El garante del libro
Todo mundo está de acuerdo en que el libro es el instrumento del placer por antonomasia, el vehículo idóneo para la transmisión de conocimientos y el motor que hace caminar a la sociedad.
Nuevos valores, sobre todo periféricos, se han añadido en los años recientes. En primer lugar, su transformación en objeto, en mercancía.
De hecho, en la jerga editorial, no así en la de los lectores que parecen haberse quedado “rezagados” y siguen usando los nombres anteriores, para referirse al libro pronuncian “producto” y en lugar de librería dicen “punto de venta”.
A los editores que anteponían el valor sustancial del libro incluso a su supervivencia, figuras hoy legendarias, personalidades de culto a las que se les mira a lo lejos, con nostalgia, con la misma admiración que se tiene frente a mártires, les han sucedido contadores públicos, administradores de empresa, “creativos”, expertos en merchandising. Reyes del marketing.
Y tal irrupción parece haber partido en dos el tablero: de este lado los “buenos”, allá los “malos”, es decir los que aman el libro y los que adoran el dinero.
Nada más falso.
Precisamente tal visión en blanco y negro es uno de los muchos elementos que obnubilan el paisaje. El planeta entero se halla inmerso en un largo periodo de transición donde el libro flota, como siempre, incluso frente a las profecías de quienes una y otra vez han dictaminado su muerte inminente.
Cierto, hay hombres de negocios, pero también es cierto que el amor al libro permanece en todo aquel que dedica sus afanes profesionales a su creación, fomento, distribución y venta. En el libro y la lectura, entonces, no puede haber buenos y malos. El punto de equilibrio es el lector, que es quien decide finalmente si se deja llevar por el bombardeo mediático y se va con la finta de que el mejor escritor es el más difundido, el que es hábil para que lo entrevisten en todas partes, que le publiquen todo, que lo inviten a todos los brindis. O el que sencillamente es escritor, en toda la extensión y valor del término.
El lector es quien decide en qué librería encuentra libros para leer y en cuál encuentra mercancías. Es el lector el garante de la nobleza, dignidad y futuro del libro.
Es el lector el que tiene derecho a formular la siguiente pregunta, para reflexionar este 12 de noviembre: en el Día Nacional del Libro, ¿qué festejamos?