El dilema
A mí siempre me ha llamado la atención lo difícil que es para el ser humano llevar a cabo cambios: cambios en su vida, cambios en su organización y en sus estructuras en general. Quizás por eso las cosas no cambian, o si cambian se requiere de inmensos espacios en el tiempo. Esto quizás tenga que ver con que todos necesitamos cierto orden en nuestra vida; de hecho, podría casi asegurar que cualquier cosa que hacemos presupone algún tipo de orden. Voy a dar un ejemplo muy sencillo para ilustrar.
Nuestros sentidos (tacto, olfato, visión, etcétera) trabajan mediante una selección de similitudes y diferencias. Tomemos la visión. Diariamente entramos a nuestra habitación, oficina o espacios con los cuales tenemos una relación cotidiana que, diría yo, de alguna manera implica un grado de seguridad personal. Estamos plenamente identificados con nuestro espacio, a tal grado que nuestra visión es particularmente sensible a cualquier cambio, el cual se acompaña de un grado de incertidumbre que pone en riesgo nuestra percepción de integridad. Esta capacidad de detección naturalmente nos permite tener la posibilidad de reaccionar para preservar dicha integridad. Desde luego, la preservación de la especie ha dependido altamente de esta capacidad de detectar lo que ha cambiado en el medio en que se ha acostumbrado a estar el organismo.
Queda claro, pues, que la aptitud de categorizar está fuertemente unida a la percepción, comunicación que opera dentro del contexto global de una estructura social dinámica. Esto implica que podemos usar la percepción o detección de cambios de manera creativa para generar modificaciones que pueden ser útiles. Sin embargo, la más de veces ante la percepción de un cambio en el entorno, los individuos con capacidad de hacerlo restituyen el orden acostumbrado. El orden al que estamos acostumbrados se muda con grandes resistencias y, por lo tanto, el orden establecido permanece por tiempos muy prolongados. El orden establecido nos da seguridad, nos identifica y, más que nada, nos permite tener control. Si un pequeño cambio en nuestra percepción de una habitación nos genera de inmediato una señal de alerta, ¿qué no será cuando las amenazas de cambio están referenciadas hacia cambios estructurales, sociales y económicos?, pero sobre todo para las clases que detentan el poder. Por eso, la referencia de Will Rogers es pertinente. A mi juicio, México sí está en un pozo del cual parece no poder salir; sin embargo, se sigue cavando ese pozo, pues los cambios que se requieren generan incertidumbre para algunas clases sociales que no se atreven a perder de vista la orilla a la cual están aferradas.
Los virulentos ataques de algunos sectores de la sociedad mexicana y de algunos comunicadores hacia Hugo Chávez sólo muestran la enorme miopía que padecen en cuanto a las posibilidades que un cambio en la política hemisférica, pudiera en el futuro favorecer el desarrollo latinoamericano. Se prefiere el orden establecido a enfrentar el sometimiento que se ha padecido desde la posguerra.
Desde el poder en México, cualquier alianza que represente un viraje o enfrentamiento al orden establecido, se considera una amenaza. Y no es que Chávez o los otros gobiernos más socialistas que han sido recientemente elegidos en otros países latinoamericanos tengan la verdad en la mano, pero lo que sí tienen es el valor de procurar generar un cambio, con todo y sus riesgos y posibles errores.
¿Que no será tiempo de que México haga lo propio antes de que el pozo nos entierre a todos? El dilema, pues, está entre definir si podría la clase política arriesgar con inteligencia modificaciones a las estructuras económica actuales o preservar lo que a todas luces no estimula el crecimiento nacional.