Participación de la poeta en el primer Festival Internacional de Letras Jaime Sabines
Con la lengua zapoteca reconstruyo la memoria, dice Natalia Toledo
La historia de las mujeres se relaciona con la desventaja inicial de la concepción del mundo
El activismo de la APPO “nos recuerda el sentido de la unidad para combatir la injusticia”
Ampliar la imagen Natalia Toledo, poeta juchiteca, en imagen de archivo Foto: Luis Humberto González
San Cristóbal de Las Casas, Chis., 20 de noviembre. Las palabras en zapoteco son las que me dibujan como persona, las que dibujan mi pensamiento –afirma Natalia Toledo. “Lo que hago es un ejercicio de reconstrucción de la memoria. Y al mismo tiempo pienso que hablar español y vivir en esa lengua, los viajes, las otras culturas del mundo a las que he tenido oportunidad de acercarme, refrescan mi poesía y revitalizan mi lengua”.
En su participación en el primer Festival Internacional de Letras Jaime Sabines, Natalia leyó su poema Para T.S. Elliot:
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas/ brotan de estos cascajos?/ tal vez soy la última rama que hablará zapoteco/ mis hijos tendrán que silbar su idioma/ y serán aves sin casa en la jungla del olvido./ En todas las estaciones estoy en el sur/ barco herrumbrado que sueñan mis ojos/ de jicaco negro.
“Aunque, por supuesto, me sienta más unida a este lado del mundo que es el Sur, siempre he tenido la curiosidad por los otros y por lo otro, y eso tiene que ver con que los zapotecas siempre nos hemos movido. Desde el asentamiento de esta cultura en el centro de Oaxaca, un brazo de ellos se mudó hacia el istmo de Tehuantepec y creo que desde ahí inauguramos nuestro destino de viajeros, de curiosos. Siempre hemos salido: para estudiar, conocer otras ciudades; hemos sido beneficiados en la geografía, porque somos grandes comerciantes, y por eso Juchitán todavía se defiende de la pobreza, aunque ahora hay los que emigran al extranjero por trabajo. Pero eso sí, regresamos a morir, como las tortugas, al lugar donde nos parieron.”
Agradecimiento a los que han resistido
La casa es uno de los temas de la poesía de Natalia Toledo (Juchitán, Oaxaca, 1967). “Desde que salí de mi casa materna nunca más tuve casa –platica–: es donde fui feliz, según mis recuerdos, aunque los recuerdos pueden ser engañosos. La casa funciona como la metáfora del ombligo, el ombligo que está haciendo su recorrido bajo tierra, o virará de vuelta a su casa. Después de haber leído a T.S. Elliot (Tierra baldía) me pregunté sobre lo que queda de la cultura que defiendo, que es mi propia cultura: zapoteca. Y, siendo honestos, creo que todo lo que uno ama merece pensarse. Claro, tengo una parte de mí que es incondicional a esa tierra, pero también hay cosas que no me gustan o que me preocupan, y las digo.”
Hubo quien probó el mosto de tu piel,/ te caminó de la cabeza a los pies sin abrir los ojos/ para no descubrir el resplandor del sol./ Hubo quien sólo pellizcó la comida/ y no quiso beber el chocolate de los compadres/ y el pozol de semilla de mamey./ Hubo quien colgó en la puerta de tu casa una olla rota/ y no quiso pagar la fiesta./ No supieron los tontos que una flor caída al suelo/ sigue siendo flor hasta su muerte.
Es su poema titulado Tradición. “Es una experiencia de una amiga mía que la devolvieron por no sangrar en su prueba de virginidad. Esa práctica que para la sociedad juchiteca fue un acto de orgullo, para aquellas mujeres que la sufrieron por supuesto que fue una agresión a su cuerpo. Por eso decidí no ser virgen, para nadie y para nada, yo renuncié a ciertas cosas tradicionales que marcan calendáricamente la vida de una juchiteca, pero también reconozco que la vida que se me presentaba a los ojos en la ciudad de México también me mostró su oropel. Entonces, la historia de las mujeres en cualquier sociedad está relacionada con la desventaja inicial de la concepción del mundo”.
Natalia Toledo escribe con frecuencia de la niña, de su infancia.
Tengo ocho años y mi cuerpo es una casa,/ que recuerda su casa.
“Es que mi vida se interrumpió a esa edad, muy abruptamente, porque comenzó mi éxodo a otras casas, otras ciudades, por eso mi idea de que nunca más tuve casa.”
Desde luego también platica de las luchas de su pueblo. “Desde que tengo uso de razón mi mamá me llevaba a los mítines, a las marchas. El sentido de la sobrevivencia, de la lucha, de la resistencia, me la enseñaron mis padres desde muy chiquita, entonces siempre he procurado involucrarme, jamás con la intensidad y el compromiso con que lo hace mi padre. No soy de las poetas que se quedan en su casa detrás de su escritorio esperando que el mundo se componga (si es que eso es posible) por la divina gracia o sin mover un dedo. Ahora nosotros, como familia, estuvimos activos desde el movimiento de la Coalición Obrero Campesina y Estudiantil del Istmo (la COCEI), que fue un movimiento social indígena que no sólo luchaba por las tierras, sino que fue realmente un proyecto popular que daba importancia a la defensa de las culturas originarias (su lengua, su escritura y su concepción del mundo). Después vino el levantamiento zapatista en 1994, y por supuesto que nos tocó a los que de alguna manera habíamos luchado por las mismas demandas. A partir de estos dos movimientos hay un interés por los creadores indígenas y sus culturas, en todo caso, agradezco a aquellos que han resistido para que gente como yo pudiera decir con la boca llena de emoción: formo parte de una cultura maravillosa que está viva.
“Y ahora, con la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) se volvió a recordar el sentido de la unidad para combatir la desigualdad y la injusticia que vive el pueblo de oaxaqueño a manos de políticos corruptos que no tienen ningún compromiso con su tierra. Y ahí estamos –fuera y dentro– buscando un sitio mejor para todos.”