España: ¿hacia la tercera República?
El histórico “por qué no te callas” del rey Juan Carlos I de Borbón, y la presta gallardía del presidente Hugo Chávez al conocer el negativo dictamen de las urnas para reformar la Constitución venezolana, pusieron en evidencia una traviesa sincronía: el tipo de democracia que representan ambos jefes de Estado.
¿Que si el rey de “todas las Españas” fue elegido en 1969 por un Caudillo de verdad y consagrado en 1979 por una Constitución de mentira, y a Chávez lo eligió su pueblo en 10 ocasiones consecutivas desde 1998? Las “gentes de razón” no se fijan en nimiedades.
Para los súbditos “iberoamericanos” (sic) de la corona española, el Borbón sería el “árbitro” natural de la democracia y promotor de la justicia. Y para los plumíferos que en ambas latitudes propician la desmemorización colectiva, la llamada transición de octubre de 1977 (que en realidad fue “transacción”, pues fue urdida en lo oscurito), sería el único modelo viable de “democracia” (Pactos de la Moncloa).
La España de entonces, obvio, no es la de hoy. Excepto en asuntos de tortura, una tradición más antigua que la corte del rey Pelayo. En junio de 1976, en el Waldorf Astoria de Nueva York, Juan Carlos asistió a una recepción ofrecida por la Cámara de Comercio estadunidense y tuvo que sortear a un piquete de Amnistía Internacional (AI) que se manifestaba contra la tortura.
Treinta y un años después, el informe España: sal en la herida (AI, noviembre 2007) condenó la práctica generalizada de la tortura asegurando que “… los sucesivos gobiernos no reconocen ni siquiera la existencia de un problema”. El informe de AI fue archivado con desprecio por los amanuenses del poderoso señor Joan Mesquida, director general del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil (140 mil efectivos).
Según un escritor octogenario que ya no puede pensar y mascar un chicle al mismo tiempo, Venezuela estaría gobernada por un “Hitler o Mussolini tropical”. Pero si en la patria de Bolívar los medios dicen que el presidente es puto, nada pasa. En cambio, el monero de la patria de Cervantes que dibujó cogiendo al príncipe Felipe y a doña Letizia para mofarse de la medida del gobierno de dar 2 mil 500 euros para incentivar los nacimientos, fue condenado a pagar fuertes multas.
La edición de la revista El Jueves fue secuestrada, ya que en la España “moderna” toda crítica a la corona es vista como llamado a la subversión. ¿De la izquierda? No necesariamente. En noviembre de 2005, el periodista Federico Jiménez, de la radioemisora COPE (Conferencia Episcopal), pidió públicamente la abdicación del rey por entender que se lleva muy bien con los “socialistas”. Sin embargo, el radiodifusor no fue multado ni detenido porque hablaba a nombre de la Iglesia y del fascista José María Aznar, quien se cree la rencarnación de José Primo de Rivera, fundador de la Falange (1933), aunque sin su coraje y dotes intelectuales.
El mito de la “España moderna” asegura que “en España se vive mejor”. ¿Pensarán igual los jóvenes que con suerte ganan poco más de mil euros y tratan de adquirir un piso miserable de 50 metros cuadrados, que en cualquiera de las grandes ciudades cuesta 350 mil euros? A los inmigrantes (legales o no), mejor no preguntar. A éstos se les humilla en los aeropuertos, o se les patea y escupe en público. O, de plano, se les mata.
¿Cómo llegó España a esta situación? ¿Qué fue realmente la mentada “transición”? Oigamos a la escritora Rosa Regás, una de las entrevistadas en el libro 89 republicanos y el rey, de Ramón Serrano Balasch (Plaza y Janés, 1998):
“… después de la muerte de Franco aceptamos sólo una única versión de lo que es la lengua, la patria, la cultura, el bien y el mal: la versión oficial. No defendemos nuestras propias convicciones, porque nos da miedo la descalificación de quienes nos imponen sus leyes y nos limitan a vivir en la aceptación y el confort, sin exponernos a más…”
Con más gravedad, añade Regás:
“El coraje, en política, en arte, en literatura, en investigación y en la vida cívica y pública, eso sí que se lo llevaron con ellos, los exiliados, y todavía nadie nos lo ha devuelto. Puede ser porque tampoco nadie lo ha reclamado y nadie lo ha echado en falta nunca.”
En los tres decenios de neofranquismo felipista y aznarismo lópez zapaterista, la “transición” devino en una de las estafas ideológicas más pensadas y elaboradas de la (así llamada) “ingeniería política”. Ni Franco, quien en su agonía balbuceó “todo está atado, y bien atado”, lo hubiese hecho mejor.
El “modelo” de la “transición” (copiado en Chile por los vasallos de la “Convergencia” pospinochetista) ha recibido reiterados elogios por los integrantes del llamado Foro Iberoamericano (integrado por Felipe González, Ricardo Lagos, Enrique Iglesias, Carlos Fuentes y otros), así como de las revistas Letras Libres y Nexos de México.
A esas voces, tan celosas en “desmitificar” todo, les fascina el mito de que España haya podido desmantelar “… el autoritarismo sin reproducir los enfrentamientos del pasado”. Naturalmente, no les interesa considerar qué papel jugaron Washington y la burguesía española en la mentada “transición”.