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Editorial Lo que el campo nos da de comer
Hincados ante el dios de la econometría más chata, los tecnócratas poquitean al campo porque dicen que es sólo un sector más de la producción y el valor de sus cosechas ha venido disminuyendo. Pero despreciar al agro porque únicamente aporta 3.40 pesos de cada cien que se producen en el país es como ningunear nuestra literatura porque la industria mexicana del libro es modesta, o como despreciar nuestro componente autóctono porque sólo uno de cada 10 mexicanos se reconoce indígena. La real importancia económica de lo rural no se mide en porcentajes, además de que nos llegan del campo otros dones, tanto sociales como culturales y ambientales. En lo económico, el agro es fundamental por los insumos que proporciona a diversos sectores de la producción, pero sobre todo porque de ahí viene la comida, de modo que su aportación es decisiva en la disponibilidad, composición y el costo de la canasta básica. Esto significa que de la agricultura dependen nuestra soberanía y seguridad alimentarias, y cuando la comida es utilizada por las grandes potencias agroexportadoras para avasallar políticamente a los dependientes, la autosuficiencia en básicos es cuestión de seguridad nacional. Importante por la cantidad, pero sobre todo por la naturaleza y calidad de su contribución económica, el sector agropecuario es aún más relevante por su gravitación en el ingreso y en la generación de empleos, que es cinco veces mayor que su monto relativo en el PIB, pues aportando poco más del tres por ciento del valor de la producción, la agricultura emplea a 16 de cada cien de los económicamente activos: alrededor de 6 millones de trabajadores rurales, entre ellos la mayoría de los mexicanos pobres y muy pobres. Esto significa que de la agricultura depende parte importante de nuestra soberanía y seguridad laborales, y cuando la migración económica es criminalizada por Estados Unidos, la capacidad de crear y preservar empleos dignos es asunto de seguridad nacional. Pero si el sector agropecuario genera menos de cuatro de cada cien pesos de valor agregado y menos de dos de cada 10 empleos, casi cuatro de cada 10 mexicanos viven en poblaciones de menos de 10 mil habitantes. Así, el campo sigue siendo socialmente relevante, pues más de una tercera parte de nuestra demografía es población rural. Desbaratar nuestra agricultura, y en particular nuestra agricultura campesina, es dar al traste con la aún extensa convivencia rústica, y de paso desfondar la vida citadina, pues gran parte de la población expulsada por el naufragio campirano se refugia en las ciudades trocando el subempleo rural en subempleo urbano. El campo es un sector económico que produce cosechas y genera empleo, sin los cuales no hay seguridad alimentaria ni laboral. Es también ámbito de la sociedad mexicana de cuya viabilidad depende la salud del resto del tejido social, pues la pudrición rústica cría pudrición citadina. Pero el campo no es sólo economía y socialidad, también ocupa la mayor parte del territorio nacional y atesora nuestros más valiosos recursos naturales: físicos y bióticos. Así, además de alimentos, materias primas, empleos, ingresos y socialidad, el campo aporta aire puro, agua limpia, tierra fértil, diversidad biológica, clima amable y bellos paisajes. Del campo depende nuestra sostenibilidad socioeconómica pero también nuestra soberanía y seguridad ambientales, y cuando el agua dulce, las “bellezas naturales” cotizables y la biodiversidad son ambicionados por las grandes corporaciones globales, la capacidad de defender nuestros recursos naturales por conducto de comunidades campesinas que los aprovechen y preserven es tema de seguridad nacional. El campo es economía, es sociedad y es ecología, pero es también cultura. Del campo viene no el arte elitista, ni tampoco el esparcimiento industrial de los medios de masas, pero sí la cultura popular, tanto la rural como la urbana. Porque nuestra riquísima diversidad lingüística, nuestra enorme variedad culinaria y etílica, nuestro inagotable repertorio artesanal, musical, dancístico, arquitectónico e indumentario, nuestra pluralidad de usos y costumbres son de origen rural, y es en el campo donde se producen y reproducen. El campo es piedra angular de nuestra poliédrica efigie, y cuando la globalización salvaje busca hacer de todos los pueblos rebaños de consumidores uncidos al American way of life, preservar las raíces y desarrollar creativamente la identidad es cuestión de seguridad nacional. El agro es economía, es socialidad, es ecología y es cultura pero, además, del campo depende en gran medida nuestra estabilidad política y nuestra gobernabilidad. Un campo que pierde rentabilidad económica, viabilidad social y sostenibilidad ambiental se torna ámbito de delincuencia −simple y organizada− y escenario de conflictos políticos: unos pacíficos, otros violentos y otros más armados. Cuando las guerrillas libertarias se siguen moviendo como peces en el agua y el poder económico y político de la delincuencia organizada le disputa el territorio al Estado, promover un desarrollo rural económicamente viable, socialmente justo y ambientalmente sano es la forma más barata y legítima de contrarrestar el desgobierno y es asunto de seguridad nacional. Resumiendo: salvar al campo es salvar a México, porque la soberanía alimentaria, la soberanía laboral, el bienestar social, la sostenibilidad ambiental, el desarrollo del patrimonio cultural, la preservación de la identidad y el restablecimiento de la paz son cuestiones de seguridad nacional. No por una, sino por muchas razones, recuperar al agro es asunto de vida o muerte. |