La Muestra
XXY
XXY, el primer largometraje de la argentina Lucía Puenzo (hija de Luis Puenzo, realizador de La historia oficial, 1986), ubica su acción en un puerto de Uruguay, lugar donde los padres de la adolescente Alex (Inés Efron) han decidido trasladarse para evitar los comentarios o indiscreciones de conocidos en Buenos Aires, por la condición hermafrodita de su hijo/hija.
A los 15 años Alex está perfectamente consciente de los cambios que se operan en su fisionomía luego de un prolongado tratamiento hormonal (no del todo eficaz), y de la conveniencia de poder elegir libremente, con una intervención quirúrgica, el sexo que desea conservar. La directora no se detiene, sin embargo, mucho tiempo en estas consideraciones clínicas. Lo que interesa en su largometraje es el retrato de Alex, sus dudas y confusiones, su búsqueda de una identidad, su combate contra la discriminación en un entorno hostil y, sobre todo, el despertar de su deseo erótico.
La visita de una pareja de amigos de sus padres, acompañada de Álvaro, su hijo adolescente, es el detonador de una complicación mayor, cuando el joven empieza a responder a las solicitaciones sexuales de Alex, primero con reticencia, pero luego con un inesperado placer al descubrir, con ella, su propio deseo homosexual.
El actor argentino Ricardo Darín interpreta el papel de Kraken, padre de Alex, biólogo humanista y protector de tortugas marinas, quien se muestra invariablemente solidario con la situación que vive su hijo/a. A manera de contraste dramático, un tanto forzado, Ramiro (Germán Palacios), padre de Álvaro, manifiesta desdén y frialdad hacia su hijo, de quien por largo tiempo ha sospechado que no le interesan las mujeres.
La amistad erótica de los dos jóvenes se presta así a múltiples equívocos en una línea de ambigüedad que crece en la medida en que Ramiro ignora la condición verdadera de la joven. Nada de ello mitiga, sin embargo, la desazón de Alex, quien no se decide a elegir una identidad sexual definitiva ni tampoco se resigna a ser vista como una aberración de la naturaleza o una mera curiosidad circense.
Inés Efron interpreta este papel notablemente, transitando con facilidad de las conductas agresivas a una fragilidad conmovedora. Una escena violenta la muestra humillada por otros jóvenes que, alertados de su condición, desean a toda costa mofarse de ella. Ningún lugar es lo suficientemente seguro cuando de intolerancia se trata, y esta convicción se afianza penosamente en la conciencia de los padres de la joven.
Lucía Puenzo maneja con perspicacia el tema de la brecha generacional y el modo en que los hijos consiguen, pese a todo, manifestar hacia el otro una fuerte solidaridad afectiva. XXY pronto se convierte en una reflexión sobre la tolerancia y el respeto a la decisión de los adolescentes de elegir su identidad de género, como en el caso de Alex, o, como en el de Álvaro, su preferencia sexual. Al respecto, la cinta no propone salida alguna; se limita a dejar a cada personaje de frente ante sus propias responsabilidades.
El mérito no es menor en un cine latinoamericano reacio a abordar seriamente estas temáticas, y muy dispuesto a echar mano del asunto cuando le sirve de pretexto y vehículo para el humorismo ramplón o el morbo voyeurista. La inteligencia de la directora la conduce a explorar la complejidad sicológica de sus personajes, sin juicios morales, sin sensacionalismo ni explotación melodramática, y esto añade una cualidad más de la cinta, a la par de la sobriedad en su realización, misma que le hizo conquistar el premio principal en la Semana de la Crítica del pasado festival de Cannes.