El anegamiento empeora la pobreza en esas comunidades pesqueras de Tabasco
En Los Bitzales “aún no se sabe dónde empieza el río y dónde la inundación”
La situación podría normalizarse después de Navidad, calculan lugareños
Un ventarrón pocas veces visto comenzó la cadena de desgracias, cuentan
Carecen de vacunas
Ampliar la imagen Los Bitzales continúan anegados Foto: Alfredo Domínguez
Macuspana, Tab., 16 de noviembre. Ananis Potenciano define a su manera el estado de la comunidad: “aquí todavía no se sabe dónde empieza el río y dónde la inundación, porque hay agua por donde sea”. El anegamiento sólo ha agudizado la endémica situación de pobreza en las comunidades de pescadores conocidas como Bitzales.
En Los Bitzales no será pronto cuando las aguas vuelvan a su cauce con toda su secuela, que no es poca: los pastizales están destrozados, la pesca es un desastre porque el principal consumidor –Villahermosa– primero no les compraba porque no había paso y ahora no lo hace porque no son tiempos de consumir pescado, por el riesgo sanitario.
Sin mercado, no hay dinero, que en estas comunidades ni en los buenos tiempos abunda. Y deben comerse el poco pescado que capturan en estos días de agua tan meneada, tan contaminada, porque aquí también se murieron las aves de corral y algunos cerdos.
“Sólo esa cochinita la pudimos salvar, porque le subimos el chiquero con unas tablas”, afirma Jairo Morales, para quien las pérdidas no se miden sólo en gallinas y cerdos. Es el administrador de la tienda comunitaria y cuenta que un par de días antes de que comenzaran las lluvias, que los tienen casi aislados, sobrevino un ventarrón pocas veces visto. Tan fuerte, asegura, que tiró gran parte de la tienda. Ahí comenzó la cadena de desgracias, porque luego vino el agua.
Hoy una parte de la comunidad está reunida en uno de los pocos solares que permanecen secos. Ayer les prometieron que vendrían a traerles despensas a Bitzal primera y tercera.
–¿Y quién las va a traer?
–El nombre de los cristianos no lo sé, pero van a venir –responde Bertha Potenciano, esposa del delegado municipal.
–¿El gobierno del estado, los soldados, quiénes?
–Ah, los soldados. Ayer les trajeron al Bitzal segunda y ahora nos toca a nosotros.
Bertha es una mujer demasiado vehemente en su hablar. No se detiene en sus largas explicaciones de la forma en que el agua les llegó casi “al cuello” en una noche de espanto. “Sí, ahora ya salimos del agua”, afirma, en medio de la anegación que existe en gran parte de los alrededores de la casa y el lodazal que hay casi en la entrada.
–Con el lodo vienen los moscos.
–Pican sin compasión, mi alma. En la noche hay un moscanal…
Si los alimentos y el agua son escasos, las vacunas sencillamente nunca han llegado. Hasta hace un par de días el Ejército colocó un consultorio ambulante en la iglesia de la Inmaculada Concepción, ubicada a la entrada de Los Bitzales.
Se han dado algunas consultas, pero sin lancha de motor, para quienes viven en lo más profundo del Bitzal tercero, son más de tres horas remando en cayuco.
Sin medicamentos
Gripas, hongos y escoriaciones han aparecido entre la gente. “No hay cómo medicarse”, refiere Evelia Ocaña, quien tiene tres hijos. Su casa apenas va saliendo de la inundación, no hace mucho que tienen luz y su situación, dice su esposo Ismael, podrá normalizarse pasada la Navidad, porque aquí no hay para dónde bombear el agua.
Si algo no es normal en estas comunidades es el funcionamiento de la escuela, que ya va para un mes sin clases, cuando comenzó a agitarse el río.
Adriana Potenciano tiene 23 años y sólo estudió la primaria, pues las condiciones para hacerlo en estas comunidades son difíciles. Su hijo de cuatro años no va a la escuela porque no hay educadoras para jardín de niños y el maestro de primaria “viene cuando se le da la gana, nunca imparte una semana de clases completa”, peor cuando hay inundación.
La casa de Luis Alberto Muñoz parece haber salido mejor librada que el resto. Su problema no está en la anegación y en la insalubridad: le preocupan las difíciles condiciones para la pesca, que es, al final de cuentas, de lo que viven todas estas comunidades.
“Nadie nos compra el poco pescado que sacamos”, lamenta. En estos días ha improvisado una especie de criadero de pejelagartos en una pequeña lancha, a la espera de que la gente se anime a comprarlo.
Por el momento los pescadores tienen en la inundación una forma de justificar sus condiciones de vida, pero el precio de sus productos lo explica mejor: por un pejelagarto les dan 20 pesos, por mojarras coloradas y carpa, cinco.
“Ahora hay mucho sapo lagarto –lamenta–, que es un animal que sólo revienta el paño para pescar, ni se come, ni se puede agarrar. Es como el diablo”.
Al mediodía, el helicóptero del Ejército trajo despensas a las comunidades. Por algunos días la situación alimentaria está garantizada, pero no hay certeza de cuándo habrá más.