Por Juan G. Sierra Madero *
Los medicamentos antirretrovirales
pueden, actualmente, hacer que una
persona que vive con VIH tenga una
expectativa de vida cercana a la de cualquier
persona de su misma edad y género dentro de
la misma comunidad. En contraste, no tener
el tratamiento o no recibirlo correctamente
resultará, muy probablemente, en una enfermedad
de magnitud catastrófica y en el fin
prematuro de la vida.
El acceso a este tratamiento (costoso en
extremo, como es bien sabido), a través de su
provisión gratuita por el Estado, era un logro
inimaginable aun en fechas recientes, en un
país cuyo sistema de salud no contemplaba,
hasta hace poco, el acceso a la salud para la
mitad de la población.
La historia del tratamiento antirretroviral
en México es una historia de éxitos y fracasos,
pero sobre todo de oportunidades perdidas.
Esta historia, de la cual queda aún mucho por
contar, todavía permite que la moldeemos
según nuestras metas, objetivos y acciones,
sin embargo presenta retos importantes que
debemos conocer y enfrentar.
Éxitos a destiempo y fallas del sistema
El mayor éxito, sin duda, ha sido el acceso universal
al tratamiento con que ahora contamos,
que se logró a pesar de obstáculos que parecían
insalvables en su momento. El principal: la falta
de voluntad política de las autoridades de salud
para promover el apoyo financiero de programas
de dotación de medicamentos para el VIH para
las personas excluidas de la seguridad social.
En 2003, cuando finalmente se logró el acceso
universal en México, ya habían pasado ocho años
desde que el congreso brasileño promulgara una
ley que otorgaba el mismo derecho a su población
con VIH. Es una desgracia que en momentos
cruciales para miles de personas infectadas por el
VIH, México dejara escapar la oportunidad de oro
de salvar miles de vidas, si se hubieran implementado
estos programas más temprano.
La implementación deficiente de los programas
de medicación para el VIH en el IMSS,
y más recientemente en la Secretaría de Salud,
ha sido, es —y será, si no se toman medidas
drásticas—, otra oportunidad perdida.
Según datos recientes de la propia Secretaría
de Salud, los beneficios de los programas
implementados han sido menores a lo esperado.
Por otro lado, y con base en estudios
realizados por investigadores mexicanos y
diversas observaciones por parte de grupos
de la sociedad civil, sabemos que la prescripción
de antirretrovirales es caótica en un buen
número de centros. Las causas son diversas y
difíciles de probar. Es evidente que estos programas
requieren de una planeación importante,
organización impecable, entrenamiento
a fondo de los médicos y una transparencia
tal que impida la corrupción entre los diversos
actores. Las fallas en este rubro pueden contribuir
a poner en peligro la consecución de los
objetivos para los cuales se han invertido miles
de millones de pesos en los últimos años.
Pero la prescripción de fármacos no es
más que una parte de la atención integral
que requieren las personas que viven con
VIH/sida. Su complejidad ha alcanzado niveles
semejantes a la de algunos tratamientos
oncológicos. No se diga su costo. El beneficio
del tratamiento es altamente dependiente
de un uso adecuado (correcta prescripción
por el médico y una adherencia terapéutica
casi perfecta, que implica que el paciente no
interrumpa los medicamentos o deje de tomar
alguna dosis). Por otro lado, los numerosos
avances médicos y científicos, que se generan
cada año, hacen difícil que médicos no dedicados
exclusivamente al tema, y con entrenamiento
especializado, puedan mantenerse
al tanto de la información. Frecuentemente
se requiere, además, de la participación de
expertos en otras especialidades médicas que
conozcan del tema. Es claro, y ha sido demostrado
en varios estudios, que es difícil lograr
una atención médica de calidad para una
afección como el VIH en contextos de atención
primarios o no especializados. Por otro
lado, la atención en centros y por médicos no
especializados ha facilitado a las empresas farmacéuticas
influir en los patrones de prescripción
para favorecer el uso de sus productos,
muchas veces pasando sobre los intereses de
las personas afectadas y sobre los intereses del
Estado que financia el programa. Así se explica,
al menos parcialmente, por qué en México
aún se indican medicamentos que ya han
dejado de usarse en otras partes del mundo
por ser menos efectivos o más tóxicos .
Especializar la atención
La epidemia de VIH en México no ha alcanzado
los niveles devastadores que se han visto
en otros países; el número de personas en
tratamiento en todo el país no alcanza los 40
mil. No obstante, en lo referente a la organización
de los servicios médicos que atienden a
las personas que viven con VIH, han existido,
desde el principio, omisiones y decisiones
cuestionables. La complejidad de la enfermedad
producida por el VIH y su tratamiento,
el alto costo de su atención y la necesidad
de contar con la participación concurrente
de diversos especialistas, son características
propias de un padecimiento que requiere
atención de tercer nivel.
A pesar de estas características, el IMSS decidió
hace varios años descentralizar la atención
en clínicas de segundo nivel, a cargo de médicos
no especializados y no integradas en un
sistema con coordinación central. Estos centros
de atención, en general, siguen a pocos
pacientes y operan con personal que no ha
recibido entrenamiento formal, lo cual puede
favorecer una prescripción de antirretrovirales
inadecuada, no siempre guiada por evidencia
científica, que a la postre resultará mas costosa.
Más aún, la existencia de múltiples centros
pequeños no coordinados entre sí dificulta el
control del sistema de abastecimiento regular;
no sorprende que la queja habitual en el IMSS
sea el desabasto de medicamentos, con consecuencias
en la salud de las personas y en el
Aprender de las oportunidades perdidas
opinión
Atención del VIH en México
* Médico investigador del Departamento de Infectología del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y
Nutrición “Salvador Zubirán”.
costo del tratamiento, por la generación de
resistencia a los fármacos.
En este momento, el programa de acceso
universal a medicamentos antirretrovirales en
la Secretaría de Salud enfrenta el mismo dilema
que el IMSS enfrentó hace 10 años. Es momento
de analizarlo nuevamente para no repetir errores
que han resultado tan costosos. Es una oportunidad
que no debe perderse. La atención de personas
que viven con VIH debe darse en unidades
ligadas, de preferencia, a hospitales de tercer
nivel donde se encuentra el personal especializado
y entrenado formalmente en el manejo de
personas que viven con VIH. Los centros comunitarios
que se abran por razones geográficas
deben trabajar estrechamente con algún centro
especializado que coordine y supervise su prescripción
de antirretrovirales y permita atender
pacientes que requieran uso del hospital.
No olvidar la prevención
Otra oportunidad perdida ha sido la falta de vinculación,
desde el principio de la epidemia, de
la prevención con la clínica. La atención médica
integral y el tratamiento antirretroviral son indispensables
en el combate a la epidemia, pero sin
las acciones de prevención adecuadas será una
lucha infinita. Varios autores han reconocido el
papel fundamental que juega la atención médica
de personas que viven con VIH en la prevención
de la infección: desde la detección oportuna —al
seguir a los contactos de los pacientes—, pasando
por consejería para reducir conductas de riesgo,
hasta el mismo tratamiento efectivo que reduce
la transmisión. Mientras que en Estados Unidos se
recomienda ofrecer, a través del sistema médico,
pruebas de detección del VIH en cada contacto
con pacientes, en nuestro sistema de salud hay
todavía una gran dificultad para obtener pruebas
de detección en todos los niveles de atención.
Retos para el futuro
Son muchos los retos para los próximos años.
Tenemos que integrar los programas de medicamentos
para el VIH entre todas las instituciones
de salud de manera que las personas
que se atienden en los diferentes sistemas
tengan acceso a la misma calidad de atención
y prescripción. Es necesario que la inversión
pública en los programas de medicamentos
tenga un retorno real demostrable en años de
vida ganados y en calidad de vida. Para ello
se requiere tener una coordinación estrecha
entre la Secretaría de Salud y las otras instituciones
que atienden personas que viven con
VIH, especialmente el IMSS.
Enfrentamos el reto de usar responsablemente
los recursos públicos para fármacos
—dar el máximo beneficio posible. Para ello
tenemos que evitar que la prescripción se convierta
en un botín para las empresas farmacéuticas
y para algunos médicos. Tenemos que
lograr que la prescripción sea guiada principalmente
por evidencia científica que demuestre
el beneficio en las personas que reciben el
tratamiento y no por otros factores.
Es necesario integrar la prevención a la
clínica en todos los niveles, de forma tal que
se aproveche al máximo las oportunidades
para evitar nuevas infecciones. Finalmente,
es necesario evitar que la estigmatización de
personas y la discriminación asociadas al VIH
comprometan los resultados de los programas
de prevención y de atención médica.
Seamos humildes y autocríticos. Analizando
la experiencia de los últimos 10 años, debemos
preguntarnos y respondernos, ¿cómo llegamos
a una situación de uso de medicamentos
que no es la que queremos tener? La respuesta
nos permtirá no cometer los mismos errores
del pasado ni mantener los presentes.
* Médico investigador del Departamento de Infectología del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y
Nutrición “Salvador Zubirán”. |