcanzados por sus protagonistas en la acción deben ser afirmados y reconquistados día a día. Las direcciones de esos mismos procesos revolucionarios, por otra parte, son particularmente pragmáticas y heterogéneas cuando surgen de experiencias verticales (como la rebelión nacionalista militar) o caudillistas (como las direcciones sindicales campesinas) y van formando su ideología con retraso frente a los acontecimientos y bajo el fuego enemigo más que en su relación con las bases o en la reflexión teórica. La revolución se ve obligada entonces a avanzar por los latigazos de la contrarrevolución. En esto se ve el papel de un partido revolucionario, que no sólo sirve para armar y rearmar continuamente a los oprimidos en la comprensión de un curso lleno de virajes inesperados sino que también es esencial para preparar, previamente a los posibles desarrollos, un núcleo de gente que piense claramente, sepa prever y actúe al unísono, como una falange.

¿A qué estamos aludiendo? A las enseñanzas de la victoria del NO en Venezuela, o sea de la derrota del voluntarismo, de la impaciencia, de los errores de análisis, del personalismo, del aparatismo que busca remplazar una formación política y democrática cuya creación es particularmente lenta y difícil en nuestros países, donde las tradiciones socialistas son tan escasas como los teóricos revolucionarios, donde la mayor parte de las clases medias urbanas (que son cada vez mayores, dada la concentración de la población en las ciudades y que están separadas de la producción y de los trabajadores cuanto más depende el país de la exportación de materias primas con escaso valor agregado) sufren una pesada dominación capitalista.

El 2 de diciembre no triunfó un referéndum antichavista, ya que muchos chavistas se abstuvieron o votaron por el NO. Como en su momento en Nicaragua, hubo un “voto de castigo”, para evitar un curso que iba hacia el enfrentamiento armado (si hubiera ganado por poco el SÍ habría habido sin duda un golpe, que ahora ha sido postergado) y para modificar la línea de una dirección a la que la gran mayoría sigue apoyando pero con la que no está totalmente de acuerdo. ¿Quién, en efecto, podía apoyar la relección de Chávez hasta el 2050 o la redacción de una Constitución no por una asamblea constituyente elegida por las mayorías y con debates públicos sino por el presidente, Constitución que, además, debía cambiar radicalmente el sistema político y social, la economía, parte del aparato del Estado para imponer un socialismo que nadie definió cabalmente, todo eso en apenas dos meses?

La corrupción e incapacidad del aparato de Estado es sentida por todos y todos ven que el gobierno controla totalmente el Parlamento pero no ha aprobado sin embargo leyes fundamentales sobre los medios, no ha resuelto el problema del desabastecimiento ni el de la vivienda ni el de la violencia, tiene medios de información propios “cubanos” que ni informan ni analizan ni son pluralistas. ¿Quién podía creer, en efecto, en un PSUV creado desde arriba, que todavía no tiene ni programa ni estatutos ni ha hecho balance del socialismo anterior ni definido cuál es su nuevo socialismo ni ha formado militantes socialistas, al extremo de que el SÍ ni siquiera obtuvo la misma cantidad de votos que los casi 6 millones de afiliados que declara ese partido inexistente? Como en el caso del Partido Peronista, en tiempos de Perón, en Argentina, ¿no era acaso ese partido un trampolín para los oportunistas, trepadores y clientelistas y no un instrumento revolucionario? ¿Quién puede aceptar que todo disenso es traición y que sólo existen dos bandos –Chávez o Bush–, sin ver que muchos están con Chávez, pero no incondicionalmente, sin ser por ello traidores y proimperialistas? ¿Quién puede creer, con Chávez, que el 49 por ciento que votó por el SÍ lo hizo por el socialismo y no por el progreso social, cuando nadie sabe de cuál socialismo se habla y el aparato de Estado demuestra todos los días que sigue siendo decisionista, verticalista, antidemocrático y para nada socialista?

Ahora, sin duda, en el campo oficial pulularán los que, como el ex ministro Baduel, tratarán de poner sus pies en dos estribos opuestos, en la derecha chavista y en la oposición negociadora. Se corre también el riesgo de que desde el entorno presidencial se encuentren chivos expiatorios en vez de hacer un análisis social y político del proceso, de ver los errores de apreciación de la madurez del mismo y, sobre todo, de emprender una enérgica y rápida autocrítica apoyándose en la organización y autonomía popular, en los poderes populares, en la lucha contra la corrupción y la burocracia y en el diálogo abierto y plural con todos los que quieren corregir y criticar dentro del marco legal. No es hora de maniqueísmos: llegó el momento de hacer política.

 
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