Usted está aquí: jueves 6 de diciembre de 2007 Opinión Autopsia de un copo de nieve

Olga Harmony

Autopsia de un copo de nieve

Quizás el lugar más íntimo y al mismo tiempo más impersonal –sobre todo si es compartido por varios miembros de una familia– sea el cuarto de baño, que es asimismo el sitio de la higiene y de las impurezas, de los fluidos de nuestro cuerpo, además de los secretos de belleza femeninos a los que es tan proclive la frívola Catalina de la obra a tratar, y en el que existe una gran frialdad de mosaicos y muebles de porcelana, tan ajena a toda idea de comodidad que poco permanecemos en él. Un cuarto de baño es el elegido por Luis Santillán como espacio en donde se desarrollará Autopsia de un copo de nieve –Premio Nacional de Dramaturgia 2005– el drama de estas tres mujeres, la madre y las hijas de diferentes edades, que muestra en las diversas escenas las relaciones entre ellas, el amoroso interés de Catalina por Natalikova y su incompresible desdén –“es cada vez más parecida a mí”, dice la madre– por la pequeña Nicoleta a quien le cuenta el cuento del patito feo con la cruel variante de que no se convirtió en cisne sino que, al saberse diferente y rechazado, se ahogó en el estanque. Una tina de baño no es un estanque, pero Nicoleta no hace distingos y esta sutil forma de ejercer la violencia psicológica contra la menor es el meollo de un texto en apariencia sin conflicto.

Frío como la nieve a la que hace referencia el título (un copo de nieve es tan frágil como la niña que desearía serlo para que su madre se fijara en ella) y el ámbito en que la obra se ubica, el texto no hace más referencias a las formas de vida que la escuela de Nicoleta y las hermanas de Catalina. Natalikova, la hija preferida y única amada, es una buena hermana que en todo momento defiende a la niña, pero no se nos dan mayores datos acerca de ella excepto que es la que se encarga de las ta-reas domésticas. Por lo escueto de la definición de los personajes, por momentos se antoja que la anécdota es vista desde la perspectiva de la hija menor, quien por su corta edad no se preguntaría por algo más allá de su necesidad de afecto y aceptación por parte de la madre.

La interesante escenografía es de Mónica Raya, responsable también del albo vestuario que mantiene algún detalle de tela de baño, casi simbólico para las tres actrices –bata con adornos de pluma para la superficial Catalina, entallado para la joven que disfruta su sensualidad, faldita de tutú para la inocente. Enmarcada por jarras y tubos de vidrio de diferente altura, cuyo líquido inicial se enturbia con leche (¿materna?) y que siempre está fluyendo, una tina de hojalata destaca en el centro, casi contrapunto en lo que se refiere al material empleado –que se repite en una cubeta– de los abstractos elementos que la rodean. En consonancia con los nombres poco usuales y de matiz eslavo, las tres actrices usan una deliberadamente falsa peluca rubia de corte igual, de la que se desprenderán en algún momento como quien se desprende de una máscara.

La codirección es de Richard Viqueira y José Alberto Gallardo, ambos jóvenes dramaturgos y directores, por lo que resulta difícil reconocer qué partes o situaciones se deben a cada uno. Sea como fuere, la dirección es, deliberadamente, tan fría como texto y ambiente, con ese constante hacer fluir el líquido de los recipientes por parte de las dos mujeres mayores cuando no están en el centro de la escena y los contrastantes modos de Catalina con cada una de sus hijas, con cercanos cariños a Natalikova, tan distante con Nicoleta aun en momentos en que deberían estar próximas. Así, resultan simbólicos tanto el momento del principio en que la cubeta cubre la cabeza de la niña como el de Catalina subida a esa misma cubeta con la niña en la tina que ve enorme y amenazante a la madre. La nieve del título está dada tanto por plumas que caen en un momento dado, como por papelitos rectangulares, que son también agua en la ducha de Natalikova, quien parece disfrutar su propia belleza desnuda, y la solución para el perrito que la niña tiene a escondidas, mediante una caja de cartón en que está encerrado, es muy eficaz. En cambio, las dos muñequitas nadadoras, suspendidas a los lados de la escena y que surcarán el líquido de las palanganas, a mi modo de ver son enteramente superfluas y ojalá ambos directores se cuiden, en propuestas posteriores, de recurrir a lo innecesario. El elenco, encabezado por Surya Macgregor –a quien hacía tiempo no veíamos en el escenario– como Catalina e Isabel Piquer como Natalikova y Marijo Fernández como Nicoleta, cumple con creces su cometido.

 
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