De varias latitudes
Es buena la idea de la Coordinación Nacional de Teatro del INBA de traer escenificaciones de varios estados, bajo el rubro general de Otras Latitudes. Ya fuera porque las había visto con anterioridad, o por otras razones, de las obras traídas sólo presencié Palomas del autor y director potosino Jesús Coronado que encabeza la compañía “El rinoceronte enamorado” a la que este año el Festival Internacional Cervantino produjo el montaje que pudimos ver en la capital y que recorrió varios sitios de Guanajuato antes de hacer temporada en su sede de San Luis Potosí. Tanto el texto como la dirección de Coronado tiene varias virtudes, a la par que adolece de algunos defectos y refrenda mi idea de que Jesús es mejor director que dramaturgo.
Entre sus virtudes está el hecho de que la obra se ubica en un periodo que no es muy tocado por nuestros dramaturgos, el de la última rebelión caudillista ya en la época postrevolucionaria, en 1938, contra el gobierno de Lázaro Cárdenas. Aunque Coronado utilice nombres supuestos, no es difícil pensar en Saturnino Cedillo a pesar de que el autor se refiere menos a los acontecimientos históricos que a la incestuosa relación del general con su hermana. En esto consiste la debilidad de la trama, con el abuso de momentos eróticos muy repetitivos que poco añaden a la acción, antes bien, la retrasan, que es también uno de los momentos de dirección que resultan empañados, a lo mejor por los innecesarios semidesnudos y desnudos completos del dueño de Las palomas. En una muy hábil escenografía de Angustias Lucio a base de módulos de lienzo corredizos que dan los escenarios pedidos, y con la iluminación de Xóchitl González y la música original de Enrique Ballesté, los muy buenos actores que son Antonio Zúñiga, Teresa Rábago y Edén Coronado en compañía de Marie Triboulet, resultan menos convincentes que en ocasiones anteriores.
De una latitud más lejana, la UNAM logra un acuerdo con las autoridades españolas para coproducir en estreno mundial Filoctetes, la versión de Fernando Savater a la tragedia de Sófocles, con lo que la universidad se une a las celebraciones por los 60 años del escritor y filósofo español. Savater es un autor muy leído en México, casi siempre con gran entusiasmo (yo conocí a un señor que llegó de Guadalajara ex profeso para el estreno de esta obra), de gran presencia mediática en su país de origen y controvertido por sus opiniones políticas, de tal manera que este estreno era un buen suceso muy esperado. El montaje fue realizado por la directora española María Ruiz, con escenografía de Juan Carlos Savater, hermano del autor y con actores mexicanos egresados y docentes del Centro Universitario de Teatro, por lo que tocó a Antonio Crestani –que tan buen papel ha hecho al frente del CUT– y en general a este Centro la coordinación de los teatristas de ambos países.
Savater no se aparta del original, vertido en un español muy fluido en el que se eliminan las connotaciones al mundo helénico en un intento de aproximar al clásico a nuestra época. A saber si es su intención (Y me inclino a pensar que no), pero la gente como yo piensa ante el drama renovado, en la injusta guerra de Irak y en el documentado menosprecio del gobierno estadunidense a sus combatientes que regresan heridos. Esto a pesar del tono de farsa con que la directora, como la Historia misma, repite la tragedia. Los personajes se han convertido en estereotipos de serie negra, con ese rufianesco Odiseo (Miguel Solórzano, muy sobreactuado en gestos y ademanes) y los marinos del coro vueltos guaruras empistolados (Dettmar Yáñez e Israel Islas), así como el mercader (Javier Oliván) que en el original es Odiseo disfrazado. Escapan del estereotipo Filoctetes (Jorge Ávalos) y Neptólemo (José María Mantilla) que conserva el dilema ético de la tragedia de Sófocles.
En un tiradero escenográfico en el que se encuentran televisoras, la directora tiene aciertos graciosos, como es que la televisión se encienda cuando el furor de Filoctetes, ante la mención de Troya, se hace presente y la aparición por tele de Heraclés en lo que sería un moderno semideus exmachina. Pero su ritmo es desigual, las frases importantes son dichas casi siempre de manera frontal y resulta inexplicable la cortina que cae para que, al levantarse, aparezca una conveniente tina en donde el protagonista es colocado tras su desmayo. A pesar del esfuerzo de la UNAM, tanto el texto como su escenificación agregan poco a nuestro teatro.