Andanzas
Adiós a Maurice Béjart
Ampliar la imagen El coreógrafo francés al celebrar sus 80 años, en 2006 Foto: Ap
No es sin pena que nos enteramos de la muerte del gran coreógrafo, bailarín, esencialmente hombre de teatro, dueño del espacio escénico Maurice Béjart, quien diera brillo sin par en una nueva dimensión al ballet, a la danza. Indisolublemente ligado al Teatro de la Moneda, de Bruselas, con su célebre Ballet del Siglo XX, fue en realidad el pionero, el artífice de la transformación moderna del ballet arcaico europeo imbuyéndolo de un nuevo dramatismo, ruptura importante con las formas tradicionales de la academia, pero sirviéndose brillantemente de ellas en un lenguaje corporal y coreográfico de infinita riqueza y poderío.
Maurice Béjart, quien murió el 22 de noviembre, adoptó por más de 20 años a Bélgica como su país parcoeur, pues fueron los belgas quienes le abrieron su corazón y la bolsa, al depositar en él toda su confianza y apoyo, lo que culminó en una de las compañías, por varios decenios, más completa y estructurada en todas sus formas en el escenario mundial de la danza.
Nacido en Marsella, Francia, en 1928, donde se desarrolló como alumno y bailarín en esta famosa ciudad, en el Ballet de la Ópera, hasta 1945. Comenzó la ruta de los grandes asimilándose a famosas compañías francesas, como la de Roland Petit, así como al Royal Ballet de Londres y el Royal Ballet de Suiza, hasta que, afincado en París, organizó los famosos Ballets de l’Étoile, con el escritor y crítico Jean Laurent, a partir de 1954.
Es en los Ballets de l’Étoile, que Béjart conforma su estilo personal y que mejor expresa esta novedosa concepción de la danza, la define en su famosa obra Sinfonía para un hombre solo, con la extraña música, entonces, llamada concreta, de Pierre Henry y Pierre Schaeffer, ruidos y disonancias nunca expresadas en la danza sur les pointes, con extrañas contorsiones, también, extraídas de la danza contemporánea, y sus propias invenciones de una efectivísima expresión corporal y escénica.
Con una imaginación desbordada, disciplina y talento sin igual, Béjart se convierte en el sueño de miles de bailarines deseosos de interpretar esa nueva forma de bailar, de pertenecer a un círculo creativo diferente con una arrolladora dinámica y oportunidades extraordinarias para bailarines de talento y personalidad excepcionales. Su cercanía con la obra de Cocteau, Sartre y compositores avantgard de la época, lo obligan a poner el nombre del Ballet Theatre de Maurice Béjart a su compañía, ya entonces la más acreditada y solicitada en Europa.
Por mi parte tuve la suerte de verlos en el Teatro Marigny y el Champs Elyseés de París en los años 60, donde me quedé a estudiar luego de bailar con Amalia Hernández en su primera gira europea. La impresión que me causaron obras de Béjart, como Alto voltaje, Prometeo y Orfeo fue tremenda, pero a punto de alarido, fue la Consagración de la Primavera, una de mis obras preferidas del genial Stravinsky. Esto, los ensayos que me permitieron ver, sus clases, personalidad y forma de trabajo, fueron definitivas para mi vida, comprendí la exacta latitud de la danza mexicana, el Ballet de Bellas Artes, la personalidad egocéntrica e improvisada de sus coreógrafos, y el tremendo desperdicio de energía y talentos de nuestros bailarines, incluyéndome, sin vectores definidos ni preparación y altura necesarias para salvar lo que quedaba de la época de oro de la danza mexicana en plena agonía.
Efectivamente, en 1961, la compañía oficial de danza contemporánea de Bellas Artes fue disuelta y sus bailarines cesados por Ana Mérida, a la sazón jefa del Departamento de Danza del INBA, y los bailarines, perdido el pleito en Conciliación y Arbitraje, se dispersaron (yo estaba en París), lograron algunas partes del presupuesto con nuevas compañías y resurgió el ballet clásico de México que estaba de ala caída con la ebullición por algunos años de la danza moderna. Yo dejé de bailar y me dediqué a atender mi amada danza en otros terrenos intocables, difíciles y sin apoyo alguno, los medios masivos, el estudio, la difusión cultural.
Béjart era la gran estrella de la danza en el mundo, sus bailarines, venidos de todas las latitudes del mundo eran de excepcional belleza y perfección técnica, ya estaba en la cabeza del maestro la idea de Mudra, la escuela que años después fundaría, en la que el arte dramático y las más diversas técnicas corporales tomaban parte en la formación intelectual y artístico-técnica de los bailarines. Imposible volver a lo mismo después de vivir esta época de Béjart en París. La llegada de Nureyev y su épica fuga del aeropuerto de Orly y toda la serie de personalidades y conocimientos que flotaban por todas partes en aquella maravillosa época.
Algunos años después, el maestro Béjart visitó en La Habana nuestra escuela de Instructores de Arte y vio nuestro trabajo. Waldeen y yo estábamos felices, era Béjart y mi trabajo coreográfico con los chicos: El hombre y el mar, basado en las danzas de santería, y Yemayá, su diosa del mar le sorprendió muchísimo y avaló entusiasmado nuestra línea de trabajo, para mí, era un ídolo.
Romeo y Julieta, Bolero, Le clown de Dieu, la Novena sinfonía de Beethoven y tantas obras formidables nos hacen sentir el final de este artista extraordinario con gran pena y recuerdos gratos.
Maurice Béjart, su obra y su vida son ejemplo de fervor creativo, talento excepcional pleno de humanismo, significan una gran pérdida y una huella de enorme importancia en el camino de la danza en la historia. Hasta siempre maestro, descanse en paz.