La Muestra
Solos contra el mundo
El realizador neoyorquino de origen israelí Eytan Fox ha conseguido en poco tiempo convertirse en una de las figuras más reconocidas y respetadas del cine judío gracias a la franqueza y solvencia narrativa con la que aborda temas que hace apenas dos décadas habrían sido fuertemente polémicos, si no imposibles de filmar en Israel. Una historia de amor entre dos soldados israelíes (Yossi & Jagger, 2002) o la relación entre un agente secreto judío y el nieto de un criminal nazi (Caminando sobre el agua, 2004).
En su octavo largometraje, Solos contra el mundo (Buah Ha), mejor conocido internacionalmente como The bubble (La burbuja), el realizador presenta a un grupo de cuatro jóvenes, tres hombres gay y una mujer, en una suerte de comedia romántica ambientada en un barrio de Tel Aviv, al que se compara irónicamente con una burbuja urbana. En un país amenazado todos los días con atentados terroristas, dividido por su aceptación o rechazo del llamado muro de la infamia, la bohemia liberal en la que viven el joven Noam (Ohad Knoller) y sus dos compañeros de apartamento (Lulú y Yali) semeja en efecto un lugar de excepción, virtualmente al abrigo de la violencia circundante, con sensibilidad de izquierda y vocación pacifista, tolerante con las minorías raciales y sexuales, abierto al diálogo y moderno en su vestimenta y gustos musicales. Un lugar, un barrio, una burbuja, muy ajeno al fundamentalismo religioso y al extremismo político. Imagen de un Israel moderno que ha logrado desembarazarse del yugo de la tradición excesiva y aclimatarse a la modernidad occidental.
El cineasta Eytan Fox y su guionista y compañero Gal Uchovsky ofrecen una vez más una crónica costumbrista que refleja esta evolución de las costumbres, y que a primera vista poco tiene que envidiarle a la comedia romántica estadunidense o europea en materia de eficacia narrativa, atractivo comercial y manejo desenfadado de temas espinosos.
Solos contra el mundo/La burbuja relata una historia sentimental, la del joven israelí Noam, quien se enamora de inmediato del palestino Ashraf (Yousef Sweid), luego de conocerlo en un puesto de control fronterizo. Lo que sigue son las peripecias del joven árabe indocumentado, quien con ayuda de los amigos de Noam intenta trabajar y sobrevivir en Tel Aviv, y también sus dificultades por sobrellevar la hostilidad de su familia y su entorno cultural cuando se descubre su homosexualidad. Eytan Fox cuestiona con igual severidad la intolerancia y homofobia del lado musulmán, y la brutalidad con que el ejército israelí se conduce contra los palestinos que día a día ingresan al territorio de Israel.
Este tratamiento salomónico rápidamente se convierte en un llamado al pacifismo y a la comprensión entre dos pueblos violentamente confrontados. El esquema en la historia de amor entre los dos jóvenes gay culturalmente distanciados, pero sentimentalmente inseparables, remite a una enésima versión de Romeo y Julieta con el fantasma de un desenlace trágico a la vuelta de cada escena. Lo original es la manera en que el cineasta logra retratos muy convincentes de los dos protagonistas, quienes poco a poco trascienden la frivolidad de Yali y Lulú, personajes secundarios que nunca cuajan por completo en sus pequeñas aventuras de sitcom televisivo. Si bien la nueva cinta de Eytan Fox no tiene la estructura y equilibrio dramático de Caminando sobre el agua, una cinta más exigente, lo cierto es que su crítica de la intolerancia y la hipocresía moral es sumamente efectiva. El cine judío, que en breve presentará en México una retrospectiva de sus realizaciones más recientes, sigue sorprendiendo por su capacidad de innovación y por sus nuevos talentos artísticos, y esto lo convierte, a su manera, en una burbuja de creatividad en el medio fílmico internacional.