Bali: descontar el peligro
Esta semana comenzó en Bali la reunión de las partes del Protocolo de Kyoto para discutir el futuro del régimen sobre cambio climático. De esta conferencia no saldrá un nuevo tratado, pero sí tendría que ir sentando las bases para un sistema que permita enfrentar la amenaza del calentamiento global.
No va a ser fácil ponerse de acuerdo. La asimetría entre países pobres y ricos es intensa y constituye un gran obstáculo. El segundo valladar es la responsabilidad histórica diferenciada. Así, las naciones pobres sufrirán más el impacto del calentamiento global, aunque las ricas son las que generaron el problema.
Estrechamente ligada a estos problemas está la pregunta de qué hacer con las generaciones futuras. Aunque la respuesta debe situarse en el ámbito de la ética, el debate de Bali se desarrolla en el plano de la economía. La realidad es que las inversiones que se hagan en los próximos 10 o 20 años tendrán un efecto profundo sobre el clima de la segunda mitad de este siglo y sobre todo del XXII. ¿Debemos invertir recursos para prevenir daños catastróficos sobre esas generaciones o dejar que quienes todavía no nacen se encarguen de sus propios problemas?
Si bien las generaciones futuras van a sufrir el costo de la colosal deuda ecológica que nosotros estamos generando, no parece que la humanidad esté preparada para realizar las inversiones necesarias que eviten ese costo. El problema se agrava ahora que se acerca un escenario de recesión en Estados Unidos. Por eso se ha recrudecido el debate sobre el sentido económico de estas inversiones.
La referencia obligada en este punto sigue siendo el Informe Stern sobre la economía del cambio climático. Preparado por el gobierno británico hace ya dos años, este estudio llegó a la conclusión de que es urgente iniciar el proceso de reducción efectiva de emisiones ahora, no obstante que eso implique realizar inversiones que hoy nos pueden parecer elevadas.
La razón es que si esperamos demasiado, el costo futuro de esta pasividad será mucho más alto. Utilizando un modelo matemático de la economía mundial, el informe concluye que el costo futuro del cambio climático superará 10 por cineto del PIB mundial y hasta podría alcanzar 20 por ciento en algunos escenarios extremos. En cambio, para estabilizar la concentración de gases invernadero en el nivel de las 550 partes por millón (ppm) a lo largo de las próximas décadas, se necesitan inversiones del orden de uno por ciento del PIB mundial cada año.
Para cuantificar éstas se utiliza una tasa de descuento que permite comparar el valor de las inversiones preventivas realizadas hoy con el costo del impacto del cambio climático en el futuro. Pero el empleo de tasas de descuento es objeto de un debate acalorado en economía. Una alta tasa de descuento sobre el futuro lleva a la conclusión de que es preferible no adoptar medidas preventivas hoy porque los costos de un peor clima en el futuro son mucho más débiles (están fuertemente descontados). En cambio, una tasa muy baja de descuento conduce a la conclusión opuesta: es mejor realizar inversiones preventivas hoy porque el costo para las generaciones futuras será demasiado elevado.
Los críticos del Informe Stern sostienen que sus conclusiones provienen del uso de una tasa de descuento muy baja (cercana a cero). Por ejemplo, sin tasa de descuento, las pérdidas de un millón en 30 años tendrán un valor presente de un millón, lo que justifica realizar inversiones preventivas cuantiosas en la actualidad. En cambio, con una tasa de descuento de 3 por ciento, el valor presente del daño futuro será mucho menor. Aplicado al cambio climático, una tasa elevada de descuento conduce a recomendaciones de política opuestas a las del informe: la balanza se inclina a favor de un modesto programa de inversiones preventivas hoy, dejando que las generaciones futuras se encarguen de financiar un programa más ambicioso a su debido tiempo.
Las estimaciones del Informe Stern están ligadas a la estabilización de emisiones en el nivel de 550 partes por millón (ppm) y aumentos en la temperatura promedio global de 2 grados centígrados, lo que ya entraña efectos catastróficos sobre las generaciones futuras. Para lograr un nivel satisfactorio de estabilización de gases invernadero se necesita reducir las emisiones en un 80 por ciento de los niveles actuales. De lo contrario, se pueden rebasar todas estas proyecciones y llegar a las 750 ppm alrededor de finales del siglo, lo que llevaría a incrementos de 5 grados en la temperatura promedio global. El impacto sobre el bienestar y el desarrollo será más que catastrófico.
Descontar un peligro mortal en el futuro es un ejercicio extraño. Pero, aunque las limitaciones del discurso económico son evidentes en este caso, cuando se trata de la supervivencia de la humanidad, está plenamente justificado utilizar una tasa de descuento baja. No podemos regresar el tiempo, pero sí invertir para que el daño futuro sea manejable y la nueva composición química de la atmósfera no se convierta en peligro mortal para la humanidad.