Presentan libro editado por la Universidad Nacional
Roberto Gavaldón, cronista de su época: Mino Gracia
La fatalidad urbana... rescata la personalidad y obra del director
Era parco, serio y tenía claro lo que quería
Ampliar la imagen Fotograma de la célebre cinta Macario, con Pina Pellicer e Ignacio López Tarso
Le decían El Ogro. En el país del ai-se-va, insistía en hacer bien las cosas. En el set, era parco, serio y tenía claro lo que quería.
Así fue descrita la personalidad del cineasta Roberto Gavaldón Leyva (1909-1986) durante la presentación del libro La fatalidad urbana. El cine de Roberto Gavaldón (Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM), de Fernando Mino Gracia.
Gavaldón no complacía a nadie. Vamos, ni a la orgullosa y exigente María Félix, quien durante la filmación de La escondida (1955) tuvo que aguantar estar en una tina con agua que ya se había enfriado y no comer, “porque la escena todavía no quedaba a su gusto” (del director). Así lo cuenta la actriz, en cita registrada por Mino Gracia.
Sin embargo, era admirado por quienes trabajaban con él, muchos de ellos grandes artistas, como Alex Phillips, Gabriel Figueroa y José Revueltas. Más adelante, Félix añade: “Era un hombre cálido, amable, simpático, y uno de nuestros directores más talentosos”.
Figura incomprendida
Gavaldón, sin embargo, fue una “figura incomprendida y vilipendiada, como pocas, durante la etapa antinacionalista de nuestra cultura cinematográfica”, describe, en el libro, uno de los principales críticos del cine mexicano, Jorge Ayala Blanco, quien también fue uno de los vilipendiadores de aquella época: “Fue una de las cabezas de turco que había que demoler”.
¿Por qué? Iba “en contra de las categorías imperantes (...) no cabía dentro del llamado ‘cine de autor’”.
Y no le ayudaba haber sido diputado federal priísta ni “consentido de la industria cinematográfica”.
Luego, Ayala Blanco recapacitó: “Me encontré con que el punto más alto de un creador es llegar a lo impersonal, que era lo que más se le achacaba a Gavaldón”. Hoy, lo describe como “el gran cineasta herético del cine mexicano”.
Por su parte, durante la presentación, el escritor y diplomático José María Pérez Gay opinó que “Gavaldón tuvo el amargo destino de precursor solitario”.
Así, con los años, el cineasta, realizador de célebres cintas, como Macario (1959), ha sido revalorado. “Cada generación se inventa sus clásicos y dentro de esta ruptura generacional encontramos el libro de Fernando Mino”, dijo Ayala Blanco, asesor de la tesis de licenciatura en Periodismo (UNAM) del escritor, de la cual surgió la idea de La fatalidad urbana.
Imperante necesidad de ser modernos
El autor, de 29 años, contó a La Jornada: Gavaldón fue “un cronista privilegiado de su época, sobre todo de los años 50, de esa sociedad que se urbaniza, que busca ascender a toda costa, integrarse a como dé lugar a la burguesía que comienza a reinar en el país”, en esa capital en la que “había una necesidad muy fuerte de ser una ciudad, de ser modernos, de tener problemas, como los que se veían en Nueva York, de equiparar la ciudad de México con las grandes metrópolis”.
Respecto del libro, Pérez Gay celebró la “excelente factura, la investigación rigurosa, la reflexión y composición”.
La fatalidad urbana... es una publicación de gran formato, de cuidada edición, que incluye numerosas fotografías de archivos familiares, así como de la Filmoteca de la UNAM. Contiene un análisis de seis películas, que abarcan el periodo 1945-1962, ubicadas en ambientes urbanos: El socio, La otra, En la palma de tu mano, La noche avanza, El niño y la niebla y Días de otoño.
Ahora, Mino Gracia, también editor del suplemento Letra S, de La Jornada, trabaja en la segunda parte del libro, enfocada en el aspecto rural de Gavaldón: “Se aleja muchísimo de los estereotipos manejados por el cine mexicano, particularmente por Emilio Fernández”.