Usted está aquí: lunes 12 de noviembre de 2007 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán Gonzalez G.
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Respuesta a un médico /II

El maestro universitario José Castillo Farreras en su réplica al correo del médico Guillermo Herbert publicada en este espacio el lunes 15 de octubre, prosigue: “En el mismo párrafo asegura que ‘ninguna de las especies que habita la Tierra mata a sus miembros’, lo cual me llena de estupor. Claro que Herbert no dice que hubiera estudiado veterinaria, zootecnia o algo sobre los animales, sino medicina, pero alguien pudo haberle dicho que a veces los leones no sólo matan sino que comen a los cachorros cuando van a ayuntarse, y que los cocodrilos también comen a sus crías y que hay una araña que mata y come al macho, etcétera.

“En la misma parrafada, que es un galimatías, dice que ‘el dolor no es excusa para matar a alguien, así sea por la peor de las enfermedades’ y añade, glorioso, que ‘existen todos los medicamentos que quieras para quitarle el dolor’. Yo puedo decirle que el dolor no siempre se suprime con los medicamentos que existen.

“Hay no miles, millones de seres humanos que no tienen acceso a las aspirinas en nuestro país. ¿Sabe usted que suman millones los mexicanos que se acuestan sin comer. Parece que no lo sabe. Eso sí es trágico. A estos millones no les sirve de nada que existan esos medicamentos que el señor Herbert dice que hay. ¿Sabe usted que para bajar el antígeno prostático una sola ampolleta cuesta unos 4 mil pesos en farmacias de descuento? ¿Sabe que los enfermos de sida no pueden pagar las medicinas, aunque no pertenezcan a esos millones de pobres? ¿Dirá Herbert que esto no es problema médico?

“Mi padre fue tal vez un hombre ‘de poca fe’ pues renegó de la suya con sus dolores de un cáncer en la boca, y durante seis meses no tuvimos para pagarle la morfina o lo que fuera para quitárselo. Luego murió. El olor nauseabundo que despedía y sus gritos apagados, pidiendo que le quitaran no sólo el dolor sino el suero y las agujas, las correas con que lo ataban para que no se moviera y un desodorante que alguna enfermera infame le puso junto a la boca, y suplicar que lo dejaran morir, aún me estremecen. 

“Sostiene ufano este médico en la carta enviada a su columna que ‘desde el primer día de clases de medicina estás enterado de qué es la muerte y cómo debes afrontarla’. También el derecho enseña lo que es la muerte, y la biología (por supuesto), y la filosofía. Pero a partir de la muerte, sólo la religión habla de ella. Y también la cultura popular, las supersticiones, la magia, etcétera. ¿Sabrá el señor Herbert que es posible que alguien esté, sin que haya contradicción científica alguna, biológicamente muerto y jurídicamente vivo, al propio tiempo? Si no lo sabe, se lo dejo para que investigue.

“Dice que un gran maestro suyo, y ‘ese sí era médico’, afirmaba que ‘la ignorancia es atrevida’. Así lo estimo yo también sin ser médico; no ha descubierto nada. Pero añadiría que la ignorancia además suele ser mentirosa, invencionera, farisaica, sectaria, fraudulenta, fanática y perversa, y más cuando su depositario cree que sabe”. (Concluirá.)

 
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