¡Cuánta música, de pronto!
Vacas flacas y vacas gordas. El desierto y la cornucopia. La escasez y la abundancia. Tal es la contradictoria impresión que periódicamente dejan en el ánimo del melómano los vaivenes en la programación musical de esta ciudad. Ocurre que pasan semanas, a veces meses, sin que se pueda escuchar por estas latitudes algo verdaderamente atractivo y, de pronto, llegan de aquí, de allá y de acullá numerosos grupos, ensambles y solistas que le hacen la vida difícil al amante de la música, cuya bienintencionada ubicuidad suele no ser suficiente para disfrutar de todo lo disfrutable. Las semanas recientes han sido, venturosamente, de abundancia musical y la oferta no sólo vasta, sino también variada.
Para comenzar, los cuatro excelentes conciertos ofrecidos (en distintas combinaciones) por la Orquesta Barroca de Friburgo y el ensemble recherche (así se ponen ellos mismos, con minúsculas). Los friburgueses dedicaron un programa íntegro a las Cuatro suites orquestales de Juan Sebastián Bach, y en ese empeño mostraron todas las cualidades propias de un gran ensamble de música antigua. Dinámica, fraseo, articulación, todo de primer nivel, más la saludable posición de no caer en extremos dogmáticos con los tempi de estas danzas, fueron las constantes en esta sesión barroca insuperable. Notable, también, que la participación de las tres trompetas naturales fue dirigida hacia la amalgama, y no hacia la estridencia, lográndose en todo momento un empaque orquestal de enorme homogeneidad.
A su vez, el ensemble recherche se encargó de un sobrio y variado programa que incluyó las muy inteligentes transcripciones de Brice Pauset a las Fantasías de Purcell, y los exquisitos Seis epígrafes antiguos de Debussy.
En Purcell se hizo evidente el buen oído de Pauset para aproximar sonoridades tímbricas añejas a partir del instrumental moderno. En la parte más nueva del programa, el grupo desempolvó y tocó con gran tino la Tessellata tacambarensia No. 8 de Gerhart Muench, y la complementó con interpretaciones formidables de partituras de Ivan Fedele y György Kurtág.
En su programa conjunto, los dos grupos propusieron una atractiva mezcla de barroco y contemporáneo, enmarcada por obras de Zelenka y Telemann, a cargo de los de Friburgo, y sólidas partituras de Henze, Carter y Boulez interpretadas por el ensemble recherche. Especialmente bienvenido en esta sesión fue el estreno en México de Nubifragios, de la joven compositora mexicana Marisol Jiménez, partitura que ofrece al oyente una componente tímbrica especialmente afortunada. Muy destacada en este programa, también, la ejecución del cuarteto para oboe, violín, viola y violoncello del veteranísimo y siempre riguroso Elliott Carter.
Apenas unos días después se presentó en Bellas Artes el gran conjunto vocal inglés The Sixteen, dirigido por su fundador, Harry Christophers, con un hermoso programa que incluyó cuatro obras de Juan Gutiérrez de Padilla, propuestas no como un lindo gesto de cortesía hacia el país anfitrión sino, más allá de toda duda, por su alto valor musical.
Además del balance impecable del grupo coral, fue posible advertir una rica variedad de timbres entre las voces de igual tesitura, que dio como resultado una amplia paleta de color vocal. Todo ello, complementado con un delicado y experto acompañamiento de arpa, tiorba y órgano. Momentos particularmente destacados en el concierto del grupo The Sixteen: su emotiva exploración de un par de joyas de la polifonía portuguesa, con sendas obras de Dias Melgás y de Almeida; y una rica versión del Stabat Mater, de Domenico Scarlatti, muy bien equilibrada entre el canto estrictamente devocional y los pasajes más dramáticos y expresivos, que permiten al oyente conocer una faceta poco difundida de este gran compositor de sonatas para el teclado.
Y para coronar este banchetto musicale capitalino, una robusta y sabrosa sesión doble a cargo de la Compañía Nacional de Danza, con Las bodas, de Stravinski, y Triunfo de Afrodita, de Orff.
Más allá de las virtudes dancísticas (que fueron numerosas) de estas dos obras, fue muy interesante sobre todo escuchar la partitura de Orff, en lo que era apenas su segunda ejecución en México, en manos de la hábil batuta de José Luis Castillo, quien superó con elegancia algunos problemas de logística espacial planteados por la colocación de músicos y cantantes.
Lo mejor de todo es que de aquí a la mitad de diciembre nos quedan todavía algunos platos fuertes irresistibles, entre ellos el Ensemble Intercontemporain, y el Cuarteto Kronos.