Usted está aquí: miércoles 21 de noviembre de 2007 Política Distrito Federal: ¿enfermedad o milagro?

Arnoldo Kraus

Distrito Federal: ¿enfermedad o milagro?

Es difícil saber si el Distrito Federal es una enfermedad, un milagro o la combinación de ambas posibilidades. Dependiendo desde donde se mire, nuestra ciudad es patología, pero también asombro. Es un portentoso milagro que siga viva, a pesar de su inminente derrumbe y una enfermedad crónica y mortal que se rehuye a aceptar ese diagnóstico. En torno al DF operan, por suerte, varios factores que han impedido, hasta ahora, que la ciudad se colapse.

Pensar en la cantidad de alimento, de agua, de viviendas que deben construirse y en el número de vehículos que circulan diariamente para dotar de servicios a los capitalinos es suficiente razón para entender que esta ciudad sigue (medio)funcionando por la eficiencia –aceptémoslo– de quienes la operan. Pero hay otros motivos por los que funciona: la mayoría de los 20 millones de personas que cohabitan en este espacio –incluyo las áreas conurbadas– han sido obligadas, debido a la mediocridad y al hurto sin coto de la mayoría de nuestros políticos, a sobrevivir en pésimas condiciones.

Independientemente de los números que publicitan los políticos encargados de la ciudad, la calidad de vida para millones de citadinos es entre mala y muy mala; son “demasiadas” las personas que carecen de servicios como agua potable, techo seguro, transporte adecuado, sistemas de salud eficientes, etcétera. En muchos, esas deficiencias son permanentes y en otros intermitentes. La pútrida realidad de quienes viven inmersos en una patología social muy evidente, y sin esperanza, permite que otros usufructuemos las constantes que definen una buena calidad de vida.

Son muchos los responsables de la enfermedad Distrito Federal. Hasta ahora poco se ha logrado para que la justicia se encargue de ellos. Sería bueno que eso sucediese, pero, suceda lo que suceda, para quienes aquí vivimos es urgente cavilar en los significados de la enfermedad Distrito Federal, cuyas consecuencias habrá y hay que afrontar. ¿Se responsabilizará Marcelo Ebrard o los nuevos por venir de los cambios en la salud producidos por la insalubridad de la ciudad que ellos gobiernan?

Entiendo que Ebrard dirá que él no es responsable y que sus predecesores asegurarán lo mismo. Ésa es la suerte de los políticos, sobre todo en países como el nuestro, donde casi todo se permite: siempre hubo un responsable antes que ellos y siempre habrá otros culpables. Ser político en México es garantía de impunidad.

Vivimos inmersos en una serie de circunstancias, por ahora imponderables y difíciles de evaluar, pero que seguramente dejan (y dejarán) secuelas en la vida y en su calidad. El tiempo que se requiere para llegar a cualquier lugar de la ciudad, las obras viales que se realizan y que dejan al finalizar polvo y escombros que no se recogen, el ruido, el tiempo desperdiciado en las filas cuando se requiere algún servicio, la contaminación del aire y del agua, la falta de áreas verdes, el plomo de las gasolinas anteriores, la basura en las calles, y lo que se le ocurra agregar a Ebrard y asociados, son elementos que deterioran la calidad de vida.

Estudios en otras ciudades han demostrado los efectos nocivos y cada vez más serios (por ser acumulativos) de los factores mencionados sobre los ojos, los pulmones, el corazón y la sangre. A esas mermas debe agregarse el desgaste síquico y anímico, que si bien no ha sido evaluado con seriedad, es muy grave. No dudo que en la población depauperada del DF, que tiene que viajar horas para llegar a su trabajo y que luego encuentra una casa, donde no hay agua, ni una vecindad segura, las neurosis y la depresión son mucho más frecuentes que en otras ciudades.

Falta por ver lo que sucederá en el DF en el futuro. En estas páginas he jugado con algunas ideas: cáncer pulmonar variedad DF, esquizofrenia tipo Chayito Robles, infartos al miocardio modalidad Espinosa Villarreal y saturnismo subtipo foxiano.

Por lo que ofrece y por la pésima calidad de vida, el DF es una ciudad muy cara. Y será cada vez más cara. Tanto para la salud como para la casa. Cuando se colapse nuestra capital, cuando se detecten mermas irreversibles en la salud de los citadinos y cuando la realidad sepulte los milagros, ¿quién será el responsable?, ¿qué harán los funcionarios que se han enriquecido ilícitamente cuando no tengan a quién seguir robando? y ¿quiénes darán la cara para atender a quienes contraigan enfermedades irreversibles?

A Miguel Luna, me despido con cariño

 
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