Usted está aquí: domingo 25 de noviembre de 2007 Espectáculos En deslumbrante sesión, Paquito D’Rivera presentó su reciente disco

La intimidad que ofrece el Bar Zinco acercó al público a su Funk Tango

En deslumbrante sesión, Paquito D’Rivera presentó su reciente disco

Comenzó sus actuaciones en el Palacio de Bellas Artes al lado de la Orquesta Sinfónica Nacional

Exquisitez musical ofreció el cubano durante toda la velada

Pablo Espinosa

Ampliar la imagen "Blow, Paquito, blow!", grito de guerra que le inventó su padrino Dizzy Gillespie, se dejó escuchar en el bar donde el músico cubano se presentó los días 23 y 24 pasados “Blow, Paquito, blow!”, grito de guerra que le inventó su padrino Dizzy Gillespie, se dejó escuchar en el bar donde el músico cubano se presentó los días 23 y 24 pasados Foto: Pablo Espinosa

Esplendor. Paquito D’Rivera al sax y al clarinete en la intimidad. Danzas cubanas, una yumba porteña entrepiernada con la música orquestal de Duke Ellington, las florituras de colibrí en ensoñación vuelan en el aire a milímetros escasos del escucha, transportado al paraíso: la música más fina suena en el Bar Zinco de la ciudad de México, como uno de esos raros privilegios que acontecen pocas veces en la vida.

La leyenda viva Paquito D’Rivera estuvo en México y convirtió tres noches de noviembre en las mejores de mucho tiempo. Por lo pronto, es lo más elevado que ha presentado en su corta pero intensa vida este foro cultural que ha prodigado los mejores momentos, los de mayor intensidad camerística de la música en el país, el Bar Zinco en el Centro Histórico.

Estreno, en Bellas Artes

La primera de esas veladas aconteció en el Palacio de Bellas Artes, donde la Orquesta Sinfónica Nacional alojó en su espacio solista al Quinteto de Paquito D’Rivera, en una de esas sesiones tan disfrutables en las que este gran cubano descamisa las pretensiones de la música de concierto para convertirla en un ente vivo y lúdico. Estrenó allí, la noche del martes, un Concierto para sax y contrabajo en honor de Cachao, e hizo retumbar los mármoles con sus ribetes de oropéndulas y ornatos varios, hendidos en la mejor concepción contemporánea de lo barroco maravilloso.

Pero lo mejor de esta nueva visita sucedió anteanoche y anoche en el Bar Zinco, cuando ese mismo quinteto aproximó su nueva producción, contenida en el disco titulado Funk Tango, a una concurrencia pletórica de gozo y plenitud que lo disfrutó en un ámbito de intimidad propiciatoria: Paquito, su sax, su clarinete, su quinteto, a centímetros del público.

Si el Village Vanguard de Nueva York ha sido en décadas receptáculo insuperado de la cultura del jazz, el Bar Zinco superó al menos durante un par de noches tal supremacía con la inspiración, pero sobre todo el gusto de hacer música, de Paquito y sus muchachos. En ambos foros el humano desciende a un sótano, Hades dantesco en el sentido paradisiaco que pinta Dante en su círculo celestial, no el dantesco demoniaco, sino el angelical, con una música de ensueño.

Paquito-Otero: diálogo socrático

Los primeros 20 minutos transcurrieron como en el Village Vanguard transcurren las mejores veladas, en un ambiente sonoro encandilador, de aproximaciones en círculos a lo mejor por venir, que llegó en cuanto Paquito subió a la escena a otro alientista, Fernando Otero, para entablar un diálogo socrático de antología, pues si hasta entonces había sonado apenas un poquito de Paquito, Otero puso la vara muy elevada y obligó al maestro a emplearse a fondo. A partir de ese momento, Virgilio, el personaje de Dante guiado por Beatriz, traspasa infierno y purgatorio y sienta sus reales en el paraíso.

Pianista joven y magistral, bajista de magisterio, baterista egregio, percusionista veracruzano de lujo, trompetista cómplice total. El Quinteto de Paquito D’Rivera. Suenan mambos, danzones, rumbas, sambas, joropos, una yumba, jazz clásico. Un quinteto elástico; bromea Paquito al micrófono y arma juegos de palabras musicales como los que hacía su amigo Cabrera Infante. Tan elástico que el Bar Zinco se sacó un Diez y el Quinteto puede crecer hasta orquesta sinfónica. Es tan exquisito y de tan intensa calidad la sesión musical, que es un sueño vuelto realidad, tanto que uno puede gritarle a Paquito, a cinco metros de distancia “Blow, Paquito, blow!” que era el grito de guerra que le inventó su padrino Dizzy Gillespie y que dejó por escrito Cabrera Infante, que Paquito entiende el guiño, ese lenguaje cifrado entre melómanos, asiente con una sonrisa cómplice y rinde homenaje a “un amigo que está entre nosotros”, como lo están todos quienes han dejado el plano material y que no están muertos.

Suena entonces una yumba de Osvaldo Pugliese entreverada con la Caravana de Duke Ellington y un bolero-réquiem para Dizzy –blow, Paquito, blow!– y entonces todos, los vivientes y los idos, nos elevamos hasta la estratósfera, justo donde Dante, guiado por Virgilio y por Beatriz –esa representante latina del Eterno Femenino– ubicó el Hades.

Sonó así entonces con Paquito D’Rivera el canto de la alegría de los arcángeles cuando les ponen frente a sus labios un sax alto, un clarinete, una sonrisa cuando suena.

 
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