Usted está aquí: miércoles 14 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia El descenso del agua muestra toda la miseria en Villahermosa

Cientos de miles vuelven a lo que quedó de sus viviendas

El descenso del agua muestra toda la miseria en Villahermosa

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Ampliar la imagen Estragos de las inundaciones en la colonia La Manga Estragos de las inundaciones en la colonia La Manga Foto: Alfredo Domínguez

Villahermosa, Tab., 13 de noviembre. Las aguas continúan su descenso y el desastre aparece en toda su magnitud, imponiendo su realidad a los centenares de miles que vuelven a sus viviendas para rencontrarse con la miseria que domina grandes zonas de la ciudad.

La pepena se reproduce en muchos puntos de la ciudad y ha pasado de la ropa, aparatos inservibles y discos a algo más elemental: la comida. Sí, hay desesperación y hambre en mucha gente, en muchas colonias, lo que incrementa el riesgo sanitario. La gente desmenuza las envolturas. Huele, prueba y casi siempre asume que aún es comestible.

Al momento, la única reacción oficial es el control militar del basurero de la ciudad, para inhibir, controlar o prohibir la pepena en los miles de toneladas de desperdicio que diariamente se producen en Villahermosa, calculadas por el ayuntamiento en seis mil.

Con el agua que ha desaparecido, la realidad social comienza a cambiar. En las colonias populares las despensas parecen haber dejado de fluir o, por lo menos, eso aseguran quienes viven en La Manga 3, una de las colonias que aún siguen en el agua, en el lodo, en la incertidumbre.

“Hace cuatro días que no traen despensas”, dice Soledad Pérez, quien ha vivido a la orilla del camino desde que la contingencia la despojó de su vivienda. A pesar de ello, su devoción por el Químico, el gobernador Andrés Granier, es grande, tan grande que sólo agradece a Dios y al Químico que no haya sido peor.

Perdió casi todas las cosas de su vivienda, a la cual no ha regresado por esa combinación de lodo, agua anegada de varios días, basura y olor insoportable que hay en toda la colonia. A pesar de esa condición, cocina en el suelo lo que parece ser un caldo de pollo, para ella y sus hijas.

Como ella, hay varias familias que han optado por un improvisado campamento con las pocas cosas que lograron sacar, y esperan, con paciencia todavía, que las bombas expulsoras logren evacuar toda el agua. Sin embargo, por aquí la gente aún anda en lanchas, y supone que eso continuará un par de días más.

A pesar del hedor que domina la colonia, hay quien ya ha reabierto el “negocio” de comida. Magalia López, cuya recaudería y tocinería sigue entre el agua, ha reiniciado sus ventas a un costado de la carretera. Tiene en venta un chicharrón que no se ve de manufactura reciente, unos pedazos de cerdo en una cubeta y una paciencia infinita para esperar a los clientes. Ya habrá alguien que se anime a comprarle comida en esas condiciones.

Por la colonia, una ambulancia del estado de Guanajuato anuncia que habrá vacunas para ancianos y niños que lo deseen. Es la única ayuda que tienen por ahora, pero lo que añoran son las despensas que ya no llegan, aunque algo tienen claro: ir a la Quinta Grijalva es una odisea que no están dispuestos a correr.

“Mi cuñada se fue ayer a las 6 de la mañana, no le miento, y regresó después de las 3 de la tarde con tantitas cosas”, afirma Rosa Neli Hernández.

Otra mujer, quien declina identificarse, no se conforma con la situación. Su nuera tuvo un hijo hace una semana, en plena contingencia, con lo que eso significa ante la casi imposibilidad de conseguir pañales y, peor aún, leche de fórmula para la criatura, porque la madre no ha podido darle pecho.

Frente a la colonia, un camión de redilas se ha detenido. Medio centenar de personas lo persiguen, ansiosos. Por un momento, sonríen ante la carga del vehículo que han descubierto: alimentos y ropa que comienzan a repartir.

No, no es ayuda oficial. Proviene de un templo católico texano que ha llegado hasta acá para aliviar fugazmente la condición de los habitantes. No hay orden; los arrebatos por alcanzar las pocas despensas que hay obliga a una señora regordeta, quien ahora es la benefactora, a lanzar sobres de sopa, pañales, ropa, agua, todo lo que trae.

 
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