Ballenas: el camino de regreso
La industria ballenera japonesa comenzó ayer la cacería para la temporada 2007-2008. Desde el puerto de Shimonoseki zarpó la flota de un barco fábrica y seis arponeros para, desafiando a la opinión pública mundial, reiniciar la “pesca con fines científicos” de ballenas. A pesar de una moratoria internacional en la cacería de cetáceos, Japón mantiene esta modalidad de pesca en los mares del sur y el Pacífico norte.
Desde que la Comisión Internacional Ballenera (CIB) impuso una moratoria sobre pesca comercial de ballenas en 1986, se han cazado 25 mil ejemplares, la mayoría al amparo de un hueco legal que permite la pesca con fines científicos. Este año la flota japonesa espera cazar mil 35 ballenas, duplicando la cuota de hace 10 años. Lo peor es que para este 2007 se incluye a la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) y el rorcual común (Balaenoptera physalus), segundo en tamaño después de la azul. La cacería de ballena jorobada no se reanudaba desde hace 40 años, cuando esta especie estuvo al borde de la extinción.
El lobby de la industria ballenera japonesa, bien conocido por la compra de votos al interior de la CIB, justifica esta carnicería con tres argumentos. El primero es que esta investigación científica permite determinar los niveles de una pesca sustentable, identificando rutas de migración y los hábitos de las diferentes especies. Ese argumento es falso, pues no se necesita matarlas para determinar las variables de las que depende su supervivencia. El segundo es que la población de ballenas ya se recuperó y es posible reiniciar la pesca comercial. Por ejemplo, Japón sostiene que la población existente de 40 mil ballenas jorobadas revela un robusto restablecimiento de la especie. Pero muchos centros de investigación del mundo no están de acuerdo y colocan el umbral de una población saludable en 250 mil ejemplares.
La tercera defensa a su favor es que es legítimo conservar una tradición cultural y que muchos regímenes regulatorios permiten a comunidades esquimales cazar algunas ballenas por esta razón. Pero esa analogía carece de fundamento. Aunque se pueden encontrar referencias a la ballena en poesías y cuadros antiguos japoneses, lo cierto es que nunca fue la pieza central de la cultura pesquera o culinaria en ese país. Es evidente que su cacería no es indispensable para la supervivencia cultural del país del sol naciente.
La economía de la industria ballenera japonesa es absurda. La mayor parte de la carne obtenida en esta “pesca científica” se mantiene congelada largo tiempo por falta de demanda. Al final, mucha termina en asilos de ancianos y en desayunos para niños pobres en algunas prefecturas, lejos del principal puerto ballenero. Algunos estudios revelan altos contenidos de PCB y mercurio en esa carne, componentes químicos particularmente dañinos para la niñez. Las ganancias de la flota ballenera provienen de un enredado sistema de subsidios en el que la transparencia brilla por su ausencia.
El método de cacería sigue siendo de una crueldad inaudita: el arpón está dotado de una granada explosiva diseñada para detonar en el interior de la ballena, causando el mayor daño posible. Aun así, tarda hasta una hora en morir, en medio de una atroz agonía. Tal parece que los humanos tenemos dificultades para descifrar el mensaje que los ecosistemas del mundo nos están enviando. Estamos provocando una extinción masiva de especies, y nuestra misma capacidad para sobrevivir peligra. Pero aun así, preferimos imponer el castigo más cruel a otras especies si se interponen en nuestra persecución de lucro sin fin.
El fósil de ballena más antiguo, Himalayacetus subathuensis, fue encontrado recientemente en el norte de India. Ese hallazgo permite recorrer el récord fósil sobre ballenas hasta unos 53 millones de años y confirma una enseñanza importante. Los primeros vertebrados terrestres son descendientes de especies que salieron del mar y fueron ocupando nichos de ecosistemas en humedales y esteros. Pero la ballena es un ejemplo de vertebrados de sangre caliente que regresó a la vida acuática y emprendió, por así decirlo, una evolución de regreso, de un hábitat terrestre hacia el mar. El récord fósil y estudios a nivel molecular revelan que las ballenas comparten un ancestro común (los artiodáctilos) con mamíferos como venados, vacas e hipopótamos.
Los paleontólogos que descubrieron el fósil de Himalayacetus señalan con razón que su hallazgo confirma que la evolución es un proceso complejo que avanza en cualquier dirección y no es determinista. Quizás la ballena nos podría enseñar a nosotros, los humanos, que existe un camino de regreso y que la destrucción del planeta no tiene por qué ser nuestro destino. Pero ¿estaremos todavía aquí para escuchar la lección?
La reanudación de la ciega cacería de cetáceos obliga a recordar con escalofrío las palabras que Mayakovski escribiera sobre los humanos: “sólo Dios, de verdad todopoderoso, sabía que se trataba de mamíferos de una raza distinta”.