En refugios como el de Atasta comen carne, tienen agua potable y hasta regaderas
Muchos damnificados en Villahermosa se niegan a abandonar los albergues
El Ejército ya contrató a algunos para que ayuden en las labores de limpieza y cocina
Ampliar la imagen Más de 500 personas afectadas por la inundación continúan albergadas en la catedral de Villahermosa Foto: Alfredo Domínguez
Villahermosa, Tab. 12 de noviembre. Por el momento la eterna solemnidad del templo puede esperar. Por ahora los santos pueden coexistir con el tendedero de ropa de los desheredados por la inundación. Son días de contingencia, y la catedral es un espacio más para albergar damnificados que, pacientes, aguardan nuevos tiempos.
Quienes llevan más de 10 días en esta iglesia se niegan a volver. No juntan ánimos para regresar a su realidad, que les ha cambiado tanto en sólo unos días. Recostada en una banca de la catedral, Yolanda Ramírez no tiene quejas sobre el albergue, excepto por las difíciles condiciones para la higiene personal.
En estos tiempos el agua fría y los baños saturados son mejor oferta que las condiciones en que debe estar su casa, en Las Brisas, una de las primeras zonas que “se fue al agua”. Es una mujer que está por cumplir 70 años, por lo que difícilmente podrá realizar las labores de limpieza en su vivienda. Por eso sigue aquí, entre santos y damnificados, entre la solemnidad del templo y el ajetreo propio del albergue, con esa peculiar convivencia durante horas interminables.
Las puertas de la catedral fueron abiertas a los damnificados casi desde el primer día de la tragedia. Por ello, desde entonces las misas son muy especiales y con frecuencia se ofician en el atrio de la catedral.
No muy lejos del templo, a un costado de la zona militar, está el albergue de Atasta, que sin duda es el más funcional en todo Villahermosa. Es el más poblado –2 mil personas, informa el coronel Federico Olvera–, pero ello no ha hecho que se desborde. Funciona como con manual.
Cocineros, médicos e intendentes. Más de 6 mil raciones de comida al día, más de 100 consultas, afirma el militar, quien sin duda se siente orgulloso por la labor de su personal. “Hemos contratado gente albergada para que apoye en la cocina y en la limpieza, a cambio de un salario”, agrega.
Quizá por ello la queja constante de la gente es la nostalgia por su vivienda. En esos espacios de difícil convivencia en que se convierten los albergues, Candelaria Jiménez no tiene idea de cuándo regresará a la Armenia, “donde está lo más peor”.
Su esposo es ayudante de un albañil, por lo que su esperanza de reconstruir lo perdido sin apoyo gubernamental es casi nula. Serán días difíciles, señala. Por ello el refugio de Atasta es garantía de hacer, al menos ahora, tres comidas al día.
En Atasta parecen concentrase quienes padecían antes de la inundación pobreza extrema en Villahermosa, quienes vivían en casas de lámina que no permanecieron de pie, quienes sobreviven en el subempleo o los jubilados que disfrutan ahora comiendo carne, variante de su rigurosa dieta de frijoles y arroz.
Por eso las quejas sobre la comida, el agua potable y los baños son mínimas. El Ejército ha adaptado hasta regaderas individuales en el albergue, algo que muchos no tienen en sus viviendas.
Nada como la casa de uno, dice Isabel Rodríguez, quien tiene ocho meses y medio de embarazo y permanece en el albergue porque su casa está “en el agua y ahora en el lodo”. Difícilmente podrá ir a limpiar, porque el nacimiento de su hijo está previsto para la primera semana de diciembre, aunque, eso sí, ya se quiere ir.